La ameba melanc¨®lica
Mientras los cronistas se afanan en buscar una raz¨®n a los enigmas del juego, los partidos del Campeonato Mundial vuelven a demostrar que todo equipo de f¨²tbol es en realidad un solo individuo con veintid¨®s ojos; una especie de ameba con uniforme y linimento cuya delicada piel se altera al influjo de los est¨ªmulos m¨¢s peque?os. Atrapada en la qu¨ªmica del estadio como una muestra en un crisol, esa extra?a criatura se extiende y se contrae incesantemente en hora y media de vida. A veces herida por la luz, a veces por el ruido y a veces por sutiles factores de la pasi¨®n, modifica continuamente su dibujo y su estado de ¨¢nimo: cambia de forma y de comportamiento hasta parecernos un ser desconcertante.
Sin perjuicio de sus debilidades, hay al menos dos clases de ameba en el cuadro de la fase final: en ambas se representa la diferencia que existe entre un verdadero aspirante al t¨ªtulo y un simple telonero. Hay amebas potentes, tenaces, agresivas; seres refractarios al calor, indiferentes a las emociones y resistentes a la fractura. Y hay amebas pusil¨¢nimes; seres tenues, vol¨¢tiles y quebradizos que se desintegran r¨¢pidamente al olor de la derrota, tal como esas vistosas formas de vida submarina se degradan al contacto con el aire. Inglaterra, Argentina, Alemania y Brasil forman parte del primer grupo. ?Y Espa?a?
Por el momento Espa?a est¨¢ en tierra de nadie. Sabemos que es capaz de todo, lo que equivale a decir capaz de nada. A ratos la hemos visto jugar admirablemente ante Eslovenia y Paraguay. En ellos iba y ven¨ªa por las invisibles calles del campo sin descomponer la figura; maniobraba con la seguridad que transmiten quienes tienen dos valores: el plan que se precisa para ganar y el car¨¢cter que se precisa para aplicarlo. En los peores minutos, el escorpi¨®n se convert¨ªa en cris¨¢lida. Entonces la Selecci¨®n parec¨ªa un animal fr¨ªo, blando y pasivo al que cualquier principiante pod¨ªa acosar, pinchar o pisotear sin otro riesgo que el de mancharse las botas. Tan radical metamorfosis escapaba al dominio de los fen¨®menos explicables: a primera vista los jugadores hab¨ªan sufrido un ataque de amnesia y otro de desorientaci¨®n. All¨ª nadie sab¨ªa qui¨¦n era ni por d¨®nde andaba.
Puesto que, con ligeras variaciones, nos ha ofrecido ambas im¨¢genes de s¨ª misma, necesita acreditarse inmediatamente como equipo estable y reconocible. Sabemos que, con mayor o menor inspiraci¨®n, Alemania ser¨¢ siempre una colmena, Inglaterra un enjambre, Italia un avispero, Argentina un ciempi¨¦s y Brasil una escola de samba. Ocurra lo que ocurra, todas ellas creer¨¢n en s¨ª mismas; en caso de urgencia sabr¨¢n buscar su oportunidad y su partitura.
Tambi¨¦n es cierto que la selecci¨®n espa?ola carece de la ventaja inicial que hace grandes a sus colegas ganadoras del t¨ªtulo mundial. Carece de la memoria del campe¨®n.
Pero, por desgracia, los manuales dicen que s¨®lo hay un modo de conseguirla: ganar el Campeonato.
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