Cuando las mujeres eran sacerdotes
Durante los ¨²ltimos meses han aparecido numerosos documentos y declaraciones de te¨®logos y te¨®logas, grupos de sacerdotes y religiosos, movimientos cristianos y organizaciones c¨ªvico-sociales, e incluso de obispos y cardenales de la Iglesia cat¨®lica, pidiendo el acceso de las mujeres al sacerdocio. Todos ellos consideran la exclusi¨®n femenina del ministerio sacerdotal como una discriminaci¨®n de g¨¦nero que es contraria a la actitud inclusiva de Jes¨²s de Nazaret y del cristianismo primitivo, va en direcci¨®n opuesta a los movimientos de emancipaci¨®n de la mujer y a las tendencias igualitarias en la sociedad, la pol¨ªtica, la vida dom¨¦stica y la actividad laboral.
El alto magisterio eclesi¨¢stico responde negativamente a esa reivindicaci¨®n, apoy¨¢ndose en dos argumentos: uno teol¨®gico-b¨ªblico y otro hist¨®rico, que pueden resumirse as¨ª: Cristo no llam¨® a ninguna mujer a formar parte del grupo de los ap¨®stoles, y la tradici¨®n de la Iglesia ha sido fiel a esta exclusi¨®n, no ordenando sacerdotes a las mujeres a lo largo de los veinte siglos de historia del catolicismo. Esta pr¨¢ctica se interpreta como voluntad expl¨ªcita de Cristo de conferir s¨®lo a los varones, dentro de la comunidad cristiana, el triple poder sacerdotal de ense?ar, santificar y gobernar. S¨®lo ellos, por su semejanza de sexo con Cristo, pueden representarlo y hacerlo presente en la eucarist¨ªa.
Estos argumentos vienen repiti¨¦ndose sin apenas cambios desde hace siglos y son expuestos en tres documentos de id¨¦ntico contenido, a los que apelan los obispos cada vez que los movimientos cristianos cr¨ªticos se empe?an en reclamar el sacerdocio para las mujeres: la declaraci¨®n de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe Inter insigniores (15 de octubre de 1976) y dos cartas apost¨®licas de Juan Pablo II: Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988) y Ordinatio sacerdotalis. Sobre la ordenaci¨®n sacerdotal reservada s¨®lo a los hombres (22 de mayo de 1984). La m¨¢s contundente de todas las declaraciones al respecto es esta ¨²ltima, que zanja la cuesti¨®n y cierra todas las puertas a cualquier cambio en el futuro: 'Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenaci¨®n sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia'.
Es verdad que la historia no es pr¨®diga en narrar casos de mujeres sacerdotes. Esto no debe extra?ar, ya que ha sido escrita por varones, en su mayor¨ªa cl¨¦rigos, y su tendencia ha sido a ocultar el protagonismo de las mujeres en la historia del cristianismo. 'Si las mujeres hubieran escrito los libros, estoy segura de que lo habr¨ªan hecho de otra manera, porque ellas saben que se les acusa en falso'. Esto escrib¨ªa Cristina de Pisan, autora de La ciudad de las damas (1404). Sin embargo, importantes investigaciones hist¨®ricas desmienten tan contundentes afirmaciones del magisterio, hasta invalidarlas y convertirlas en pura ret¨®rica al servicio de una instituci¨®n patriarcal. Entre los estudios m¨¢s relevantes al respecto cabe citar Mujeres en el altar, de Lavinia Byrne, religiosa expulsada de su congregaci¨®n por publicar este libro; Cuando las mujeres eran sacerdotes, de Karen Jo Torjesen, catedr¨¢tica de Estudios sobre la Mujer y la Religi¨®n en Claremont Graduate School, y los trabajos del historiador Giorgio Otranto, director del Instituto de Estudios Cl¨¢sicos y Cristianos de la Universidad de Bari. En ellos se demuestra, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos, cartas pontificias y otros textos, que las mujeres ejercieron el sacerdocio cat¨®lico durante los 13 primeros siglos de la historia de la Iglesia. Veamos algunas de estas pruebas que quitan todo valor a los argumentos del magisterio eclesi¨¢stico.
Debajo del arco de una bas¨ªlica romana aparece un fresco con cuatro mujeres. Dos de ellas son las santas Pr¨¢xedes y Prudencia, a quienes est¨¢ dedicada la iglesia. Otra es Mar¨ªa, madre de Jes¨²s de Nazaret. Sobre la cabeza de la cuarta hay una inscripci¨®n que dice: Theodora Episcopa (= Obispa). La 'a' de Theodora est¨¢ raspada en el mosaico, no as¨ª la 'a' de Episcopa.
