Pedagog¨ªa pol¨ªtica
Desde siempre, y ahora desde las ¨²ltimas elecciones presidenciales francesas, el debate sobre el descr¨¦dito de la pol¨ªtica y de los pol¨ªticos es recurrente. Como el de la crisis del teatro, la novela o el cine. La famosa 'crisis de valores' es permanente. Se escriben miles de p¨¢ginas sobre el asunto, pero nadie escucha ni a quien le corresponde tomar las medidas oportunas para corregir tan peligrosa deriva. Tiene que ocurrir algo extraordinario (que se presente el lobo, Le Pen en este caso) para que se alborote el gallinero hasta que las aguas vuelvan a su cauce y todo pueda seguir igual sine die hasta el consabido llanto y crujir de dientes.
Es preocupante el absoluto desinter¨¦s, cuando no desprecio, del ciudadano com¨²n por la pol¨ªtica. El porcentaje de poblaci¨®n que la sigue con curiosidad, preocupaci¨®n y exigencia ciudadana es ¨ªnfimo en relaci¨®n con los baremos que exige una cultura pol¨ªtica democr¨¢tica verdaderamente asentada en una sociedad desarrollada. Curiosamente, todo el mundo pasa de pol¨ªtica, pero todos dicen tener la clave, la soluci¨®n milagrosa. Ante cada proceso electoral hablan sin parar los candidatos y los iluminados anunciando, cual visionarios, un futuro de dise?o y, despu¨¦s, lo hacen incontinentemente todos los vencedores, pues nunca pierde nadie, y los comunicadores sociales nos ilustran sobre lo que ya sabe todo el mundo. ?Qu¨¦ tiene, pues, la pol¨ªtica que hace que todos se sientan no s¨®lo con derecho a opinar de ella, sino tambi¨¦n a hacerlo con el mayor de los fundamentos?
El camino m¨¢s adecuado para dedicarse a tan noble oficio, el m¨¢s noble de todos desde Arist¨®teles, no puede ser otro que el del estudio y el de la participaci¨®n activa y, sin embargo, casi nadie quiere 'entrar' en pol¨ªtica por el primer piso: matricularse en Ciencias Pol¨ªticas y hacerse militante de base del partido pol¨ªtico m¨¢s af¨ªn a su ideolog¨ªa, y a partir de ah¨ª seguir subiendo pelda?os de acuerdo con la val¨ªa y el trabajo propios. Hay que trabajar duro si se tienen tan leg¨ªtimas ambiciones de poder y desprendidos ideales como ponerse al servicio de los dem¨¢s. La pol¨ªtica es, y debe ser, eso y nada m¨¢s que eso. ?sa es su aut¨¦ntica grandeza, su m¨¢s digno certificado de probidad moral. Pero la mayor¨ªa de aspirantes, salvo dignas y admirables excepciones, pretende poder aterrizar en la azotea del poder en helic¨®ptero, sobre la base de unos pretendidos m¨¦ritos, al parecer indiscutibles (ser amigo del que manda), para salir todo el d¨ªa por 'la tele' -m¨¢xima gloria-, y prevalecer sobre los dem¨¢s -pobres diablos- y demostrarles as¨ª que con qui¨¦n se cre¨ªan que estaban hablando. La 'filosof¨ªa' de Operaci¨®n Triunfo -de ah¨ª su ¨¦xito- no es otra que un curso r¨¢pido a ser famoso, y a triunfar... (a forrarse). El trabajo sistem¨¢tico, el esfuerzo cotidiano, el compromiso con la verdadera vocaci¨®n, la noble b¨²squeda de la excelencia es para los tontos y los 'pringaos'. Parece que s¨®lo existen deseos compulsivos de enriquecerse y figurar a cualquier precio y la pol¨ªtica viene mostr¨¢ndose de lo m¨¢s id¨®nea al respecto. Una aut¨¦ntica perversi¨®n de lo que los cl¨¢sicos nos ense?aron.
El resultado a la vista est¨¢: hacerse con el poder o con sus favores a cualquier precio, pues si en la oposici¨®n hace fr¨ªo, fuera de la pol¨ªtica no existe sino el vac¨ªo m¨¢s absoluto. El horror vacui impele a ocupar todo el espacio. Lo explic¨® Hobbes muy bien: en el estado de naturaleza nadie est¨¢ seguro, ya que hasta el m¨¢s fuerte puede ser envenenado o enga?ado por el m¨¢s astuto. La soluci¨®n que ¨¦l propon¨ªa... la renuncia absoluta, la entrega total al gobernante (plenamente soberano hasta en el crimen) a cambio de seguridad (?) se nos ha revelado a lo largo de la historia como peligros¨ªsima y absolutamente rechazable.
La piedra filosofal de la pol¨ªtica a estas alturas del siglo XXI no es sino la fe com¨²n en la democracia pluralista, inventada para repartir el espacio vital, para tener que negociar y transigir con los diversos intereses frente a la tentaci¨®n totalitaria del ordeno y mando, de las mayor¨ªas absolutas sin control y de los rodillos implacables. La democracia como sistema pol¨ªtico goza hoy de un consenso nunca antes alcanzado, si bien hay que sospechar de la insistencia en el adjetivo, pues deval¨²a el sustantivo (la 'democracia' org¨¢nica o popular era cosa de dem¨®cratas como Franco o Stalin). El nuevo adjetivo parece ya un eufemismo de olig¨¢rquica o partidista.
