Los toros del Cura no muerden
El personal enterado lleg¨® a la plaza para ver una corrida de toros fieros, ¨ªntegros de poder, ind¨®mitos y, probablemente ¨¢speros, correosos, dificultosos. Se equivocaron. Los toros de quien fuera llamado don Ces¨¢reo, el Cura de Valverde, ahora de sus herederos, fueron un fraude. Poca fuerza, casta aguada, juego pobre. Encima, no par¨® de llover desde el final del tercer toro, el fr¨ªo empez¨® a hacer de las suyas, y el panorama se enrareci¨®. Adem¨¢s, la corrida sali¨® remendada, pues tan s¨®lo pasaron el reconocimiento cuatro toros de la legendaria divisa, famosa por sus aviesas intenciones.
Juan G¨®mez Dinast¨ªa, en su primero, aunque plante¨® bien la faena, apenas pudo conseguir una serie limpia que tuviera inter¨¦s. El noble y muy flojo sobrero de Los Derramaderos ped¨ªa muchas dosis de cari?o que el colombiano le sumistr¨®, para demostrar que sabe templar y cuidar a los inv¨¢lidos. Lo que no deja de tener su m¨¦rito.
Valverde/ Dinast¨ªa, S¨¢nchez, Urdiales
Cuatro toros de Valverde; 2? de Juan P¨¦rez Tabernero y 3? de Mar¨ªa Lourdes Mart¨ªn. 1?, devuelto por inv¨¢lido, sobrero de Los Derramaderos. Desigualmente presentados, poca casta y dieron mal juego. Juan G¨®mez Dinast¨ªa: silencio y vuelta al ruedo. Andr¨¦s S¨¢nchez: silencio y silencio. Diego Urdiales: silencio; aviso y silencio. Plaza de Las Ventas, 30 de junio, un cuarto de entrada.
La mejor labor torera
Acert¨® en el cuarto Dinast¨ªa al realizar lo mejor de toda su labor torera, en la que hubo ganas de ser, pues particip¨® en los tres tercios con las suficientes ganas que es de suponer en cualquier espada. Hizo quites vistosos, prendi¨® banderillas con facilidad, alegr¨ªa, y a¨²n sin cuajar faena de muleta se qued¨® quieto, busc¨® la ligaz¨®n, estuvo variado y enterr¨® la espada en el morrillo, en una estocada en la suerte de recibir, aguantando, que le valdr¨ªa una vuelta al ruedo no exenta de protestas aisladas. Mientras tanto, segu¨ªa lloviendo, arreciaba, y los tendidos iban vaci¨¢ndose.
Andr¨¦s S¨¢nchez. Cuando no puede ser, no puede ser, y adem¨¢s es imposible, m¨¢s vale echarse a dormir, como lo hizo el primer toro que el torero salmantino tuvo la mala suerte de intentar, es un decir, torear, pues el toro se raj¨® tan estrepitosamente que s¨®lo consigui¨® darle un par de muletazos por la cara. Grandioso desprop¨®sito.
El quinto, manso, sin sal ni temperamento, se encontr¨® con un Andr¨¦s S¨¢nchez que atac¨® sin esperanza y desilusion¨®. Agua, sue?o, casta imberbe, boba. Una tarde de verano rara.
En su primero, Diego Urdiales estuvo voluntarioso pero con poco argumento, pues el inv¨¢lido, soso y que se fue parando pase a pase, dio un juego tan pobre como fue la faena de muleta, la lidia completa de una especie de toro basura, y ustedes disculpen.
El ¨²ltimo de la tarde fue un manso que iba sin ton ni son, ni casta que lo fund¨®. El torero de Arnedo lo pas¨® de muleta por los dos pitones entre el desinter¨¦s general. Aquello ya no ten¨ªa remedio. Ni la tarde, ni el tiempo, ni el trozo de mala fiesta contemplada en el conjunto de un domingo vente?o desapacible.
O sea, que ayer tarde, la misa taurina fue de tr¨¢mite. Fr¨ªa, sosa, imperfecta. Muy floja de rito, peor de magia; el misterio perdido.
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