La derrota m¨¢s dulce
Corea del Sur no se siente vencida, sino tan s¨®lo resacosa tras semanas de verbenas y confetis
Hay que tener moral, o ser surcoreano en estos d¨ªas, pero el caso es que dos horas despu¨¦s de consumada la primera derrota de Corea del Sur en el Campeonato del Mundo, la de su eliminaci¨®n, un taxista de Se¨²l amenizaba su jornada nocturna escuchando por la radio una repetici¨®n de la transmisi¨®n ¨ªntegra del partido. Hasta ese punto ha subido la temperatura por el f¨²tbol en este pa¨ªs asi¨¢tico que ha vivido el mes m¨¢s pasional que recuerdan varias generaciones.
En realidad, el f¨²tbol tan s¨®lo ha sido la llama que ha encendido a toda una naci¨®n, que ayer no se sinti¨® derrotada, sino m¨¢s bien resacosa tras d¨ªas, semanas, de verbena, fuegos artificiales y confetis.
Por ello, por una vez, las calles de Se¨²l se sosegaron tras un encuentro de la selecci¨®n nacional. El sentimiento de orgullo segu¨ªa latente, pero los surcoreanos se sent¨ªan exhaustos y los locales nocturnos echaron el ancla antes que nunca. No as¨ª las televisiones ni las emisoras de radio, que rebobinaban una y otra vez las transmisiones de un encuentro que los 70.000 espectadores que abarrotaron el maravilloso estadio de la capital vivieron con la misma intensidad al principio que al final.
S¨®lo el ¨²ltimo pitido del ¨¢rbitro, el suizo Meiers, logr¨® provocar el ¨²nico momento de silencio que ha tenido la extraordinaria hinchada local durante todo el torneo. Por fin, la marea roja se qued¨® en calma. Pero fueron apenas unos segundos, los que el p¨²blico tard¨® en asimilar todo lo acontecido hasta entonces.
De inmediato, con los jugadores desplomados sobre la hierba, los c¨¢nticos de aliento tronaron de nuevo mientras Guus Hiddink, el t¨¦cnico holand¨¦s autor del milagro surcoreano, escalaba incluso a las gradas para el delirio de los seguidores.
No s¨®lo se agitaban los hinchas, sino tambi¨¦n los voluntarios, los agentes de seguridad, los encargados de la limpieza... Todo el personal, todo, aparec¨ªa rendido a sus h¨¦roes, aclamados por donde pasaban.
Cha, el extremo derecho, hijo del mejor futbolista surcoreano de la historia, Bum Kun Cha, que entre finales de los a?os setenta y mediados de los ochenta triunf¨® por todo lo alto como goleador precisamente de la Liga alemana, en el Eintracht de Francfort, alter¨® con su presencia la calma del restaurante de un popular hotel. A su llegada a la mesa, donde le esperaban su padre y otros familiares, se desat¨® una estruendosa ovaci¨®n.
Es tal el efecto domin¨® que ha conseguido la afici¨®n surcoreana que hasta un grupo de hispanos se lanzaron a por una foto junto a Cha y su progenitor.
Al igual que ellos, han sido muchos los occidentales que estos d¨ªas se han paseado por Corea con la inconfundible camiseta roja de los Diablos Rojos y que ya tararean con relativa soltura los estribillos de sus c¨¢nticos m¨¢s populares.
Y todav¨ªa es posible una pedrea de gloria. A Corea del Sur le espera el partido por el tercer y el cuarto puesto. Es el partido que casi todos los equipos detestan, especialmente aqu¨¦llos que lo han ganado todo. Pero los surcoreanos lo sienten como una oportunidad de darse otro festejo.
Y, si en vez de contra Turqu¨ªa fuese contra Brasil, ese encuentro de Busan ser¨ªa algo muy especial. Ser¨ªa algo as¨ª como la propia final de la Copa del Mundo y la posibilidad de regresar a la fiesta que no ha parado ni un solo momento a lo largo de este m¨¢gico junio de 2002.
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