Por qu¨¦ te vas
En su denodada b¨²squeda por lo sustancial, hace mucho tiempo que Van Morrison no ofrece otra cosa que m¨²sica en sus comparecencias p¨²blicas. Irascible y hura?o como es, al¨¦rgico a las entrevistas, su mejor retrato reciente lo aport¨® ¨¦l mismo en la canci¨®n Songwriter: 'Escribo canciones y lo hago para vivir'. El de Belfast parece sentirse c¨®modo apelando a su naturaleza obrera, como en la tambi¨¦n autobiogr¨¢fica Cleaning windows, por mucho que su oficio de los ¨²ltimos 38 a?os le haya apartado de un perfil tan prosaico para introducirle en el muy reducido colectivo de divinidades de la m¨²sica popular.
A estas alturas ya tenemos asumido que Morrison no dirigir¨¢ ni media palabra al p¨²blico durante todo el concierto, no sonreir¨¢, no se le contraer¨¢ un solo m¨²sculo facial ni aunque acontezca el mejor fogonazo instrumental de la noche. Pero da igual. T¨ªo Vinagre abomina de la luminotecnia, desprecia las coreograf¨ªas, ignora los resortes de la complicidad. ?l s¨®lo canta. Canta y escribe, tan sencillo como eso. Pero, Dios, cuando este hombre desparrama ese inapelable chorret¨®n de voz, a¨²n plet¨®rico a sus casi 57 primaveras, la capitulaci¨®n ha de ser fulminante. Est¨¢ bien, amigo: no muevas una ceja, si no quieres; t¨² sigue cantando.
Van Morrison
Van Morrison (voz, arm¨®nica), John Edwards (guitarra, voz), Richard Dunn (Hammond, piano), Lee Goodall (saxo, flauta), Matt Holland (trompeta), Peter Hurley (bajo, contrabajo), Robert Trehern (bater¨ªa). Precio: 18 euros. 8.000 personas. Plaza de Toros de Salamanca, 28 de junio.
Con puntualidad escrupulosa, el sexteto que ahora acompa?a al maravilloso cascarrabias abri¨® el concierto con una lectura instrumental de This weight. Cuatro minutos m¨¢s tarde aparecer¨ªa The Man, enfundado en su uniforme habitual de los ¨²ltimos tiempos -traje verde oliva, sombrero de ala, gafas oscuras- y enfilando el primer blues de una velada apabullante, intensa, furiosa, trascendental. No hay respiro que valga: Van escudri?a el men¨² (tiene m¨¢s de cuarenta temas preparados), comunica su veredicto al espl¨¦ndido guitarrista y vocalista John Edwards y le hinca el diente a una m¨¢s de sus implacables andanadas sonoras, cr¨®nicas reconcentradas sobre el amor, la pasi¨®n y, como dice uno de sus t¨ªtulos recientes, 'la belleza de los d¨ªas que se han ido'.
En teor¨ªa, este primer concierto espa?ol de la temporada deber¨ªa haber servido para desgranar su nuevo ¨¢lbum, el excelente Down the road. Pero no, al viejo George Ivan tampoco parece interesarle la mercadotecnia. De su m¨¢s reciente exhibici¨®n de poder¨ªo casi negroide s¨®lo cayeron la nost¨¢lgica Hey Mr. DJ y ese blues demoledor que es All work and no play, con el p¨²blico ya enardecido. Lo dem¨¢s fue un recorrido fulgurante por cuatro d¨¦cadas que ¨¦l ha iluminado con chispazos de emoci¨®n, desde Baby please don't go a Into the mystic, Jackie Wilson said, Bright side of the road o Days like this.
Es f¨¢cil caer en la tentaci¨®n de a?orar al gran teclista Georgie Fame o al saxofonista de color Pee Wee Ellis, pero los actuales braceros del irland¨¦s mantienen el tipo con tanta discreci¨®n como solvencia. Los aullidos del ¨®rgano Hammond de Richard Dunn arroparon Vanlose stairway, para la que Morrison ya hab¨ªa desatado sus mejores bramidos de felino enrabietado. Nada m¨¢s superar el ecuador de la noche, una contundente recreaci¨®n de Real real gone, con el swing borboteando en la sala de m¨¢quinas, desat¨® el entusiasmo intergeneracional. Ya no hubo manera de que el p¨²blico, talludo o imberbe, regresara a sus asientos.
M¨¢s de uno dijo haber rozado el cielo. Tal vez t¨² tambi¨¦n lo percibieras, querido gru?¨®n: te delataba ese aleteo extra?o de los dedos, como un resorte involuntario de alg¨²n cosquilleo interior. Fing¨ªas marchar cuando regalaste Brown eyed girl, amagabas con el mutis cuando invocaste a Gloria. Y ya no hubo m¨¢s.
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