Ante julio
Vaya mes el que hoy fenece. La diosa Juno que le da nombre y cuya funci¨®n en el Gabinete ol¨ªmpico, aparte la de proteger parturientas, consist¨ªa en velar por el Estado, ha dedicado alguna atenci¨®n al nuestro para que, durante esas cuatro semanas, se invertebrara s¨®lo un poco m¨¢s. Qu¨¦ zarandeo, entre leyes, cumbres, manifestaciones, huelgas, porcentajes, Bolsa, el Mundial, que, seg¨²n prestigiosos expertos, ha sido muy f¨ªsico, y encima, culmin¨¢ndolo (se dice as¨ª), el morr¨®n coreano. Para no repetirlo; ojal¨¢ pasemos un julio tan a gusto como un arbusto (lo o¨ª por televisi¨®n a un concursante, y me pareci¨® un pareado digno de ponerlo por escrito, o negro sobre blanco, como dicen nuestros semicultos que han recibido un hervor de ingl¨¦s). Aunque puede que no tengamos tanta suerte y no salgamos a¨²n del tembleque, estando como estaremos bajo la tutela nominal del belicoso Julio C¨¦sar: bien se sabe que julio es por ¨¦l. As¨ª es que hemos tenido muchas ocasiones de horripilarnos; forman este divertido verbo (del lat¨ªn horripilare) una primera mitad que transparenta el 'horror', y la segunda, el 'pelo' (del lat¨ªn pilus). Y significa literalmente, todo el mundo lo sabe, 'poner los pelos de punta', por miedo o formidable conmoci¨®n. El espa?ol ya conoc¨ªa el latinismo horripilaci¨®n desde los principios del siglo XVII ('cierta horripilaci¨®n que el vulgo llama calosfr¨ªos', M¨¦ndez Nieto), pero aleteaba por el idioma carente de nido. Sin embargo, su familia l¨¦xica se hab¨ªa aposentado firmemente en franc¨¦s desde principios del XIX, y, por tanto, el verbo y sus derivados tuvieron sin tardar certeros e ilustres avalistas entre nosotros, como Modesto Lafuente (1842), Est¨¦banez Calder¨®n (1847) o Fern¨¢n Caballero (1849). Ante tanta pujanza, nuestro Diccionario le dio cobijo en 1852. Por otra parte, se hab¨ªa creado con aspecto m¨¢s castizo poner los pelos de punta, tambi¨¦n calurosamente acogido por plumas a¨²n mayores (Gald¨®s, Pereda, Men¨¦ndez Pelayo...).
As¨ª estaban las cosas, cuando hace unos treinta a?os empez¨® a difundirse lo de ponerse el vello de punta, melonada eufem¨ªstica, ya que el vello, por supuesto, y s¨®lo en singular, es el 'pelo que sale, m¨¢s corto y suave que el de la cabeza y de la barba, en algunas partes del cuerpo humano'. ?Qu¨¦ vello, pues, se eriza, el de los brazos y pantorrillas, el que arteramente recorre la espalda de muchos y muchas, el bigote execrable all¨ª? Pero ese monstruillo se hizo mercedor de horca cuando, a rengl¨®n seguido, fueron los vellos los que se pusieron de punta. ?As¨ª que cada pelito de esos fue un vello? Extraordinario.
Pero no queda aqu¨ª la cosa. Por pura broma empez¨® a cruzarse carne de gallina con los pelos de punta, y procrearon el burd¨¦gano los pelos de gallina: se trataba de una broma particularmente ingeniosa y jovial. As¨ª empez¨® a ser empleada no hace a¨²n tres lustros, y quienes lo hac¨ªan ten¨ªan clara conciencia de su ocurrente y culta extravagancia. Pero el reinante analfabetismo se apropi¨® de ella, se olvid¨® del dislate, y ¨¦ste anda por las antenas como locuci¨®n de casta. A miles de aficionados se les pusieron los pelos de gallina cuando, ante Eire, el Cid Casillas expuls¨® con sendos mamporros el esf¨¦rico que, por dos veces, se le ven¨ªa enfurecido v¨ªa penaltis (?vana ilusi¨®n!). El locutor que emiti¨® tal sandez, atontado por el paroxismo, ni se dio cuenta de qu¨¦ dec¨ªa: para ¨¦l, en aquel trance conmovedor, hasta los lenguados pod¨ªan ser peludos.
