Desde Tokio a Madrid

Fascinado por Jap¨®n y la danza butoh, el argentino Dani Pannullo vuelve al experimento formal de fusi¨®n de estilos en su nuevo espect¨¢culo, en la creencia de que la danza es una cuando es buena y permite conectar cosas tan alejadas como la expresi¨®n espasm¨®dica y conc¨¦ntrica heredada de Katsuo Ohono con los elementos del hip-hop internacional m¨¢s ca?ero. La l¨ªnea de Jukkuri es la misma que ofreci¨® y sorprendi¨® en Communion, pero la factura obtenida es otra.

Pannullo ha reunido, bajo estos presupuestos est¨¦ticos, a tres estupendos breakers espa?oles que poco tienen que ver ya con la expresi¨®n callejera original de la que seguramente han surgido, con un joven artista nip¨®n; hoy los muchachos del techno dance son artistas sofisticados, con vestuarios de ¨²ltimas tendencias y un cierto sentido de lo coreogr¨¢fico: Carlos, el m¨¢s veterano con apenas 23 a?os y con aires de divo, fascina con su chuler¨ªa y sus gestos; Manolo, especie de rebelde con causa, a?ade sensualidad y humor a su potencia, mientras que Michi inspira ternura y da un toque m¨ªstico a cada una de sus evoluciones y nos regala un solo que sabe a poco. Por su parte, Toyo Matsubara, que fue fichado por Pannullo en Tokio, da momentos de rara poes¨ªa y ofrece la ¨²nica conexi¨®n l¨®gica a los fragmentos de baile, que tienen valores propios, pero que a la hora de ser engarzados en un discurso ¨²nico, se resienten. Matsubara sorprende primero y encanta despu¨¦s con su concentraci¨®n; al moverse cataliza y retiene el espacio, lo mismo que, en otro sentido, pretenden los breakers. La obra se cierra en negro con luces blancas y cenitales y da densidad a Jukkuri, un vocablo japon¨¦s que no aparece traducido en el programa, pero que, a tenor de lo visto, habla dram¨¢ticamente de la soledad, el viaje inici¨¢tico y la v¨ªa de escape del baile.

Pannullo cede tambi¨¦n al caos discotequero en la luz y la potencia del sonido, que acaso no son los m¨¢s adecuados para la representaci¨®n teatral.