En el siglo pasado se descubrieron inscripciones que hablan a favor del ejercicio del sacerdocio de las mujeres en el cristianismo primitivo. En una tumba de Tropea (Calabria meridional, Italia) aparece la siguiente dedicatoria a 'Leta Presbytera', que data de mediados del siglo V: 'Consagrada a su buena fama, Leta Presbytera vivi¨® cuarenta a?os, ocho meses y nueve d¨ªas, y su esposo le erigi¨® este sepulcro. La precedi¨® en paz la v¨ªspera de los Idus de Marzo'. Otras inscripciones de los siglos VI y VII atestiguan igualmente la existencia de mujeres sacerdotes en Salone (Dalmacia) (presbytera, sacerdota), Hipona, di¨®cesis africana de la que fue obispo san Agust¨ªn cerca de cuarenta a?os (presbiterissa), en las cercan¨ªas de Poitires (Francia) (presbyteria), en Tracia (presbytera, en griego), etc¨¦tera.
En un tratado sobre la virtud de la virginidad, del siglo IV, atribuido a san Atanasio, se afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar juntas la fracci¨®n del pan sin la presencia de un sacerdote var¨®n: 'La santas v¨ªrgenes pueden bendecir el pan tres veces con la se?al de la cruz, pronunciar la acci¨®n de gracias y orar, pues el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino. Todas las mujeres que fueron recibidas por el Se?or alcanzaron la categor¨ªa de varones' (De virginitate, PG 28, col. 263).
En una carta del papa Gelasio I (492-496) dirigida a los obispos del sur de Italia el a?o 494 les dice que se ha enterado, para gran pesar suyo, de que los asuntos de la Iglesia han llegado a un estado tan bajo que se anima a las mujeres a oficiar en los sagrados altares y a participar en todas las actividades del sexo masculino al que ellas no pertenecen. Los propios obispos de esa regi¨®n italiana hab¨ªan concedido el sacramento del orden a mujeres, y ¨¦stas ejerc¨ªan las funciones sacerdotales con normalidad.
Un sacerdote llamado Ambrosio pregunta a At¨®n, obispo de Vercelli, que vivi¨® entre los siglos IX y X y era buen conocedor de las disposiciones conciliares antiguas, qu¨¦ sentido hab¨ªa que dar a los t¨¦rminos presbytera y diaconisa, que aparec¨ªan en los c¨¢nones antiguos. At¨®n le responde que las mujeres tambi¨¦n recib¨ªan los ministerios ad adjumentum virorum, y cita la carta de san Pablo a los Romanos, donde puede leerse: 'Os recomiendo a Febe, nuestra hermana y diaconisa en la Iglesia de Cencreas'. Fue el concilio de Laodicea, celebrado durante la segunda mitad del siglo IV, sigue diciendo en su contestaci¨®n el obispo Aton, el que prohibi¨® la ordenaci¨®n sacerdotal de las mujeres. Por lo que se refiere al t¨¦rmino presbytera, reconoce que en la Iglesia antigua tambi¨¦n pod¨ªa designar a la esposa del presb¨ªtero, pero ¨¦l prefiere el significado de sacerdotisa ordenada que ejerc¨ªa funciones de direcci¨®n, de ense?anza y de culto en la comunidad cristiana.
En contra de conceder la palabra a las mujeres se manifestaba el papa Honorio III (1216-1227) en una carta a los obispos de Burgos y Valencia, en la que les ped¨ªa que prohibieran hablar a las abadesas desde el p¨²lpito, pr¨¢ctica habitual entonces. ?stas son sus palabras: 'Las mujeres no deben hablar porque sus labios llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre'.
Estos y otros muchos testimonios que podr¨ªa aportar son rechazados por el magisterio papal y episcopal y por la teolog¨ªa de ¨¦l dependiente, alegando que carecen de rigor cient¨ªfico. Pero ?qui¨¦n es la teolog¨ªa y qui¨¦nes son el papa, los cardenales y los obispos para juzgar sobre el valor de las investigaciones hist¨®ricas? La verdadera raz¨®n de su rechazo son los planteamientos patriarcales en que est¨¢n instalados. El reconocimiento de la autenticidad de esos testimonios les llevar¨ªa a revisar sus concepciones androc¨¦ntricas y a abandonar sus pr¨¢cticas mis¨®ginas. Y a eso no parecen estar dispuestos. Prefieren ejercer el poder autoritariamente y en solitario encerrados en la torre de su 'patriarqu¨ªa', a ejercerlo democr¨¢ticamente y compartirlo con las mujeres creyentes, que hoy son mayor¨ªa en la Iglesia cat¨®lica y, sin embargo, carecen de presencia en sus ¨®rganos directivos y se ven condenadas a la invisibilidad y al silencio.
Juan Jos¨¦ Tamayo-Acosta es director de la C¨¢tedra de Teolog¨ªa y Ciencias de la Religi¨®n en la Universidad Carlos III de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.