El reto de la inmigraci¨®n isl¨¢mica
El futuro ya no puede ser el de compartimentos culturales estancos, sino una sociedad mundial multicultural, con todos los pros y los contras de esa nueva situaci¨®n. Lo que hemos de hacer es superar lo negativo que haya en ello, pero respetar la justa diversidad. El hecho de una interculturalidad no significa que deba haber alguien que no respete la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos. ?se es el marco donde tenemos que movernos, y no hay que permitir que una determinada cultura invoque sus convicciones para no respetarlo, donde todos tenemos que convivir y aceptar esa base en nuestro comportamiento, por encima de cualquier ideolog¨ªa.
Surgen problemas de convivencia con la inmigraci¨®n en nuestro mundo occidental, sobre todo problemas entre los seguidores de las tres religiones monote¨ªstas del mismo libro, la Biblia. Son las tres culturas semitas que tenemos que respetarnos dentro de ese marco de derechos b¨¢sicos; ya que, como nos record¨® el papa P¨ªo XI en el a?o 1938, los cristianos somos 'espiritualmente semitas'.
Hay que recordar esto ante tanto enfrentamiento cultural-religioso, no s¨®lo ayer en Yugoslavia y en Indonesia, o actualmente en Oriente Pr¨®ximo, sino ante el nuevo problema de la convivencia con los isl¨¢micos en nuestra Europa de la inmigraci¨®n, pues es el porcentaje mayor de inmigrantes, que ir¨¢ en aumento, queramos o no queramos.
Para que esta convivencia sea efectiva tenemos que preguntarnos por nuestras ra¨ªces, y procurar renovar lo mucho que est¨¢ caduco o tergiversado por el poso de los siglos que nos enfrenta, porque ha dejado ideas, costumbres y pr¨¢cticas poco en consonancia con lo que resulta esencial por nuestro origen cooperador y tolerante inscrito en el evangelio, y que no siempre hemos cumplido.
Pesa sobre las espaldas de los espa?oles la tan equivocada formaci¨®n nacional-cat¨®lica del periodo franquista, que ha dejado abundantes reliquias negativas incrustadas todav¨ªa en las ense?anzas y pr¨¢cticas, lo mismo pol¨ªticas que religiosas. Esto ha de ser superado si no queremos hacer figura de tiempos pasados.
Los espa?oles tenemos un referente en nuestros cl¨¢sicos del Siglo de Oro, los que han forjado nuestra entra?a m¨¢s positiva: los pensadores, poetas, literatos, te¨®logos y moralistas que tuvimos tan cr¨ªticos y tan abiertos. Hemos de inspirarnos en ellos, como ped¨ªa alguien tan poco sospechoso como el presidente de la Rep¨²blica de 1931, Manuel Aza?a, o su ministro Fernando de los R¨ªos y el intelectual de izquierdas, el socialista Luis Araquist¨¢in. S¨®lo recordar¨¦ que en ese siglo dorado el m¨¦dico y fil¨®sofo cat¨®lico Francisco S¨¢nchez tir¨® por tierra, como el P. Tosca, la pesada losa del aristotelismo -como la llamaba Ortega y Gasset- que hab¨ªa impregnado nuestro pensamiento pol¨ªtico y religioso, encerrado en esa camisa de fuerza falta de genuina libertad. El gran maestro de pensamiento que fue Vives, como tambi¨¦n G¨®mez Pereira o Vall¨¦s, sostuvieron que 'tanta fe se me conceda cuanta mi raz¨®n persuada', y siguieron la libre regla del Brocense cuando dice 'ten¨ªa por malo creer a los maestros', porque lo que hay que aceptar es s¨®lo aquello que se nos persuada 'con raz¨®n y evidencia', y no la fe ciega ni la exclusi¨®n de nada sin examinarlo. El m¨ªstico fray Juan de los ?ngeles ense?aba, contra el dogmatismo reinante, que 'el que m¨¢s sabe apenas sabe dos definiciones esenciales'; de modo que fray Luis de Le¨®n observ¨® que a San Agust¨ªn o a san Dionisio, o a santo Tom¨¢s y a Escoto, apenas los entend¨ªan ni sus propios seguidores.
