La leyenda tr¨¢gica
Hace 35 a?os, en las pendientes malditas del Ventoux, el brit¨¢nico Tom Simpson se desplomaba exhausto y mor¨ªa
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Tom Simpson fue el mito rom¨¢ntico de una Inglaterra que se enter¨® por Radio Luxemburgo de que hab¨ªa ganado el Mundial de 1965 en San Sebasti¨¢n. Era el h¨¦roe de unos aficionados ingleses que apenas ten¨ªan noticias de ¨¦l porque hab¨ªa emigrado al continente para hacerse profesional, porque viv¨ªa en Gante (B¨¦lgica), donde viv¨ªan los que quer¨ªan ser campeones, pero que se alimentaban y alimentaban su leyenda con las fotos en blanco y negro que de Simpson, fino, estilizado, 1,81 metros, 63 kilos, nariz larga y afilada, pecho de paloma, maillot blanco con el damero negro de Peugeot, publicaban las revistas francesas de la ¨¦poca, tan dif¨ªciles de conseguir en Inglaterra como caviar de contrabando. 35 a?os despu¨¦s de su muerte, el 13 de julio de 1967, en la 13? etapa del Tour de Francia, a apenas kil¨®metro y medio de la cima del Mont Ventoux, la figura de Simpson, su simple nombre, sigue evocando la leyenda, pero ahora una leyenda tr¨¢gica, la del h¨¦roe que fue m¨¢s all¨¢ de sus fuerzas, de s¨ª mismo, y acab¨® rindiendo la vida ante su ideal.
Se para en una caba?a para poner co?ac en su botell¨ªn. Vuelve a la bici y dice que no pasa nada
La realidad, sin embargo, como casi siempre ocurre, fue m¨¢s prosaica. William Fotheringham, periodista ingl¨¦s, la cuenta magn¨ªficamente en su libro, recientemente publicado, Put me back on my bike (Vuelve a subirme a la bici). Fotheringham ha hablado con todos los supervivientes, con todos los testigos, con la viuda del corredor, Helen, que se cas¨® despu¨¦s con Barry Hoban, otro ciclista del equipo ingl¨¦s, el corredor que gan¨® dos d¨ªas despu¨¦s de su muerte una etapa homenaje, con la gente que conserva sus objetos como si fueran piezas de museo, con el mec¨¢nico que guarda la pieza de chapa en la que, blanco sobre negro, figura s¨®lo un n¨²mero, el n¨²mero 49, la chapa que llevaba en la bicicleta con la que se derrumb¨® dos veces y sobre la que muri¨®; ha buceado en decenas de archivos. Ha dado con una realidad olvidada. Ha buscado las claves de la muerte de su h¨¦roe infantil y ha encontrado la realidad. La realidad era la dura realidad del ciclismo de los a?os sesenta, un deporte de trabajadores que m¨¢s que la gloria buscaban el dinero, y lo hac¨ªan sin escr¨²pulos ¨¦ticos.
Antes de partir para el Tour en el que morir¨ªa, Tom Simpson, de 30 a?os, se acerc¨® al concesionario de Mercedes en Gante. 'Quiero comprar ese modelo', le dijo al vendedor se?al¨¢ndole el ejemplar m¨¢s rutilante del escaparate. 'Aqu¨ª tiene la entrada. Despu¨¦s del Tour vendr¨¢ el resto'. El prodigio de Nottinghamshire, el joven de 19 a?os que maravillaba a los ingleses, hab¨ªa envejecido. Era un profesional veterano. Tom¨® el tren para Angers, de donde parti¨® aquel Tour, en la estaci¨®n de Gante, y le dijo a su mujer 'te espero en Par¨ªs vestido de amarillo'.
Durante el Tour, hablaba mucho con Harry Hall, el mec¨¢nico del equipo brit¨¢nico (por aquel entonces el Tour se corr¨ªa por selecciones nacionales). Le confes¨® que ten¨ªa una cuenta pendiente con el Tour, una carrera que no le correspond¨ªa, una prueba en la que hab¨ªa logrado ser sexto hac¨ªa cinco a?os, pero en la que despu¨¦s s¨®lo hab¨ªa encontrado dolor y sufrimiento. 'Tengo que hacer un gran Tour', le dijo a Hall. 'S¨¦ que s¨®lo puedo mejorar mi contrato si hago un gran Tour. Y necesito el dinero'.
Simpson era un competidor nato, un obrero obsesivo, obsesionado con la victoria, un hombre meticuloso y met¨®dico. Usaba tubulares de seda, ultraligeros y ultrafuertes que su mec¨¢nico pegaba a la llanta con pegamento Pastelli. Aunque aparentemente su bicicleta blanca fuera de marca Peugeot, eso no era m¨¢s que una capa de pintura. Usaba una Masi, un artesano italiano, que se las hac¨ªa a medida. Cuando mediado el Tour se enter¨® de que Lucien Aimar, el ganador del 66, usaba ya seis pi?ones, no par¨® hasta encontrar juegos de seis y secretamente obligar al mec¨¢nico a quitar los juegos de cinco, cambiarlo todo en una noche y sin que nadie se enterara.
