A Johannesburgo por la 'Supersur' de Bilbao
Dentro de tres meses, la comunidad internacional se reunir¨¢ en Johannesburgo (Sur¨¢frica), en una nueva Cumbre de la Tierra. Diez a?os despu¨¦s de la cita de R¨ªo de Janeiro, las Naciones Unidas vuelven a tomar el pulso ambiental y social al planeta. Desde la reuni¨®n de Estocolmo de 1972, la comunidad internacional lleva treinta a?os celebrando cumbres sobre desarrollo y medio ambiente. De hecho, el concepto de desarrollo sostenible, que trata de armonizar el desarrollo econ¨®mico con la cohesi¨®n social y la preservaci¨®n de los sistemas naturales, fue formulado hace ya 15 a?os, en 1987, por las Naciones Unidas en el conocido informe Nuestro Futuro Com¨²n.
Es indudable que en ese tiempo se han conseguido muchos e importantes avances, desde las moratorias en la caza de ballenas hasta el Protocolo de Montreal, que proh¨ªbe las sustancias destructoras de la capa de ozono, pasando por los progresos en el control de la contaminaci¨®n relacionada con la lluvia ¨¢cida, las significativas mejoras en la eco-eficiencia industrial o la continua extensi¨®n de la red mundial de espacios naturales protegidos, por citar unos pocos ejemplos. Sin embargo, la situaci¨®n en su conjunto sigue empeorando, tal y como lo reconocen las Naciones Unidas y la Uni¨®n Europea en sus respectivos informes preparatorios de la cumbre. Diversas razones econ¨®micas, demogr¨¢ficas, sociales, pol¨ªticas e institucionales ayudan a explicar las razones de ese empeoramiento. Sin embargo, ante el D¨ªa del Medio Ambiente quiero insistir en un aspecto que s¨®lo en raras ocasiones es objeto de reflexi¨®n abierta.
Quienes hace 30, 20 o 10 a?os creyeron que el ecologismo era una moda pasajera se equivocaron totalmente
Aqu¨ª y ahora, las presiones ambientales en el Pa¨ªs Vasco siguen siendo extraordinariamente elevadas
Nuestra sociedad est¨¢ en conflicto con la naturaleza porque, en nuestra ignorancia y en nuestra arrogancia, hemos cre¨ªdo estar por encima y al margen suyo. La sociedad ha perdido, en alg¨²n recodo del camino, el contacto esencial con el medio natural que le rodea. A diferencia de lo que fue la experiencia vital de nuestros antepasados, a diferencia de la experiencia vital de otras sociedades y culturas no tecnocr¨¢ticas, las altas monta?as, los caudalosos r¨ªos, los verdes valles, los umbr¨ªos bosques, la mar, el viento, las otras especies, los paisajes... ya no nos ayudan a conformar nuestra cosmovisi¨®n, el sentido hondo y b¨¢sico de nuestra existencia. Los humanos nos hemos quedado solos en el vasto oc¨¦ano de la vida porque hemos perdido la capacidad de sentirnos formando parte de la totalidad que nos rodea.
Al haberla vaciado de contenido significante, la naturaleza ya no habla al hombre moderno como le habl¨® durante cientos de generaciones en el pasado. Para nuestra sociedad moderna, la naturaleza es poco m¨¢s que un espacio amplio de objetos muertos a su disposici¨®n, a los que puede extraer, exprimir, triturar, contaminar sin reparo moral o ¨¦tico alguno. La biosfera que nos rodea y de la que somos parte indisoluble, no es sentida como la Casa Com¨²n y, por tanto, hemos perdido el sentido de pertenencia hacia ella. Ah¨ª est¨¢ la herida. Por eso seguimos en lucha con la naturaleza.
En ese panorama dominado por las sombras, el destello de luz m¨¢s esperanzador es el hecho de que, hoy d¨ªa, hay millones de personas en los cinco continentes que comparten plenamente las palabras de Richard St. Barbe cuando dec¨ªa: 'Esta generaci¨®n se enfrenta con el reto de tener (...) la grandeza de declarar: 'No queremos tener nada que ver con la destrucci¨®n de la vida. No participaremos en la devastaci¨®n de la Tierra'.
El anhelo de hacer que el desarrollo humano sea socialmente solidario y ambientalmente sostenible est¨¢ firmemente enraizado en el coraz¨®n de muchas personas de todas las etnias, colores, edades, sexo, credos y clases sociales de todo el mundo. En la mente y en los corazones de esas personas radica la fuerza incuestionable del ecologismo como movimiento social internacional. Por eso, quienes hace 30, 20 o 10 a?os creyeron que el ecologismo era una moda pasajera se equivocaron totalmente.