Nuestros cl¨¢sicos usaron en todo, y en religi¨®n tambi¨¦n, su propia raz¨®n, y pod¨ªan ense?arnos ahora a los espa?oles a dirigir nuestras inquietudes utilizando siempre esa raz¨®n personal, vital y no meramente abstracta, respetando la dificultad en que est¨¢ el ser humano de encontrar las pocas verdades indudables que existen.
En esta l¨ªnea me impact¨® profundamente saber hace a?os que el jesuita del siglo XVI P. V¨¢zquez sosten¨ªa que la raz¨®n propia es el ¨²nico hilo conductor de la moral, creamos o no creamos en Dios. No dependemos de ninguna moral heter¨®noma venida del cielo, sino de la insobornable raz¨®n que llamaron aquellos pensadores 'conciencia' personal. Seamos o no cristianos, tenemos ante todo la exigencia de usar de la raz¨®n para vivir moralmente; y luego, si nos convence lo que leemos en el evangelio, aceptarlo; y m¨¢s tarde acoger nuestra tradici¨®n religiosa espa?ola de aquellos pensadores tan independientes que forjaron nuestra edad m¨¢s brillante, intelectual y moralmente, hace cuatro siglos. As¨ª no caeremos en ser unos robots ciegos ni unas ovejas mudas de ninguna ideolog¨ªa religiosa o no religiosa.
Leo en San Pablo (I Tes., V, 21) lo mismo que en Buda en su Anguttara Nikaya, que debemos experimentarlo todo y quedarnos con lo que probamos que es bueno para m¨ª y para los dem¨¢s. Tenemos de este modo los dos brazos que deben dirigir nuestra conducta: la raz¨®n y la experiencia.
Son los dos apoyos que necesitamos para caminar por la vida. Y no olvidemos que esta misma apelaci¨®n a la raz¨®n hace el juda¨ªsmo por boca de su fil¨®sofo tradicional Hallevi; o en el islam actual es la ense?anza del pensador m¨¢s apreciado hoy, el egipcio Mohamed Abduh, el cual sostiene que el islam no puede ser sino 'la religi¨®n de la raz¨®n y la ciencia' contra los 'imames' intolerantes, como los que tenemos ahora en Espa?a.
Sorprendentemente, no tiene m¨¢s remedio el inquisidor romano Ratzinger, que gobierna a la Iglesia desde el Vaticano con mano dura impropia de un cristiano, que reconocer en su libro Dios y el mundo que los cristianos no podemos ser 'un club cerrado'. Que, por tanto, 'hay que explorar nuevas formas de apertura al exterior, y nuevas modalidades de participaci¨®n'; incluso 'tiene que existir una apertura interna en la Iglesia', porque 'debe haber distintos modos de adhesi¨®n y participaci¨®n'.
Y a los renovadores obispos de Asia les dec¨ªa igualmente que 'existen motivos reales para temer que la Iglesia puede tener demasiadas instituciones de derecho humano que acaben convirti¨¦ndose despu¨¦s en la coraza de Sa¨²l que imped¨ªa al joven David caminar', y as¨ª en la Iglesia 'es importante un proceso de simplificaci¨®n' (Dios y el mundo). Porque 'no existe una uniformidad de lo cat¨®lico... y algunas cosas que hoy denominamos modos de pensar cat¨®licos no son supratemporales ni inmutables, y pueden experimentar tambi¨¦n cambios, profundizaciones y renovaciones con la entrada de nuevos pueblos y la llegada de nuevos tiempos' (¨ªdem).
Incluso a?os antes dijo que 'escapar de la c¨¢rcel de tipo escolar romano es una tarea de la que depende la posibilidad de que sobreviva el catolicismo'. Este r¨ªgido dictador no puede olvidar, aunque s¨®lo sea de palabra, su ¨¦poca de te¨®logo y la verdad intelectual que predic¨® entonces.
?Aprender¨¢n los espa?oles, obispos, clero, pol¨ªticos y ciudadanos seglares, lo mismo creyentes que no creyentes, todo esto, ante el reto intercultural e inter-religioso que aporta la inmigraci¨®n, y aprenderemos a convivir todos, pensemos lo que pensemos?
E. Miret Magdalena es te¨®logo seglar.
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