Supervivencia de la Documenta
La Documenta de Kassel, con sus 116 artistas emplazados en cinco lugares diferentes de la hist¨®rica ciudad alemana, -el Museo Fridericiano, la Kulturbahnhof, el Documenta-Halle, la Orangerie-Karlsaue y el Binding-Brauerei-, ha logrado sorprender a quienes esperaban una visi¨®n del arte actual enf¨¢ticamente pol¨ªtica. Este prejuicio se deb¨ªa a la fama que arrastraba su director, el nigeriano Okwui Enwezor, el cual, adem¨¢s, con la serie de debates previos que antecedieron a la inauguraci¨®n de la muestra, tampoco ayud¨® a despejar las inc¨®gnitas. En todo caso, no es que la 11 Documenta sea, ni mucho menos, 'apol¨ªtica', sino que, honestamente, Enwezor y su equipo han comprendido que el intr¨ªnseco car¨¢cter pol¨ªtico que tiene toda obra de arte no necesitaba ninguna ayuda ni maquillaje ideol¨®gicos exteriores. Por otra parte, esta edici¨®n tambi¨¦n ha sabido sortear la agobiante presi¨®n comercial que suele destrozar la credibilidad de estas plataformas de exhibici¨®n de arte actual, sobre todo, a partir de la conversi¨®n de ¨¦ste en un formidable negocio, que no deja de multiplicarse desde la d¨¦cada de 1980, borr¨¢ndose con ello cada vez m¨¢s la imprescindible l¨ªnea de separaci¨®n entre una 'documenta' o una 'bienal' y una feria.
De todas formas, que Enwezor y
su equipo se hayan ganado, en esta ocasi¨®n, el merecido respeto, no anula el problema de fondo que asedia al arte actual y, todav¨ªa m¨¢s, a la Documenta de Kassel, cuya supervivencia moral est¨¢ seriamente amenazada desde comienzos de 1980. Ya en la s¨¦ptima edici¨®n, la que se celebr¨® en 1982 bajo la direcci¨®n de Rudi Fuchs, se produjo la sensaci¨®n de que est¨¢bamos ante el deslumbrante funeral de esta hist¨®rica y prestigios¨ªsima muestra. Inaugurada su primera edici¨®n en 1955, la Documenta de Kassel surgi¨® con la sana intenci¨®n pol¨ªtica de poner en p¨²blica evidencia el valor democr¨¢tico del arte de vanguardia, no s¨®lo porque ¨¦ste hubiera sido perseguido por el nazismo, sino por su manifiesta incompatibilidad con cualquier clase de r¨¦gimen pol¨ªtico totalitario. Con este esp¨ªritu, fuera cual fuera el talento de sus respectivos directores, mientras dur¨® la guerra fr¨ªa y la vanguardia art¨ªstica se manten¨ªa discretamente al margen del mercado, la Documenta no tuvo dificultades para cumplir con su labor; pero ?c¨®mo hacerlo en una era de 'pensamiento ¨²nico', mercado global y fagocitaci¨®n institucional de la cultura? M¨¢s: ?c¨®mo lograr que un certamen de estas caracter¨ªsticas no se transforme en un espect¨¢culo dentro de una sociedad espectacular como la nuestra?
