El problema de Espa?a
Conozco dos tipos de aficionados al f¨²tbol. El primero ser¨ªa capaz de vender a su madre a una caravana de tuaregs a cambio de la victoria de su equipo. Se trata de un individuo a menudo perfectamente normal, incluso cuando habla de f¨²tbol, pero que, en cuanto el bal¨®n empieza a rodar, se transforma en un descerebrado soez y desagradabil¨ªsimo, o en un fan¨¢tico sin apelaci¨®n. Es, adem¨¢s, un peligroso pervertido: por supuesto, disfruta como un loco con las victorias de su equipo; pero qui¨¦n sabe si, secretamente, disfruta todav¨ªa m¨¢s de sus derrotas, que le permiten sumergirse en el pozo pestilente de la autocompasi¨®n o imaginarse como un h¨¦roe de tragedia luchando contra el fatum. Por lo dem¨¢s, y contra lo que se cree, este tipo de hincha es un individualista feroz, cuya fe no hace m¨¢s que afirmarse en la adversidad: si es del Bar?a, le encantar¨ªa vivir en Madrid para seguir siendo del Bar?a, y, si es del Madrid, le encantar¨ªa vivir en Barcelona para seguir siendo del Madrid. El orgullo masoquista y pendenciero de este tipo de hincha es indudable: ?c¨®mo si no se explican ustedes que en los dos ¨²ltimos a?os de infierno en la Segunda Divisi¨®n el Atl¨¦tico de Madrid haya aumentado de forma escandalosa su n¨²mero de socios?
El segundo tipo de hincha es distinto. Se trata de un individuo eminentemente gregario, que ignora cualquier noci¨®n de orgullo o de dignidad: si es del Bar?a y se va a vivir a Madrid, m¨¢s pronto que tarde acaba haci¨¦ndose del Madrid; si es del Madrid y se va a vivir a Barcelona, m¨¢s pronto que tarde acaba haci¨¦ndose del Bar?a. Carece por completo de la ambici¨®n heroica del resistente o de vocaci¨®n masoquista y, en consecuencia, no est¨¢ dispuesto a realizar el menor sacrificio por su equipo; es m¨¢s: en cuanto se le exige un sacrificio -en cuanto su equipo pierde dos partidos consecutivos- ya est¨¢ pensando en abandonar el barco abri¨¦ndose paso a codazos entre las mujeres y los ni?os. Le gusta el f¨²tbol, pero lo que sobre todo le gusta es divertirse, y por eso, tanto o m¨¢s que del f¨²tbol, disfruta del circo alucinante que rodea al f¨²tbol, y sobre todo de esas farras que se montan en casa de los amigos, con gritos y cervezas y abrazos entre l¨¢grimas al final del partido. Se trata, en suma, del hincha hed¨®nico, o del hincha tolerante: un ox¨ªmoron perfecto. Alg¨²n alma c¨¢ndida pensar¨¢ que ¨¦ste es el mejor hincha, el hincha ideal; se equivoca: es el peor. Gorgias dice que, en la literatura, quien se deja enga?ar es mucho m¨¢s inteligente que quien no se deja enga?ar; lo mismo ocurre en el f¨²tbol: el intolerante es mucho m¨¢s inteligente que el tolerante, porque, como el lector inteligente de Gorgias, obtiene m¨¢s placer. Todo el mundo conoce a hinchas del primer tipo; no as¨ª a los del segundo, pero, como ya va siendo hora de que salgan del armario, reconocer¨¦ que cada ma?ana me encuentro con uno de ellos al afeitarme.
Lo anterior vale (o al menos vale en Espa?a) para los hinchas de club; no para los de la selecci¨®n espa?ola. De hecho, y salvo Camacho y Antonio Resines, no conozco a nadie medianamente sensato que sea hincha de la selecci¨®n espa?ola. Si una brusca epidemia de legionela atacara a todos los equipos que participan en este Mundial, salvo a Espa?a y Arabia Saud¨ª, y acab¨¢ramos ganando el campeonato por goleada, sospecho que incluso los m¨¢s recalcitrantes -aquellos que por un esnobismo imposible van con equipos integrados por jugadores cuyos nombres les son tan familiares como los de los luchadores de sumo- celebrar¨ªan el triunfo del equipo, un poco a la manera en que, el d¨ªa en que gan¨® el Madrid la Copa de Europa, las calles de mi ciudad -tradicional reducto inexpugnable del barcelonismo- se llenaron de enfervorecidos aficionados del Madrid. No hay hinchas de la selecci¨®n: la gente se hace hincha de la selecci¨®n. O dicho de otro modo: cuando se trata de la selecci¨®n, todo el mundo es un falso hincha. Qui¨¦n nos lo iba a decir: el problema de Espa?a es que somos demasiado tolerantes. Si Camacho se entera.
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