La moral del cazador
Las cosas ya no son lo que eran. La frase es un t¨®pico, pero expresa tambi¨¦n un sentimiento real, de inseguridad y temor por la p¨¦rdida de determinadas formas de pensar o costumbres que, a menudo, son privilegios para algunos. Las mujeres ya no son lo que eran revela m¨¢s de una inquietud ante las nuevas formas de relaci¨®n que ¨¦stas exigen a la sociedad y a los hombres en particular. Esto me parece que es lo que le ha ocurrido a un se?or de Ponferrada, alcalde para m¨¢s se?as, al que los tribunales y lo que llamamos la opini¨®n p¨²blica han condenado y afeado la conducta. Porque, seg¨²n parece, las cosas ya no son lo que eran. Esper¨¦moslo.
Yo imagino que en este asunto de Nevenka, el alcalde y sus partidarios, que a¨²n se manifiestan indignados, no salen de su asombro. ?Qui¨¦n iba a pensar que la chica se atrever¨ªa a decir en voz alta sus intimidades, sin exponerse a perder la honra y m¨¢s? Como quiso que ocurriera el famoso fiscal del caso, Garc¨ªa Ancos, al que hubo que recordarle que la mujer no era la acusada. A este se?or, ha dicho la prensa, le traicionaba el inconsciente machista, pero ?por qu¨¦ el inconsciente? Yo creo que lo que le ha funcionado a este se?or es el consciente y que el hombre estaba plenamente convencido de lo que dec¨ªa. Por eso el pobre ha gritado en la prensa: ?de qu¨¦ se extra?an los hip¨®critas que me critican si mis declaraciones son las normales?; ?no es as¨ª como pasan las cosas?, ?no sabemos todos que los hombres con poder presionan a las mujeres que son sus subordinadas para que les concedan sus favores? Y ?no es obligaci¨®n de ¨¦stas guardarse de ellos y darles una bofetada cuando pueden? Y si no lo hacen as¨ª ?qui¨¦n puede decir que las mujeres no consienten, porque ya se sabe que siendo j¨®venes y bonitas, son bastantes perversas y seducen arteramente a los hombres, para desplumarles? Ya hablar¨¦ yo con los m¨ªos y me oir¨¢n, dijo el se?or fiscal. Y mire usted por donde, los suyos se han visto obligados a apartarlo del caso. ?ste es otro al que la reacci¨®n, digamos medi¨¢tica, ha cogido con el pie cambiado. Con el pie de los viejos tiempos en que se dice las mujeres ten¨ªan poca defensa.
En los buenos tiempos de la nobleza, los se?ores ten¨ªan derecho a usar de las mujeres de sus servidores, pero esto no ocurr¨ªa sin esc¨¢ndalo de los buenos burgueses que, en el teatro, aplaud¨ªan la habilidad de F¨ªgaro, el criado cuyas bodas Mozart inmortaliz¨®, para burlar al conde Almaviva, que quer¨ªa a toda costa seducir a su Susana. La cual, debemos saber, contaba con la alianza de la condesa Almaviva, que castigaba as¨ª la inmoralidad y las infidelidades del marido, como deb¨ªa hacerlo toda esposa ultrajada. Sin embargo, la guillotina aplicada a ciertos nobles no hizo m¨¢s virtuosos a sus sucesores y la seducci¨®n y el abandono de las mujeres forzadas continu¨® siendo costumbre en las casas de los piadosos burgueses que desped¨ªan a sus criadas embarazadas por el se?or o el se?orito. Esta forma de violaci¨®n, que en su tiempo se llamaba estupro, nos parece ahora cosa de otros tiempos. Esper¨¦moslo. Pero pongamos condiciones para que ning¨²n alcalde o fiscal piense que la seducci¨®n con violencia a¨²n les ocurre a las cajeras de un supermercado cualquiera.
Lo que ha ocurrido en el caso Nevenka no se lo esperaban. Ha ocurrido que la mujer, que no oculta que tuvo una relaci¨®n, al principio querida con el denunciado, decide primero romperla y, despu¨¦s, no soportar m¨¢s el acoso de su antiguo amante y las presiones de su entorno e ir a los tribunales. Y ocurri¨® tambi¨¦n que el p¨²blico y los jueces la han cre¨ªdo y que el agresor ha sido condenado. Poco importa si poco o mucho. Lo que importa es la condena de determinados usos y el escarnio de muchos, a los que les hubiera gustado banalizar esas cuestiones, porque no es para tanto. O porque, qui¨¦n dice que la chica no tuviera alguna culpa, trat¨¢ndose de un se?or tan honorable y que adem¨¢s es de mi partido.