En este sentido, hay que estar ciego para no apreciar que, se mire por donde se mire, la 11 Documenta de Kassel es ya otro de los muchos tinglados espectaculares que hoy se montan a costa del arte, pero, en este caso, afortunadamente, sin que todav¨ªa las obras de arte hayan sido expulsadas y sustituidas por simulacros. Desde el punto de vista argumental, la tesis elegida por Enwezor -reflexionar sobre la situaci¨®n del arte en la era 'poscolonial'-, no por ingeniosa y brillante, deja de ser de una obviedad insustancial, un mero eslogan, que, como tal, no hila otra cosa que el subrayar que hoy se hace arte en todo el mundo y no se puede limitar su selecci¨®n a los occidentales, en cuyas opulentas sociedades habitan, trabajan y crean adem¨¢s inmigrantes de las procedencias m¨¢s diversas. No es, por tanto, esta apelaci¨®n al multiculturalismo lo que acredita a esta edici¨®n de la Documenta, sino el indudable respeto que han demostrado Enwezor y su equipo por las obras de arte, as¨ª como el encomiable sentido profesional con que han trabajado en la presentaci¨®n p¨²blica de ¨¦stas. En relaci¨®n con esto ¨²ltimo, el visitante tiene la impresi¨®n inmediata de hallarse ante un planteamiento di¨¢fano, ordenado, equilibrado, saludablemente acad¨¦mico. Aunque el espacio de exhibici¨®n se ha multiplicado, nunca se tiene la sensaci¨®n de acumulaci¨®n alocada, ni de dilapidaci¨®n, sino de que cada artista ha contado con lo que necesitaba. Habi¨¦ndose apostado por las instalaciones, la fotograf¨ªa y el v¨ªdeo, se ha logrado que excepcionalmente ninguna de estas obras se interfiera entre s¨ª, ni pierda su inexcusable ¨¢mbito propio de atenci¨®n espec¨ªfica. Tiene particular m¨¦rito al respecto el que, por ejemplo, siendo una buena parte de las instalaciones seleccionadas recreaciones del mundo ¨ªntimo de los artistas a trav¨¦s de la reconstrucci¨®n de su taller, todas hayan obtenido las salas apropiadas para ello. En cuanto a los v¨ªdeos, se a¨ªslan o se expanden sin coacci¨®n, siguiendo su propia ley narrativa o el efecto visual requerido.De esta manera, el recorrido es de una limpidez cartesiana.
Y si hay comprensi¨®n y amor por
las obras ?por qu¨¦ no habr¨ªa de haberlo por la independencia de los artistas? Parad¨®jicamente, la gran mayor¨ªa de los artistas occidentales muestran un lenguaje m¨¢s crispado, violento, sarc¨¢stico y desesperado, mientras que para el de los creadores del Tercer Mundo el testimonio y la denuncia nunca anulan la densidad po¨¦tica, ni la complejidad, como si ellos no tuvieran que ver la realidad mediante filtros, cortapisas, recelos. Esto se nota particularmente en los v¨ªdeos, cuya belleza visual y sentido narrativo son emocionantes en los casos de Yang Fudong, Shirin Neshat, Amar Kanwar, Trin T. Minh-Ha, Seifollah Samadian, William Kentridge o el colectivo Igloolik Isuma Productions. La fotograf¨ªa parece estar m¨¢s marcada por imperativos esteticistas y compositivos, pero nos ofrece momentos de parecida intensidad en Santu Mofokeng, Ravi Agarwal, Ryuji Miyamoto, Fiona Tan o Candida H?fer. En cuanto a las instalaciones, ninguna me ha impresionado tanto como la de las justamente c¨¦lebres series ic¨®nicas del africano Bouabr¨¦. ?Qu¨¦ decir, por lo dem¨¢s, de figuras hist¨®ricamente relevantes como Louise Bourgeois, On Kawara, Hanne Darvoben, Constant, Joan Jonas, Dieter Roth, Leon Golub o los Becher, tratados con la dignidad que se merecen?
Se comprender¨¢ que no es posible hacer m¨¢s indicaciones que ¨¦stas muy sumarias y parciales que he ido desglosando a t¨ªtulo estrictamente personal, m¨¢xime cuando hay un centenar largo de artistas seleccionados. Creo, en fin, parodiando la manoseada afirmaci¨®n de Hegel, que, aunque la Documenta quiz¨¢ haya muerto, la presente edici¨®n la hace sobrevivir, y, sobre todo, que habr¨¢ arte mientras haya artistas. Una visita a la 11 edici¨®n de la Documenta de Kassel as¨ª lo demuestra, a pesar de los pesares, que no son pocos.
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