Aquel partido supuso la coronaci¨®n de Iker I de Espa?a, tras un corto exilio en que lleg¨® a ser II de Madrid. Lo explic¨® con precisi¨®n un locutor: el muchacho estaba destinado a ser tambi¨¦n suplente en Corea, pero el titular se lesion¨®. Y -dijo literalmente el informante- 'ante esa incontinencia, el que era entonces segundo portero tuvo la oportunidad de sacar de s¨ª todo lo que ten¨ªa dentro'. ?Dese¨® decir que la contingencia, convertida por ¨¦l en incontinencia, favoreci¨® a otro inmenso me¨®n? ?Gracias a eso se produjo la enaltaci¨®n de ¨¦ste, seg¨²n dijo una veterana presentadora televisiva?
Artefacto ¨¦ste, el de la tele, que ha sacado del Mundial cuantas horas ha podido: entrevistas, declaraciones, elevada filosof¨ªa del f¨²tbol... Y vimos algunas r¨¢fagas de entrenos de nuestra selecci¨®n. Sin duda, entrenar es uno de nuestros vocablos m¨¢s mutantes: sabemos los prehist¨®ricos del idioma que, en nuestros tiempos, los jugadores se entrenaban, mientras que el 'coach' (por variar y modernizar el l¨¦xico) los entrenaba; primera sacudida proveniente de Am¨¦rica, se amput¨® el pronombre y as¨ª, Morientes entrena cuando corre, salta y pelotea, y, a su vez, Camacho entrena a la selecci¨®n. Entrenar asum¨ªa de esa manera su antiguo significado reflexivo, pod¨ªa seguir siendo transitivo, y, de paso, se travest¨ªa de intransitivo. Como es natural, el Diccionario acad¨¦mico no ha acogido tan fea mutilaci¨®n, que no es s¨®lo l¨¦xica, sino que ataca al coraz¨®n de la gram¨¢tica. Y eso es un poco m¨¢s serio.
Pero el infolio, en su ¨²ltima edici¨®n, ha acogido entreno por entrenamiento, sin duda por hallarlo morfol¨®gicamente explicable: tenemos otros nombres posverbales, es decir, extra¨ªdos de una forma verbal: un esp¨ªa, un escucha, la marcha, la cita, el encuentro, el recibo y bastantes m¨¢s. Pero todos tienen la particularidad de que no se introdujeron para sustituir a otras palabras, sino que fueron creadas para satisfacer una necesidad. En este caso, ya ten¨ªamos entrenamiento, voz que entr¨® en el Diccionario en 1927, cuando ya la usaba mucho antes el tratadista militar Jaime de Viadna (1764): el jefe 'debe atender con vigilancia a la salud y entrenamiento de los soldados y de los caballos'), y numerosos escritores (Pereda, Lugones, Maeztu...) antes de ese a?o (?ah, los retrasos de la Academia, antes vituperada por ellos, y ahora, a veces, por su velocidad!).
Lo del Mundial dar¨ªa mucho m¨¢s de s¨ª, si mi ¨¢nimo no hubiera salido derribado de aquel estadio del sol menguante. Ni fuerzas tengo para revisar mis notas. S¨®lo me quedan reminiscentes los tacos con que tantos comunicadores -y no s¨®lo de deportes; pero ¨¦stos parecen haberse concedido bula- se apoyan para andar cojitrancos por el idioma y entristecerlo. El taco en s¨ª no resulta abominable cuando entra como un estoque en la charla confianzuda, oportuno, en su sitio. Pero es s¨ªntoma de hambruna mental eyacularlos en p¨²blico y re¨ªrlos. La imagen que ofrecemos, apoyada incluso con nuestros impuestos -de TVE hablo y su cortejo radiof¨®nico-, de ser la de aquellos entra?ables ancestros nuestros, convertir¨ªa Atapuerca en Atenas. Y as¨ª nos pilla julio.
Fernando L¨¢zaro Carreter es miembro de la Real Academia Espa?ola.
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