Yo, Pierre Rivi¨¨re
'Yo, Pierre Rivi¨¨re, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano...', quiero dar a conocer los motivos que me llevaron a ello -y el hombre relata su vida-. As¨ª comienza la Memoria de este parricida escrita en la c¨¢rcel de Vire (Francia, Normand¨ªa) en 1835, poco antes de ser juzgado. ?l era normando, de la zona de Calvados (conocida hoy por sus licores). La recoge Michel Foucault en uno de sus libros. El relato resulta espeluznante. No porque nos hable de un psic¨®pata, sino justamente por lo contrario: es la historia de un tipo normal, un tanto extra?o, desde luego -no m¨¢s que la mayor¨ªa de nosotros-, acomplejado por su marginaci¨®n juvenil, y entregado a la causa de su padre, humillado una vez tras otra por una madre caprichosa y despiadada.
Uno desconoc¨ªa el texto. Tras su pista le puso Mikel Peci?a, profesor de lengua espa?ola en la UNED de Par¨ªs (ahora empe?ado en asuntos del Padre Barandiar¨¢n; pero ¨¦sa es otra historia). Y realmente, el relato merece la pena. Escrito en un estilo sobrio y claro, desmenuza con franqueza las razones del asesino en que se convirti¨® aquel chaval (una especie de Juli¨¢n Sorel de aldea -de Rojo y negro, Stendhal-). Hasta el punto de que uno piensa si, en sus circunstancias, no hubiera hecho otro tanto.
En este pa¨ªs de homicidas 'ilusionados' (el caso es que reinciden) y asesinos potenciales, gente que puede ahora estar leyendo esto mientras come un croissant, o que puede encontr¨¢rselo usted en su empresa, su ciudad o su familia, conviene reflexionar de vez en cuando sobre estas cosas. Sobre las razones que pueda haber para matar.
?Las hay? Pierre Rivi¨¨re lo niega tras haber cometido su triple asesinato. S¨®lo despu¨¦s (pero ser¨ªa un avance en s¨ª mismo: nadie ser¨ªa reincidente, y nosotros, por desgracia, los tenemos). ?Razones para matar? Haberlas..., no las hay (salvo que le lleven a uno directamente al desolladero). Pero algunos llegan a cre¨¦rselo. Pierre Rivi¨¨re se lo crey¨®. ?C¨®mo?
Sus lecturas, lo que ven¨ªan a contarle tras el per¨ªodo napole¨®nico unos y otros, le condujeron a 'ideas de grandeza e inmortalidad' ('me sent¨ªa devorado' por esa sensaci¨®n). Sigui¨® el ejemplo de Eleazar, macabeo que mat¨® un elefante a sabiendas de que sus tripas le enterrar¨ªan, con tal de matar al rey enemigo. Sigui¨® el ejemplo de Chatillon, 'que defendi¨® solo hasta la muerte el paso de una calle en la que abundaban los enemigos para apresar al rey', el de los l¨ªderes de la Vend¨¦e que dec¨ªan: 'si avanzo, seguidme, si retrocedo, matadme, si muero, vengadme'. Una heroica de la resistencia que 'justificaba' matar.
Y, se dec¨ªa, si ellos pod¨ªan matar y morir por ideas abstractas y lejanas, ¨¦l pod¨ªa hacerlo por su padre. De hecho, s¨®lo pod¨ªa liberar a su padre (humillado y abatido por causa de su madre y de su hermana) 'muriendo por ¨¦l'. Aqu¨¦lla era una idea 'sublime' que s¨®lo los 'elegidos' (¨¦l) pod¨ªan comprender.
?Por qu¨¦ matan nuestros j¨®venes (algunos pocos, pero matan sin piedad: una pistola y poco m¨¢s)? Y pienso en el ejemplo. El ejemplo, y en el discurso sobre el ejemplo. Otegi dando vivas a Euskadi Ta Askatasuna (aparentemente, retador), el discurso sobre la heroicidad de Argala, de Etxebarrieta, o del vecino o amigo de la localidad. Eso es lo que cuenta. Cierta idea de gloria y justicia, de imaginario sobre un acto sublime por el que uno ser¨¢ recordado (?sus biograf¨ªas?, debi¨¦ramos conocerlas como la de Rivi¨¨re), eso es lo que cuenta.
Pobres chavales. Ellos no hacen sino asumir vitalmente el discurso de cuatro c¨ªnicos; hacer suyo el 'ejemplo'. (Y Arzalluz -que se querelle si quiere- es el consiliario de todo esto.) Les ocurre como a Pierre Rivi¨¨re. Nadie les agradecer¨¢ los 'servicios prestados'. Se pudrir¨¢n en la c¨¢rcel de Vire, como Rivi¨¨re, o en la de Puerto de Santamar¨ªa.
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