La importante cita de Johannesburgo viene en gran medida condicionada por la estruendosa contrarreforma ambiental emprendida por la actual Administraci¨®n norteamericana. Ante esa situaci¨®n, la Uni¨®n Europea tiene la responsabilidad de asumir el liderazgo mundial hacia la sostenibilidad y hacerlo valer en la cumbre sudafricana para que la comunidad internacional d¨¦ pasos reales hacia el desarrollo sostenible. Pero el compromiso europeo hacia la sostenibilidad se construye d¨ªa a d¨ªa en cada una de sus sociedades. Cada pueblo europeo debe enfrentar el reto de ser un actor, un dinamizador, un impulsor del desarrollo sostenible. ?se es el compromiso que tanto el lehendakari como sus consejeros adquirieron solemnemente el 22 de enero de 2001 al firmar el Compromiso por la Sostenibilidad del Pa¨ªs Vasco.
Ahora bien, el lehendakari y su Gobierno deben ser conscientes de que, aqu¨ª y ahora, las presiones ambientales en el Pa¨ªs Vasco siguen siendo extraordinariamente elevadas. De hecho, algunas de las actuaciones previstas para el inmediato futuro alejan, en los hechos, el necesario giro hacia el desarrollo sostenible dise?ado por la Estrategia Ambiental Vasca. Tres grandes ¨¢reas siguen desequilibrando la balanza hacia la no sostenibilidad: la ocupaci¨®n descontrolada del territorio, los planes energ¨¦ticos hiperdesarrollistas en el ¨¢rea metropolitana de Bilbao y la pol¨ªtica de transporte, con el muy negativo proyecto de la Supersur a la cabeza.
En momentos en que la Uni¨®n Europea hace serios esfuerzos por modificar su pol¨ªtica hacia modelos de transporte sostenible, las diputaciones vascas siguen gastando cantidades ingentes de dinero p¨²blico en carreteras. En los ¨²ltimos a?os se ha repetido innumerables veces que hoy d¨ªa la presi¨®n ambiental m¨¢s descontrolada que hay en la Europa comunitaria es, precisamente, la que proviene del transporte por carretera. La presi¨®n es tan ingente que la Agencia Europea del Medio Ambiente ha cuantificado las externalidades del transporte en nada menos que el 8% del PIB de la UE -5,5% debido a los costes ambientales, 2,3% debido a los accidentes y 0,5% debido a los costes asociados a la congesti¨®n del tr¨¢fico-. El propio diagn¨®stico que sirvi¨® para redactar la Estrategia Ambiental Vasca dice lo siguiente: 'Las consecuencias ambientales del modelo actual de transporte se traducen en una demanda continua de suelo para nuevas infraestructuras, en el consumo creciente de combustible y en un incremento de emisiones de gases contaminantes a la atm¨®sfera'.
Esos datos y conclusiones, o el que el consejero de Transportes y Obras P¨²blicas, ?lvaro Amann, haya dicho p¨²blicamente que 'hay que lograr que a los conductores les resulte inc¨®modo usar el coche a diario', no impiden, sin embargo, que el diputado de Transporte de Guip¨²zcoa presente como un gran logro la inversi¨®n de 2.000 millones de euros en la pomposamente llamada Red de Carreteras de Alta Capacidad. Tampoco impiden que la Diputaci¨®n de Vizcaya, con el diputado general a la cabeza, propugnen el dislate ambiental de la Supersur dentro del no menos pomposo Plan Especial de Accesibilidad Bizkaia 2003. Este ¨²ltimo proyecto, cuyo presupuesto inicial es de 465 millones de euros, es un vial de 14 kil¨®metros entre Trapagar¨¢n y Arrigorriaga con m¨¢s de la mitad del recorrido soterrado, que acabar¨¢ de esquilmar buena parte de los escasos espacios naturales que rodean a un ¨¢rea ambientalmente tan castigada como es el Gran Bilbao.
Es en estas decisiones pr¨¢cticas donde el Gobierno vasco se juega su credibilidad ambiental. Nuestros diputados de Transporte, por su parte, no pierden ocasi¨®n de decir que apoyan el transporte sostenible... pero dentro de 10 o 15 a?os! Mientras tanto, nos proponen viajar a Johannesburgo por la Supersur de Bilbao. Alguien les tendr¨ªa que decir que seguir confundiendo progreso con m¨¢s hormig¨®n para las carreteras es haberse quedado anclados en ideas de hace 15 a?os y que ¨¦sa no es la pol¨ªtica de transporte sostenible que, se supone, defiende el Gobierno vasco.
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