Para aquel Tour que pensaba ganar, o acabar en el podio, o entre los cinco primeros como mal menor, ten¨ªa un plan. Hab¨ªa seleccionado tres etapas clave en las que no pensaba perder mucho tiempo y luego aprovechar la contrarreloj final para recuperar todo lo posible, ya que era un magn¨ªfico rodador. Pensaba atacar en el Galibier, el Mont Ventoux y el Puy de D?me, que se escalaban por este orden en la ¨²ltima semana. Resistir y llegar a la crono final con un d¨¦ficit m¨¢ximo de 3 minutos.
Lleg¨® el Galibier, el coloso de los Alpes. Simpson no est¨¢ donde se le esperaba. No aguanta con los mejores. No ataca. Por la noche, el mec¨¢nico, se dispone a lavar la bicicleta. Huele el sill¨ªn: mierda. Simpson ha sufrido una diarrea tremenda. Est¨¢ enfermo. Se tiene que parar a evacuar en el prado antes de la ¨²ltima ascensi¨®n. Despu¨¦s no puede ni bajarse de la bici.
Tres d¨ªas despu¨¦s es la etapa del Mont Ventoux. Aunque intenta disimularlo, Simpson sigue enfermo. Apenas puede comer. Es la etapa 13?. Hace un calor infernal. Los t¨¦cnicos brit¨¢nicos se suben al Peugeot 404 descapotable, que es el coche del equipo. Adelantan al pelot¨®n, entregan el avituallamiento y despu¨¦s se ponen a cola. Comienza la ascensi¨®n. Hac¨ªa calor y cantaban las cigarras en las laderas del Ventoux. Harry Hall, el mec¨¢nico empieza a ver cosas raras, presagios. Simpson se para en una caba?a para poner co?ac en su botell¨ªn. Vuelve a la bici y dice que no pasa nada. Por entonces ya hab¨ªa vaciado dos de los tres tubos de anfetaminas que llevaba en el bolsillo, en la espalda. Segu¨ªa con diarrea.
Segu¨ªa con su idea fija. Atacar. Se escapa con Julio Jim¨¦nez, pero no resiste el ritmo del espa?ol y a siete kil¨®metros, en Chalet Reynard, es capturado por otros cuatro corredores. Ya entonces not¨® Aimar, uno de los cuatro, que Simpson llevaba la mirada 'vac¨ªa', que no o¨ªa, que intentaba todo el tiempo escaparse. 'Un comportamiento muy extra?o', explic¨® a?os despu¨¦s
La c¨¢mara de cine de Harry Hall, a quien le gusta hacer pel¨ªculas para que aprendan los j¨®venes, graba s¨®lo la primera parte del drama, que comienza a 2,5 kil¨®metros de la cima. Simpson zigzaguea. Est¨¢ fuera de control. La cabeza doblada hacia la derecha, como un p¨¢jaro con el cuello roto, como en sus d¨ªas de p¨¢jara. Simpson cay¨® por primera vez a kil¨®metro y medio de la cima. Se qued¨® apoyado contra el talud. Los pies en los rastrales. Aprisionados. 'B¨¢jate, tu Tour ha terminado', le dijo el mec¨¢nico, aterrado. 'Quiero seguir, lev¨¢ntame, ender¨¦zame', respondi¨® el ciclista. 'On, on, on' (vamos, vamos, vamos), le apremi¨® a su mec¨¢nico. Fue un soplo de voz. M¨¢s voluntarioso que fuerte. Casi inaudible. Fueron las ¨²ltimas palabras que dijo, aunque la leyenda, iniciada por un periodista del Sun diga que dijo put me back on the bike ('vuelve a subirme a la bici').
Recorri¨® 400 metros m¨¢s, m¨¢s o menos recto. S¨²bitamente comienza a tambalearse de nuevo. Cae. Se bajan del coche Hall y Alec Taylor, el director, y sudan para intentar levantarlo. La mirada ida. Las manos agarrotadas en el manillar. Le tuvieron que soltar los dedos uno a uno. Rigor mortis. Un peso muerto. Hall intenta un boca a boca desesperado mientras una enfermera le presiona los pulmones. El calor opresivo, las piedras blancas, una caldera sin aire. La piel del ciclista muestra una transparencia amarillenta. Luego lleg¨® el m¨¦dico Pierre Dumas con la m¨¢scara de ox¨ªgeno. In¨²til. Simpson estaba muerto.
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