Lo primero, fuera zapatos
Ir de un Mundial a otro, dos torneos muy bien organizados pero a a?os luz entre s¨ª, se convierte en una odisea
Los mundos ajenos entre japoneses y coreanos han alterado el plan inicial de la FIFA. Si quer¨ªa un Mundial en dos pa¨ªses, se ha dado de bruces con la realidad: dos Mundiales en dos pa¨ªses. En dos naciones que ni siquiera han consensuado a¨²n c¨®mo se llama el oc¨¦ano que les aleja: para los coreanos es el Mar del Este; para los japoneses, el Mar de Jap¨®n. Dos pa¨ªses que viven en paralelo el torneo, cada uno el suyo, sin grandes miradas a lo que ocurre al otro lado. Desde que la FIFA les concedi¨® el Mundial ni japoneses ni coreanos renunciaron un ¨¢pice. Cada uno con su comit¨¦ organizador, el mismo n¨²mero de sedes, id¨¦ntica cifra de partidos, todos con megaestadios nuevos. Su principal cord¨®n umbilical les ha fallado. Las l¨ªneas a¨¦reas de cada pa¨ªs suscribieron un convenio para ampliar la flota de vuelos en ambas direcciones y el asunto no ha resultado. 'La gente ha decidido ver el Mundial en un pa¨ªs u otro, no hay viajes de ida y vuelta', se lamentaba estos d¨ªas en la prensa surcoreana un portavoz de la Korean Air Lines, que apostillaba: 'Los japoneses no vienen, y el a?o pasado la mitad de los cinco millones de visitantes que tuvo Corea eran japoneses'. Los nipones no dan datos al respecto. La escasez de turismo bidireccional no es extra?a. Cruzar a casa del vecino es una odisea.
Y fruncen el ce?o si, al encender el ordenador, no tiene bater¨ªa y no hay d¨®nde enchufarlo
Se denomine como se denomine el mar que les separa, sobrevolarlo requiere medio d¨ªa y una paciencia infinita. Si la direcci¨®n es Corea-Jap¨®n, lo primero que hay que conseguir, se est¨¦ en la sede que se est¨¦, es pisar Se¨²l, donde en ocasiones ni los int¨¦rpretes se aclaran con los siempre amables y bien predispuestos residentes. De los 360 vuelos semanales que enlazan ambos pa¨ªses, 291 parten del Aeropuerto Internacional de Incheon, en la capital coreana, a m¨¢s de una hora del centro urbano. A los que consiguen llegar a tiempo a la pista aeroportuaria a¨²n les restan dos horas largas de vuelo hasta Tokio. Si ocurre que la meta es Sapporo, por ejemplo, al norte del pa¨ªs, la cosa no es broma. Otro vuelo, si lo hay, porque todo est¨¢ saturado. Los afortunados con billete tienen otros 75 minutos por el aire y ya en Sapporo, un convoy de trenes, r¨¢pidos y no tan r¨¢pidos, para alcanzar el estadio. La organizaci¨®n recomienda llegar tres horas antes de los partidos. Si hay que cambiar de pa¨ªs casi es pura fantas¨ªa; antes gana China el Mundial.
Por supuesto, el vuelo entre los dos pa¨ªses se debe realizar con todos los requisitos de un tr¨¢nsito internacional. Es decir, unos y otros reclaman al pasajero for¨¢neo el formulario de inmigraci¨®n: a la salida de Se¨²l, a la entrada de Tokio, a la despedida de Tokio y al hacer cumbre en Se¨²l. Los mismos tr¨¢mites que en un circuito a¨¦reo entre Madrid y Corea o Jap¨®n y Barcelona. Pese al Mundial, no hay excepciones.
No importa que en los aeropuertos de Jap¨®n, uno de los pa¨ªses con m¨¢s tr¨¢fico a¨¦reo del mundo, se formen pelotones humanos en torno a las aduanas. '?A qu¨¦ viene usted?' 'A trabajar, que hay un Mundial por aqu¨ª' '?Y de d¨®nde viene?' 'De Corea, que tambi¨¦n all¨ª hay Mundial' '?Y por qu¨¦ s¨®lo est¨¢ un d¨ªa en Jap¨®n?' 'Porque ma?ana hay otro partido en Corea'. '?Y piensa volver?' 'Bueno, mire, si Francia gana... y se cruza con..., quiz¨¢; si Inglaterra, que ayer venci¨®, le mete..., puede; si Espa?a llega a la final de Yokohama...' Esos ¨²ltimos supuestos funcionan como una p¨®cima m¨¢gica, el funcionario se abruma y ya se le puede regatear. Aunque todo resulte en vano, porque el vuelo puede despegar mientras sus aspirantes a pasajeros se abren paso entre la marea humana que copa cada azulejo de la terminal.
Las colas aduaneras, por interminables que sean, se a?oran cuando aparecen los controles de seguridad. Dos por aeropuerto -a la entrada de la zona de embarque y en la puerta de vuelo correspondiente-. Lo primero, fuera los zapatos y los calcetines. Y el reloj, las gafas, el tabaco... Y a encender el ordenador, que cuando no tiene bater¨ªa y no hay d¨®nde enchufarlo les hace fruncir el ce?o. Como cuando un pasajero desesperado por el chivato arco policial, intentaba, quiz¨¢ por temor a ser desnudado, culpar a una vieja cicatriz bajo la cual varios tornillos de titanio perforan sus huesos. Nada, todos patas arriba dos veces en un tramo de diez minutos. Sin excepciones. Aunque se sea campe¨®n del mundo, como el t¨¦cnico argentino Carlos Salvador Bilardo, a¨²n bajo sospecha seis a?os despu¨¦s de que Maradona le hiciera part¨ªcipe del t¨ªtulo mundial. Al ex seleccionador, el pasado s¨¢bado en el Aeropuerto de Tokio, s¨®lo le falt¨® que le examinaran con rayos x, mientras a ¨¦l, at¨®nito, se le aflojaban en varias direcciones todos los m¨²sculos de la cara.
Superados todos los controles japoneses a¨²n restan los de Se¨²l. Vuelta a empezar. El empacho se repite, con las mismas explicaciones a los oficiales de inmigraci¨®n, a los minuciosos agentes de polic¨ªa; los cambios de moneda, distinta intensidad el¨¦ctrica, el pasaporte estrujado. Todo por ir de un Mundial a otro; dos torneos muy bien organizados, pero a a?os luz entre s¨ª.
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