De bibliotecas
Acabo de descubrir la principal virtud de la actual sociedad postmoderna que nos abruma y define: Hemos vencido al Pecado Original, ya no hay ni Eva ni Ad¨¢n, ni ?rbol del Bien y del Mal ni Manzana, ni desde luego Serpiente y ni siquiera Expulsi¨®n del Para¨ªso Terrenal que valga, ya nada ni nadie puede ni podr¨¢ desalojarnos de ¨¦l jam¨¢s, all¨ª estamos instalados de una vez para la eternidad. Y todo esto lo he descubierto por la carta al director de una bibliotecaria que supongo joven y repleta de buenas intenciones, que protestaba por mi art¨ªculo en defensa de esa raza en extinci¨®n que son las librer¨ªas y los libreros. Bien por las librer¨ªas, ven¨ªa a decir, pero ?qu¨¦ pasa con las bibliotecas, que son otro medio de acceso a la cultura, y hasta quiz¨¢ superior a las otras?
La democracia intent¨® arreglar los agujeros demasiado grandes y dispersos de nuestra red de bibliotecas
Se trataba -dejando aparte su aroma corporativista y pro domo sua del gremio- del t¨ªpico ejemplo de 'cr¨ªtica sustituyente', la que propone criticar una cosa en lugar de otra, como en el caso del ciudadano brit¨¢nico que para criticar un espect¨¢culo flamenco sali¨® del paso diciendo: 'Deber¨ªan leer la Biblia en lugar de lamentarse tanto'. Es evidente que bibliotecas y librer¨ªas son dos medios necesarios para acceder a la cultura, aunque muy diferentes entre s¨ª; uno -el primero- cada d¨ªa m¨¢s institucional, fuerte y poderoso (y servido por una clase funcionarial reservada a los m¨¢s altos destinos docentes) y el otro, como ya dije, en v¨ªas de extinci¨®n. Pero como los j¨®venes de hoy viven sin pecado original y absueltos de su propio pasado, pueden protestar en nombre de lo que ni viven y ni siquiera vivieron. Mi experiencia de las bibliotecas la cont¨¦ en el cap¨ªtulo 8 de mi libro El pasado imperfecto (1998), donde dije que una de mis primeras contradicciones era la de, amando como amo los libros y la literatura, comprobar mi 'aversi¨®n a las bibliotecas p¨²blicas', lo que argument¨¦ con algunos episodios all¨ª sufridos durante los tiempos franquistas -dificultades de acceso, de utilizaci¨®n y hasta expulsiones- que no voy a repetir ahora, cuando todo pasado son ya batallitas aburridas y olvidables, incluso lo de aquel pecado original del que la televisi¨®n, el consumo y el dinero nos han salvado para siempre.
Le¨ª sin parar en aquellos tiempos a trav¨¦s de todos los caminos: de bibliotecas de todo tipo, personales y familiares, de amigos y conocidos, de colegios e instituciones, privadas y p¨²blicas, pero tambi¨¦n librer¨ªas de nuevo y de viejo, quioscos y papeles tirados por los suelos, a trav¨¦s de pr¨¦stamos, compras y robos, claro est¨¢, y nada tiene de extra?o que mi acceso a la cultura siguiera un camino m¨¢s individual que colectivo, libertario, insobornable e insubordinado por definici¨®n, lo que desemboc¨® en un autodidactismo que mis veinte a?os de escolarizaci¨®n primaria, secundaria, universitaria y de periodismo, m¨¢s los de casi medio siglo de trabajo profesional no han podido borrar jam¨¢s y me siento orgulloso de todo ello, que as¨ª me ha dado -o prestado- la conciencia de haber cumplido con un trabajo de creaci¨®n de una obra personal en libertad, que es como uno debe crearse el camino hacia su cultura personal, pues no hay otra.
Las librer¨ªas han sido el reino del acceso personal, individual y en libertad a la cultura, eso s¨ª, pagando -aunque no siempre-, sus puertas est¨¢n o han estado abiertas (algunas sufr¨ªan y sufren a¨²n atentados), en ellas se ha podido o se puede consultar lo que se quer¨ªa o se quiere, leer a veces (y a trozos) libros enteros y hasta robar. Las bibliotecas fueron centros elitistas en sus or¨ªgenes (reyes, cortes, mecenas, academias, abad¨ªas) y por tanto creadas, censuradas o dirigidas desde arriba, y no por el libre comercio (que est¨¢ dejando de serlo, pues su mercado ya lo controla todo, librer¨ªas incluidas), sino por la decisi¨®n de sus propietarios o directivos. La democracia intent¨® arreglar los agujeros demasiado grandes y dispersos de nuestra red de bibliotecas (que no lo era), pero me cogi¨® tarde para corregirme y ahora adem¨¢s est¨¢ destrozando nuestras librer¨ªas. Las bibliotecas fueron entregadas a las autonom¨ªas, a los vascos, catalanes, gallegos, andaluces y as¨ª sucesivamente y cada cual organiza, censura y controla las suyas, y a su trav¨¦s a sus alumnos, pues as¨ª los educan, (de)forman y adoctrinan. De paso, Joaqu¨ªn Leguina lo hizo muy bien en la red p¨²blica de las de la Comunidad de Madrid, y as¨ª se lo han pagado, pues adem¨¢s es escritor, el colmo en estos tiempos en los que el libro, que no se rinde, tampoco rinde demasiado.
Lo de antes fue una eleg¨ªa por las librer¨ªas. Lo de hoy, una ambigua proclamaci¨®n de las bibliotecas como necesarias, aunque siga siendo una imperfecta red con sus agujeros m¨¢s grandes y dispersos que nunca, un sistema dictatorial por docente e institucional donde los amos (centros propietarios y equipos directivos) con escasos presupuestos son quienes lo controlan todo, como lo dicta ese nuestro actual sistema que est¨¢ despojando al liberalismo de su propia libertad.
Babelia
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