Marsillach
En tiempo como ¨¦ste, el a?o pasado, Adolfo Marsillach confesaba que su enfermedad, que le ara?aba con la sa?a implacable de la noche, le ten¨ªa sumido en una depresi¨®n aguda, de la que ya aquel viento no le dej¨® salir. La ceniza de la muerte se precipit¨® sobre este hombre pausado e ir¨®nico, que miraba desde tan cerca la vida que parec¨ªa inveros¨ªmil que alg¨²n d¨ªa perdiera el entusiasmo por ella. Y lo perdi¨®; su muerte puso fin hace seis meses a una carrera brillante como actor, como director de teatro, como escritor, y nos despoj¨® para siempre de una mente l¨²cida y tranquila -aunque ¨¦l desmintiera siempre ese car¨¢cter tranquilo- que fue marcando con su agudeza el tiempo y el pa¨ªs en el que se desarroll¨® su peripecia; en su despedida desesperanzada siempre guard¨® el filo ir¨®nico de su autocr¨ªtica, porque -y esto est¨¢ en sus memorias- aunque la gente tuviera de ¨¦l la imagen de un hombre surcado por el desd¨¦n, era un apasionado de la autocr¨ªtica, la cultiv¨® salvajemente, tach¨® su espejo muchas veces.
La ausencia de Adolfo Marsillach en el escenario espa?ol afecta a la calidad de vida del teatro
Dice Fernando Savater que de las personalidades que nos dejan -estemos o no de acuerdo con ellas- echamos de menos su presencia porque dejamos de tener puntos de referencia, contradicciones posibles, espejos en los que mirar lo que hacemos y lo que se hace, discusiones pendientes. Supongo que eso les sucede a todos los que conocieron la cara poli¨¦drica de este gran tipo que fue Marsillach: fue un polemista temible, estuvo en desacuerdo con ¨¦stos y con aqu¨¦llos, y ahora nos hace, como dec¨ªa Miguel Hern¨¢ndez de Ram¨®n Sij¨¦, una falta sin fondo.
Ahora, el Festival de Almagro le dedica un homenaje, y no s¨®lo sirve de justicia este recuerdo de un lugar y de un acontecimiento por el que ¨¦l hizo tantas cosas, sino que reaviva el recuerdo inteligente de uno de los hombres que hicieron mejor y m¨¢s habitable este pa¨ªs. Ocurre tambi¨¦n que uno se resiste siempre a la muerte de los otros, y se empe?a en seguir haci¨¦ndolos vivir, aunque ya est¨¦n mucho m¨¢s lejos que lo que la esperanza permite; pero la gente vive, en su ejemplo, en su escritura y en esa prolongaci¨®n de su personalidad que es nuestra propia memoria. La ausencia de Adolfo Marsillach en el escenario espa?ol -en todos los sentidos del escenario- es una p¨¦rdida grave y verdaderamente irreparable; afecta a la calidad de vida del teatro, de la sociedad e incluso de la parte m¨¢s ¨ªntima de la palabra libertad, a cuya defensa se dedic¨® tambi¨¦n en los tiempos m¨¢s sombr¨ªos. Esa melancol¨ªa con la que abord¨® los ¨²ltimos a?os de su vida no proven¨ªa s¨®lo de la esencia de su mal, que, como todo dolor, conduc¨ªa a la desesperanza, sino que proven¨ªa tambi¨¦n del deterioro en que se ha sumido desde hace tiempo la propia cultura de este pa¨ªs, y no tan s¨®lo de la cultura teatral, que de manera despectiva le puso a un lado en lo que m¨¢s sab¨ªa: el teatro cl¨¢sico, su formaci¨®n y su divulgaci¨®n, su consolidaci¨®n como un patrimonio vital de un pa¨ªs cuya lengua y cuya imaginaci¨®n tienen ese fundamento. La concepci¨®n misma de la cultura se ha ido desmejorando, como si se hubiera producido un ciclo en el que la probable salud ha sido desbancada por un s¨ªntoma cada vez m¨¢s creciente de enfermedad social, de desd¨¦n por lo que es fundamental.
Que Almagro le recuerde ahora es un s¨ªntoma de que los tiempos pueden estar cambiando, aunque siempre cambian demasiado tarde, cuando ya es recuerdo la rabia con la que hombres como Marsillach ve¨ªan crecer el desierto. En el ¨²ltimo verano, cuando su cuerpo empez¨® a decir adi¨®s a todo esto, esa decepci¨®n tambi¨¦n se percib¨ªa en su voz.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.