Fernando Schwartz ha escrito, en cartas al director, como un simple ciudadano, escandalizado de que las mujeres del PP, y lo mismo dir¨ªa yo de los hombres, no muevan un dedo a favor de la mujer acosada que, tambi¨¦n es -o era- de su partido. Atrapados en su disciplina de partido, sus portavoces han guardado un clamoroso silencio, ante lo que, a todas luces, era un abuso de poder de uno de sus correligionarios. Como en los viejos tiempos, dice Schwartz, en que las violaciones a las mujeres se deb¨ªan al uso de la minifalda. Les recomiendo el texto. (EL PA?S, 2 de junio de 2002).
Los hay que sospechan de la mujer. Podemos creer que sinceramente. Las mujeres ni son santas ni tienen siempre raz¨®n. Un amigo m¨ªo me dijo a prop¨®sito: esa Nevenka, vaya t¨ªa lista. P¨¢nico me dar¨ªa que me cogiera por delante. Mi amigo no es un machista, no se llama a enga?o sobre la bondad de las mujeres y piensa, como Carmen Alborch, que la maldad y el enga?o son tan posibles en nosotras como en ellos.Yo no s¨¦ si en este caso, la mujer es m¨¢s inocente o m¨¢s calculadora. Pudiera ser que la chica se amparara en el poder de su pretendiente, como ahora insin¨²an los partidarios del alcalde, y que se diera por contenta por llegar a ser concejal con menos de treinta a?os. Pero si esto ocurri¨®, ?por qu¨¦ nadie en el partido de ?lvarez dijo nada? ?Porque as¨ª son las cosas en pol¨ªtica, en donde hay esc¨¢ndalos que no escandalizan nada? Como el favoritismo y la corrrupci¨®n, que se silencia, porque es de los m¨ªos. Se?ora Botella, este se?or ten¨ªa que haber dimitido antes porque ten¨ªa poca defensa, si como parece era sospechoso de tr¨¢fico de influencias y, entre otras cosas, se hab¨ªa dejado seducir por la mujer haci¨¦ndola concejal sin otros m¨¦ritos. Y, este se?or ten¨ªa que haber dimitido, tambi¨¦n, porque ha quedado probado que hab¨ªa machacado a la chica que, en un momento dado, dijo no. ?C¨®mo pueden , se?oras -y se?ores- olvidarse de todo esto?, ?c¨®mo podemos creerles cuando dicen que est¨¢n por moralizar la pol¨ªtica? o ?es que no se est¨¢ por ello o s¨®lo se est¨¢ cuando el pecado lo comete el otro, que suele ser el adversario pol¨ªtico? y ?por qu¨¦ les cuesta tanto, a unos y a otras, ponerse del lado de las mujeres, cuando dicen que est¨¢n por la igualdad de derechos entre los sexos y por la defensa del respeto debido a las mujeres?, ?o es que tampoco lo est¨¢n?
No se me escapa que hay hombres -y mujeres- que se sienten molestos con estos asuntos, temen que las mujeres vayamos demasiado lejos en nuestras denuncias y que los hombres -como gen¨¦rico- puedan pasar de ser libertinos disculpados a ser sospechosos mayores de tendencias l¨²dico-acosantes. Como se comprueba en la calle, en donde hay demasiada gente a la que le resulta m¨¢s f¨¢cil castigar al culpable, que compadecer o proteger a la v¨ªctima. Y, sabemos que, cuando un Estado interviene en la cuesti¨®n de las costumbres poner orden implica siempre menguar la libertad. En la sociedad que yo quiero las cuestiones de la sexualidad, como otras muchas, deber¨¢n resolverse en privado, ordenadas por la libre voluntad y consentimiento de los que se aman. Esta es la sociedad ilustrada que yo imagino. Pero ¨¦sta no ser¨¢, antes de que los hombres -y las mujeres si cabe- hayamos aprendido que, en las relaciones de amor, un no es un no, aunque un s¨ª estar¨ªa muy bien. Y otras muchas cosas. Mientras tanto estar¨¢ bien que las mujeres se atrevan a denunciar, que las gentes las crean y que jueces y fiscales y dem¨¢s respeten a las personas y a las demandas.
Isabel Morant es profesora de la Universidad de Valencia.
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