Un ej¨¦rcito que huele a ajo
Los hinchas surcoreanos acuden a los estadios a ritmo de redoble marcial
Young Taek-bang tiene 22 a?os y estudia ingenier¨ªa aeron¨¢utica en Se¨²l. El s¨¢bado, durante el partido contra Espa?a, fue uno de los m¨¢s de cinco millones de surcoreanos que comieron sus bulbos de ajo y salieron a la calle para verlo en lugares p¨²blicos a trav¨¦s de las pantallas gigantes. 'Yo no tendr¨¦ la suerte de estar en Gwangju', dijo el jueves, 'pero, si pudiera, ir¨ªa. M¨¢s que por el f¨²tbol, por Corea. Aqu¨ª el f¨²tbol es secundario. Lo primero es la naci¨®n. En 1997, despu¨¦s de la crisis econ¨®mica asi¨¢tica, el Gobierno invit¨® a la gente a donar su oro para pagar los bonos de la deuda externa y muchas personas dieron todo el que ten¨ªan'.
Prestos a donar oro como a montarse en un autob¨²s con direcci¨®n a Gwangju, cerca de 40.000 surcoreanos recorrieron la pen¨ªnsula hasta su extremo meridional para presenciar la derrota de Espa?a. Lo que vieron fue algo m¨¢s. El presidente de la Rep¨²blica, Kim Dae-jung, lo calific¨® como 'el d¨ªa m¨¢s feliz desde la creaci¨®n de la naci¨®n coreana por el rey Dangung hace 5.000 a?os'.
Sufrido como pocos a lo largo del siglo XX, el pueblo coreano debi¨® soportar la invasi¨®n japonesa antes de ver su pa¨ªs arrasado durante la Guerra de Corea (1950-1953). El d¨ªa de la fiesta nacional, el 15 de agosto, conmemora la independencia tras la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial. El homenaje est¨¢ cargado de malos recuerdos, hambrunas, pobreza y humillaciones. Por eso no es extra?o que el f¨²tbol haya proporcionado m¨¢s entusiasmo nacionalista en una semana que el desarrollo econ¨®mico en 50 a?os.
La columna de patriotas que acudi¨® a Gwangju fue armada de 20 tambores y mucho maquillaje rojo. Se trataba de devotos de la percusi¨®n y amantes del ajo -los surcoreanos comen dientes de ajo en el desayuno, la comida y la cena- que se presentaron en el lugar del duelo futbol¨ªstico a ritmo de redoble marcial y despidiendo un particular olor. La humedad y el calor favorecieron el proceso sudoral de los fan¨¢ticos, que comenzaron a transpirar efluvios perfumados de la potente ali¨¢cea.
En los estadios se proh¨ªbe fumar, de modo que los hinchas se entregan a placeres menos sofisticados. As¨ª como los espa?oles comen pipas de girasol, los surcoreanos engullen ajo o calamares prensados. A diferencia de Europa y Am¨¦rica Latina, es raro ver espectadores increpando al rival o al ¨¢rbitro: est¨¢ prohibido. No se diga lanzar objetos al campo. En Gwangju, en plena efervescencia, la grada se comport¨® como un colegio de se?oritas. A lo sumo, se oy¨® un t¨ªmido abucheo.
En sinton¨ªa con este clima armonioso, la selecci¨®n cuenta con la proporci¨®n m¨¢s grande de seguidoras. Miles de mujeres, quincea?eras en su mayor¨ªa, se desga?itan. 'Aaaaaaah!', chill¨® Yeoreum Hur, una ni?a tocada con gafas de Gucci rosadas, cuando el equipo sali¨® del hotel de Daejeon; '?qu¨¦ guapo es Ahn! Adem¨¢s, es modelo, como su esposa, Lee. ?Y se hace bucles en el pelo porque ella se lo pide!'.
En un pa¨ªs en el que el golf y el b¨¦isbol concentran las mayores aficiones, la Copa del Mundo ha dado un impulso tan fabuloso como poco espont¨¢neo. Cuando los aficionados peregrinan a los estadios, en los autobuses, no cantan canciones futboleras, sino el Himno a la alegr¨ªa, basado en un movimiento de la Novena Sinfon¨ªa de Beethoven, el Go west de los Petshop Boys o canciones tan antiguas que no comprenden ni el estribillo, escrito en coreano arcaico: 'A-rarang, a-rarang, ararillo/ A-rarang gogaero neumeuganda'.
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