Napole¨®n duerme entre nosotros
El Museo del Ej¨¦rcito explica al p¨²blico la historia de la mascarilla mortuoria del emperador conservada en MadridEl Museo del Ej¨¦rcito explica al p¨²blico la historia de la mascarilla mortuoria del emperador conservada en Madrid
El Museo del Ej¨¦rcito mostrar¨¢ hoy de cerca uno de sus grandes y m¨²ltiples tesoros: una de las escasas m¨¢scaras mortuorias que de Napole¨®n Bonaparte existen en el mundo. Los madrile?os y forasteros que visitan la ciudad tendr¨¢n as¨ª la ocasi¨®n de adquirir nuevos conocimientos sobre este genio militar franc¨¦s que, en 1808, visit¨® Madrid a u?a de caballo.
Tan especial era aquel isle?o oriundo de C¨®rcega, de pelo ralo y nariz aguile?a, que su personalidad sesg¨® con su impronta la vida entera de Europa. Y Madrid no fue ajeno a su impetuosa entrada militar en el continente, ya que su paso por la ciudad dibuj¨® hace dos siglos buena parte del futuro de la capital de Espa?a, mediante el trueque profundo de la traza urbana, de la pol¨ªtica misma y del entramado de las costumbres madrile?as. Numerosos edificios del centro de la capital, muchos de ellos frente al Palacio de Oriente, fueron derribados para abrir nuevos espacios urbanos en el abigarrado Madrid del XIX.
El Museo del Ej¨¦rcito de Madrid atesora este vestigio documental -y m¨®rbido, por cierto- de aquel hombre que llenara la ciudad no s¨®lo de ideas nuevas y revolucionarias, am¨¦n de las plazuelas y avenidas que abriera su hermano Jos¨¦, sino tambi¨¦n de confusi¨®n, mortandad y de caos.
La valiosa mascarilla de bronce es maciza, de m¨¢s de diez kilos de peso, con los rasgos del rostro del cad¨¢ver de aquel general artillero cuyas tropas llegaron combatiendo desde Somosierra hasta el pueblo de Chamart¨ªn de la Rosa, hoy barrio de la capital.
Napole¨®n visit¨® el Palacio Real a hurtadillas y se instal¨®, apenas unas semanas de diciembre de 1808, en el palacio de los duques del Infantado.
Napole¨®n Bonaparte era un corso de reducida estatura y elevada energ¨ªa, nacido bajo el signo de Leo en Ajaccio el 15 de agosto de 1769. Su peripecia vital qued¨® para siempre marcada por la terribilit¨¢, el airado semblante de los hombres que alg¨²n d¨ªa creyeron dialogar con los dioses y de la cual Miguel ?ngel Buonarroti, tres siglos antes, diera cuenta impregnando de ella sus mejores esculturas.
No obstante, sobre la mascarilla del primero de los Bonaparte la muerte parece haber mudado aquella irascible estampa, adquirida en vida, por una mueca de perplejidad te?ida de resignaci¨®n.
La impresi¨®n funeraria de quien fuera capit¨¢n con tan s¨®lo 22 a?os es conservada como oro en pa?o en el Museo del Ej¨¦rcito de la calle de M¨¦ndez N¨²?ez, junto al Retiro, parque precisamente convertido por las tropas de Bonaparte en cuartel general durante su ocupaci¨®n madrile?a, de sangriento recuerdo.
Resulta curioso que este museo madrile?o estuviera consagrado en un principio al arma de Artiller¨ªa, la misma de la que el corso proced¨ªa, y que tuviera su primera sede en el parque de Montele¨®n.
El personal de aquel museo entr¨® en combate contra los invasores, armado con las mismas armas que los estantes del museo a la saz¨®n exhib¨ªan.
Cuando las tropas del general Murat y sus mamelucos degollaban a mansalva a los patriotas madrile?os que les hostigaban por doquier, surgieron de aquella turba civil los capitanes Dao¨ªz y Velarde, que murieron heroicamente combatiendo al primero de los invasores, cuya mascarilla, ahora, el Museo del Ej¨¦rcito exhibe cerca del sarc¨®fago de sus adversarios.
La atribulada historia de esta mascarilla ser¨¢ relatada hoy pormenorizadamente por la ge¨®grafa e historiadora Susana Mart¨ªnez Arregui.
Su relato forma parte de las charlas que entre febrero y junio el Museo del Ej¨¦rcito establece con el p¨²blico a las 13.00 de cada domingo, para informarle sobre las mejores joyas que alberga.
La mascarilla figura documentada en el inventario del museo hecho en 1914, seg¨²n explica la propia Susana Mart¨ªnez Arregui. 'Cuando Napole¨®n muere a los 51 a?os en la isla volc¨¢nica de Santa Elena, el 5 de mayo de 1821, uno de los cuatro m¨¦dicos que le atend¨ªan, el doctor Arnott, sac¨® del cad¨¢ver una mascarilla en cera', se?ala. 'Seg¨²n algunos, aquella pieza desapareci¨® en un incendio en el palacio de las Tuller¨ªas [Par¨ªs] y fue robada por un alem¨¢n', se?ala.
Y a?ade: 'Dos d¨ªas despu¨¦s de la muerte en cautividad de Napole¨®n I, el brit¨¢nico doctor Francis Burton, auxiliado por el m¨¦dico corso Francesco Antommarchi, hicieron una nueva impresi¨®n, pero en aquella ocasi¨®n en yeso de baja calidad. Una tal Madame Bertrand, auxiliada por el galeno corso, rob¨® la m¨¢scara y la recuper¨® para Francia.
En 1833 Antommarchi llevar¨ªa consigo aquel yeso hasta Cuba. A trav¨¦s de una publicaci¨®n, convoc¨® por suscripci¨®n la venta de mascarillas, que distribuy¨® con peque?as efigies del emperador circundadas por su nombre y t¨ªtulos imperiales. La existente en Madrid, de bronce, carece de palabras.
La historia cuenta que Napole¨®n, sobre las escaleras del Palacio Real, dijo al futuro Jos¨¦ I: 'Aqu¨ª en Madrid Vos, hermano m¨ªo, vais a estar mejor hospedado que yo'.
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