La democracia, aparte de un ideal pol¨ªtico, es un medio, un instrumento, un conjunto de reglas para garantizar la convivencia en libertad y justicia, pero no las asegura ad aeternitatis. El problema es que otorga formalmente el gobierno a la mayor¨ªa, pero no a los mejores de ¨¦sta, sino a los m¨¢s demagogos y avispados. No digamos si descendemos al terreno de la micropol¨ªtica, donde campean a sus anchas Maquiavelitos y Napoleoncitos de tercer nivel. M¨¢s que hilaridad o rebeld¨ªa provoca ya melancol¨ªa el deleznable clientelismo generado por la legi¨®n de mediocres que, a la sombra del cacique corrupto de turno, s¨®lo aspiran a sobrevivir ri¨¦ndole siempre las gracias y diciendo am¨¦n a todo sin el menor sentido de la autoestima o de la dignidad. No se goza de la amistad, sino que se cultiva el inter¨¦s m¨¢s contingente (do ut des). Lo importante no es ganar para actuar con fidelidad a las propias convicciones, sino para prevalecer a cualquier precio. No se cambia de opini¨®n, leg¨ªtimamente, se es simplemente arribista. El c¨ªnico 'donde dije digo, digo Diego' se presenta como ausencia de dogmatismo, sano relativismo o pragmatismo inteligente. Los valores y principios se acomodan al oportunismo m¨¢s bufo. Si ya no hay bufones de corte padecemos un aut¨¦ntico overbooking de penosos tiralevitas. Siendo la tendencia natural del hombre la b¨²squeda de afecto y de reconocimiento -un imperativo humano universal-, dicha necesidad de aceptaci¨®n de los dem¨¢s se convierte en obsesiva y lleva a la perversi¨®n de preferir ser temido que amado (Maquiavelo), venerado que admirado, para lo cual los medios empleados, que son los que justifican los fines (Kant, Camus), pasan a un segundo plano, pues la disyuntiva de ?tener o ser? (Erich Fromm) ha sido sustituida por la obsesiva pasi¨®n, cuasi paranoica, por tener o aparentar que se tiene, no tanto por saber como por hacerlo creer, no tanto por alcanzar autoridad como para poder mandar.
No se trata ya de ejercitarse para ser y, as¨ª, poder tener -algo, lo suficiente-, sino actuar sin m¨¢s fin que poseer, figurar..., a cualquier precio y cada vez m¨¢s, como ¨²nica v¨ªa de ser -aunque, en realidad, no se sea nada- y ¨¦sa fuera la ¨²nica o suprema raz¨®n de la existencia.
El desprestigio de la pol¨ªtica, al ser ¨¦ste el medio m¨¢s id¨®neo de todo mediocre moral para enriquecerse r¨¢pidamente, es ya preocupante. No podemos caer en la debilidad moral de rendirnos al 'siempre ha sido as¨ª' y resignarnos al peligros¨ªsimo: Lasciate ogni speranza... Hace falta una aut¨¦ntica pedagog¨ªa pol¨ªtica que se inserte en el contexto de una revalorizaci¨®n de las humanidades que nos lleve al ¨ªntimo convencimiento de que, si la virtud es conocimiento (S¨®crates), el conocimiento debe desembocar en la virtud; si no, no es conocimiento.
La pol¨ªtica debe ser inescindible de los valores ¨¦ticos o morales propios del Homo sapiens, pues, una ciencia sin conciencia, deriva hacia todo tipo de aberraciones. Si el hombre levant¨® las manos del suelo para erguirse sobre su cabeza, fue para poder mirar al horizonte. Ajust¨¢ndonos a la inequ¨ªvoca evoluci¨®n de las especies (Darwin), hemos llegado a la poco consoladora conclusi¨®n de que 'los hombres no son ¨¢ngeles ca¨ªdos, sino antropoides erguidos' (Ralph Linton), pero no para sumirnos en la maldici¨®n divina, sino para escapar de ella organizando pol¨ªticamente la convivencia en libertad y elevarnos moralmente, para so?ar con volar un d¨ªa, lo que no impide asentar bien los pies en la tierra. No se trata de dejarnos llevar por utop¨ªas peligrosas que provocan ca¨ªdas mortales (recu¨¦rdese a ?caro), sino de adecuarse a hacerlo conforme a ideales y objetivos razonables, es decir, posibles. Y, sin embargo, s¨®lo se escucha a los necios y se concede mayor audiencia a cualquier charlat¨¢n dicharachero, a cualquier figur¨®n televisivo, que a los aut¨¦nticos maestros y hombres de pensamiento.
Hoy m¨¢s que nunca hay que persistir con Bernard Crick en la defensa de la pol¨ªtica. De la Pol¨ªtica con may¨²sculas, con altura de miras, para integrar y cohesionar. 'Esa pol¨ªtica' empieza en la escuela y sigue en los institutos, contin¨²a en la universidad y debe impregnar a toda la sociedad. ?Queremos de verdad ciudadanos?
?Para cu¨¢ndo entonces, estimada ministra, la asignatura de 'Cultura Pol¨ªtica' -justo lo contrario de 'Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional'- como materia de inserci¨®n obligatoria en la ense?anza secundaria, y no la verg¨¹enza actual de ver tan fundamental empe?o reducido a una charleta festiva cada 6 de diciembre, y a¨²n menos pretender 'colarla' cual nueva 'Mar¨ªa' junto con Religi¨®n? Por ese camino, la tan anunciada renovaci¨®n de las humanidades que propugna el Partido Popular va a empezar a parecerse mucho a la nefasta pol¨ªtica educativa franquista, que cre¨ªamos felizmente enterrada junto al sepulcro de El Cid.
Alberto Reig Tapia es profesor titular de Ciencia Pol¨ªtica de la Universidad Complutense.
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