El alcalde optimista
Llevaba d¨ªas sin recibir ninguna carta, as¨ª que cuando me lleg¨® una invitaci¨®n de la Agrupaci¨®n de Sarri¨¤-Sant Gervasi del PSC para presenciar un discurso del alcalde Joan Clos, organizado con el sano objetivo de despedir el curso pol¨ªtico, no me lo pens¨¦ dos veces. El acto se celebraba en el Col.legi Oficial d'Aparelladors i Arquitectes T¨¨cnics de Barcelona, en una sala elegantemente enmoquetada y con un aire acondicionado m¨¢s que aceptable. Los ocho minutos de retraso con los que empez¨® la intervenci¨®n de Clos confirman que el alcalde de una de las ciudades m¨¢s bonitas del mundo es mucho menos impuntual que su antecesor. No hubo lleno pero s¨ª una entrada m¨¢s que aceptable. T¨ªtulo de la charla: Reptes de futur. Vestimenta del orador: traje claro, a juego con una tez bronceada y el flequillo caracter¨ªstico. A la derecha del escenario, tres banderas: la de la ciudad, la del pa¨ªs y la del continente. Me sorprende que en un acto de partido se reserven dos primeras filas; supongo que para preservar el nefasto culto a la personalidad y asegurar la comodidad de las autoridades. Ejemplo de autoridad con derecho a primera fila: Josep Maria Sala, pol¨ªtico desgarbado, de traje marr¨®n y mocasines gastados.
'Sabemos qui¨¦nes son. Los detenemos cada d¨ªa para que los jueces los dejen luego en libertad', dice Clos de los 400 'manguis' habituales de Barcelona
El alcalde no lee ning¨²n discurso ni se ci?e al t¨ªtulo de la charla. Pasa de puntillas por la actualidad general y pisa con m¨¢s garbo cuando trata de problemas reales. Enseguida se mete con el PP, que es lo que se espera de un socialista en un acto de partido. Habla del neocentralismo de la derecha, 'acervo com¨²n de toda la Administraci¨®n'. Su tono monocorde no levanta pasiones, m¨¢s bien te va envolviendo con verdades que te recuerdan lo estimulante que puede llegar a ser el progresismo razonado o con infumables obviedades. No hay estridencias, y, precisamente por eso, uno siente la f¨¢cil tentaci¨®n de comparar su estilo con su antigua profesi¨®n de anestesista, que le ha dejado una gran habilidad para el diagn¨®stico pero poca sensibilidad a la hora de tratar al paciente. Se refiere al trato diferencial que el malvado Estado dispensa a Madrid, m¨¢s beneficioso que el que recibe Barcelona, y ve en el ojo ajeno el electoralismo que no ve en el propio. Para animar un poco la cosa, habla de una certeza: un cambio en la presidencia de la Generalitat. Apela al optimismo, aunque la apat¨ªa que flota en el ambiente no invita a practicarlo. De vez en cuando, en medio de este discurso plagado de meandros que intentan canalizar una realidad que, la muy cabrona, se resiste a ser domesticada, salta una perla: 'La inmigraci¨®n nos ha hecho descubrir que somos d¨¦biles. No es f¨¢cil dar respuestas a esta realidad desde la izquierda, precisamente porque quienes la ven con m¨¢s preocupaci¨®n y reticencias son las clases populares'. Pero esa verdad se desvanece cuando vuelve a imponerse el t¨®pico, la digresi¨®n rebozada de un tono paternalista, algo fr¨ªvolo, sobre todo cuando analiza el discurso de la derecha, m¨¢s propio de tertulia de caf¨¦ que de reuni¨®n con unos militantes desconcertados.
Llega, por fin, el tema estrella: la inseguridad. Clos acusa a la derecha de relacionar inseguridad con inmigraci¨®n y da cifras: en Barcelona hay 400 manguis m¨¢s o menos fijos, la mitad de los cuales son for¨¢neos y la otra ind¨ªgenas. 'Sabemos qui¨¦nes son. Los detenemos cada d¨ªa para que los jueces los dejen luego en libertad'. Es el problema que tantas veces denunci¨® Maragall. Para resolver la delincuencia menor, hay que invertir en estructuras de justicia r¨¢pida y reforzar los mecanismos de reinserci¨®n. 'Hacen falta m¨¢s jueces, m¨¢s c¨¢rceles, m¨¢s polic¨ªas, m¨¢s no s¨¦ qu¨¦, m¨¢s no se cu¨¢nto, pero todo esto cuesta un past¨®n', dice en un arranque de coloquialidad. Y remata: 'No hay diferencia entre la calidad moral de un delincuente magreb¨ª, eslovaco, ruso, chino, dominicano o catal¨¢n'. En general, parece satisfecho de s¨ª mismo y de su gesti¨®n y le brillan los ojos cuando se refiere al F¨°rum 2004, a la construcci¨®n de la estaci¨®n de la Sagrera, al barrio 22@, a esos grandes pollos que permiten a la ciudad seguir surfeando sobre la ola favorable, pero enga?osa, de la inversi¨®n p¨²blica. En un momento dado, lanza una pregunta para que el auditorio responda, en plan predicador evangelista. El sistema no funciona. M¨¢s que responder, los ap¨¢ticos fieles cuchichean, sobre todo cuando llega el turno de las preguntas, nada autocomplacientes, una mezcla de opiniones cr¨ªticas y casos particulares que desti?e el entusiasmo del ponente. S¨®lo se despeina cuando habla del precio del suelo. La demanda es la culpable, dice, y la inoperancia de las pol¨ªticas de viviendas p¨²blicas, que favorecen la compra (82%) sobre el alquiler (18%). Para que no decaiga, saca el tema de la isla de Perejil y se mete con los empresarios corruptos, a caballo de un discurso de buenos y malos donde impera, adem¨¢s de la amnesia de la corrupci¨®n de la izquierda, la generalizaci¨®n y la falta de matices. Y es que cuando uno empieza a matizar, el optimismo se va a hacer pu?etas. Para no desanimarme, pues, salgo de la sala cinco minutos antes de terminar el acto. Quiero ser tan optimista como mi alcalde. As¨ª que sonr¨ªo e incluso me atrevo a probar algunos pases de baile moviendo el flequillo pero, de repente, recuerdo que estoy en Barcelona y que debo andarme con cuidado: si me despisto, podr¨ªa caerme en una zanja.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.