Autoayuda cultural
Para entender las singularidades de este libro tocado por el ¨¦xito hay que saber como m¨ªnimo que Dietrich Schwanitz es alem¨¢n, que ejerci¨® la docencia universitaria, y que est¨¢ especializado en filolog¨ªa inglesa y teatro. Aqu¨ª pretende dar una s¨ªntesis de lo que todos llamamos cultura general. La introducci¨®n se centra en el sistema educativo, con acierto, porque el concepto de cultura que examina est¨¢ vinculado a la formaci¨®n del individuo, por eso el original se titula Bildung en vez de Kultur. Dietrich no ignora que la cultura occidental -paideia, hum¨¢nitas- ha estado vinculada siempre a la educaci¨®n, cosa que ahora ha dejado de suceder (la prueba es que hagan falta libros como ¨¦ste, que nos llegan fuera del sistema educativo). Asegura que sus destinatarios son fundamentalmente estudiantes, incluso los universitarios. Para ellos ser¨¢ bueno encontrar algunas de las realidades ¨²ltimas (multiculturalismo, correcci¨®n pol¨ªtica, feminismo, la f¨¢cil acusaci¨®n de fascismo, inteligencia y creatividad...) integradas en el panorama de la tradici¨®n europea. Sin embargo, los datos esenciales referidos a filosof¨ªa, ciencias, historia, literatura, lat¨ªn y griego, historia del arte, etc¨¦tera, no superan lo que debe saber un alumno que haya cursado un buen bachillerato. Con alguna diferencia. La primera es la exposici¨®n narrativa de los hechos, puesto que aspira a ser un relato de lo que ha sido Europa. La segunda, el tono divulgativo que mezcla las an¨¦cdotas con m¨²ltiples iron¨ªas y parodias. Eso crea un problema irresoluble: la parodia requiere que lo parodiado sea previamente conocido por el lector, algo que en principio no le sucede al que se embarque en este libro.
LA CULTURA. TODO LO QUE HAY QUE SABER
Dietrich Schwanitz Traducci¨®n de Jos¨¦ Manuel ?lvarez Ib¨¢?ez Taurus. Madrid, 2002 558 p¨¢ginas. 24,95 euros
Siguiendo a Snow, Dietrich distingue muy bien entre cultura human¨ªstico-literaria de un lado y cultura cient¨ªfico-tecnol¨®gica de otro. A pesar de que se propone darles igual importancia, lo cierto es que sus iron¨ªas son declaradamente literarias. A veces parece que con ellas est¨¢ elaborando un manual de autoayuda para fingir ser culto, o para disimular la incultura, pero las verdaderas personas cultas no los necesitan, incluso saben ironizar sobre los manuales de autoayuda (pienso en la ¨²ltima novela de ?ngela Vallvey). Eso es lo que hace tambi¨¦n Schwanitz, aunque nunca se sabe d¨®nde pone el l¨ªmite. ?De verdad puede creer que los espa?oles vivimos en una cultura del honor, con miedo a ser calzonazos y cornudos y que nos dejamos ver al atardecer por nuestras plazas mayores para ocultar nuestra ruina econ¨®mica? (Eso lo dice en una especie de gu¨ªa del trotamundos cosmopolita).
Ofrece Dietrich al menos tres c¨¢nones de libros: el formado por la historia de la cultura (literatura, ciencia filosof¨ªa, etc¨¦tera); otro en el que aparecen los 'libros que han cambiado el mundo', y un tercero de libros cuya lectura nos recomienda. La heterogeneidad entre estas tres listas produce cierto desasosiego, pues a nadie se le escapa que deber¨ªan coincidir. Por ejemplo, Plat¨®n y Arist¨®teles no escribieron, seg¨²n ¨¦l, ning¨²n libro que cambiara el mundo (aunque s¨ª lo hicieron sus replicantes cristianos, Agust¨ªn de Hipona y Tom¨¢s de Aquino). Sin embargo, en la parte hist¨®rica nos ha recordado que toda la filosof¨ªa europea no es m¨¢s que un conjunto de notas a pie de p¨¢gina con respecto a la obra de Plat¨®n.
'Los libros que han cambia
do el mundo' se enumeran por orden de su publicaci¨®n moderna, como libros impresos, de tal modo que La ciudad de Dios, de San Agust¨ªn, precede a las Historias de Herodoto. Ese criterio apenas tiene trascendencia para los autores griegos y romanos, cuyos libros cambiaron el mundo por primera vez cuando se publicaron en la Antig¨¹edad. Algunas sorpresas judeocristianas: que entre esos modificadores del mundo est¨¦ The Book of Common Prayer, que en 1549 fij¨® la liturgia anglicana. Tambi¨¦n la traducci¨®n del Nuevo Testamento realizada por Lutero (por haber desarrollado la lengua com¨²n de los alemanes), o, para el ingl¨¦s, La Biblia del rey Jacobo. Por otras razones merece ese alto honor La guerra, de Karl von Clausewitz: porque subordina la guerra a la pol¨ªtica y porque su autor cre¨® la Academia Militar de Berl¨ªn. A la luz del ¨²ltimo dato se explica que este oscuro estratega decimon¨®nico haya suplantado a Julio C¨¦sar, cuyas Guerras s¨ª que cambiaron el mundo de acuerdo con el primer criterio.
Queda, pues, advertido el lector de que el libro es fuertemente germanoc¨¦ntrico. Cultura es nada menos que 'un nuevo ideal humanista de educaci¨®n que influy¨® considerablemente en la burgues¨ªa alemana'. Para corregirlo, el editor ha intervenido en alg¨²n caso: por ejemplo, su an¨¢lisis de la educaci¨®n alemana queda resumido en dos p¨¢ginas adaptadas a Espa?a. A la hora de analizar los suplementos culturales de los peri¨®dicos tenemos el Frakfurkter Allgemeine Zeitung, Die Welt, etc¨¦tera, junto a la New York Review of Books. En fin, 'Austria y Suiza son las hermanas peque?as de Alemania. Holanda, su prima hermana'.
'Los dos textos fundamentales de la cultura europea' son la Biblia hebrea y la doble epopeya hom¨¦rica. A partir de ah¨ª no desarrolla las diferencias entre la cultura del Libro y la cultura de los libros (singular frente a plural, may¨²scula frente a min¨²sculas, etc¨¦tera), entre religi¨®n revelada y la mitolog¨ªa puramente literaria de los antiguos, entre el teocentrismo judeocristiano y el antropocentrismo de los griegos. Las relaciones se resumen en el siguiente chiste: sus dos autores 'tienen rasgos mitol¨®gicos: Homero no pod¨ªa ver. Dios no pod¨ªa ser visto'.
Una vez que uno conoce sus reglas ir¨®nicas y simplificadoras, hay que se?alar que ofrece un panorama organizado, cosa nada despreciable. Aunque su formato sea muy distinto, viene a equivaler a una enciclopedia de las de hace tres o cuatro d¨¦cadas, incluidos los apartados de urbanidad. 'Me parece', escribe Schwanitz, 'que ya era hora de que se escribiera un libro as¨ª y creo que los lectores tienen derecho a ¨¦l'. No ser¨¦ yo quien lo discuta, pues, como ¨¦l mismo dice, 'no se ha de tener una fe ciega en los suplementos (culturales) de peri¨®dico'.
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