La maleta
Un d¨ªa m¨¢s, llegas al hotel, te diriges como un aut¨®mata hacia el ascensor dirigido por un sexto sentido que rara vez osa a equivocarse, y all¨ª te encuentras con la lista en la que est¨¢ indicado tu n¨²mero de habitaci¨®n.
Subes a ¨¦l, desciendes, y con andares cansinos, arrastrando los pies, llegas a una puerta dispuesta a mostrarte el ¨²ltimo sistema de apertura electr¨®nica patentado, que siempre hay algo nuevo por descubrir. Abres la puerta... y, como en la canci¨®n, ah¨ª est¨¢.
Ah¨ª est¨¢ tu ¨²nico nexo con tu vida cotidiana. Cuando las ves api?adas, todas parecen las mismas; id¨¦ntico color, id¨¦ntico anagrama; pero es al abrirlas, o incluso, antes, al tantear el peso, cuando salta a relucir lo ya sabido de que en este circo, lo ¨²nico que nos une es la bicicleta.
Cada uno de un padre y una madre, cada maleta con un orden -ejem, perdonen, mejor desorden- diferente; continente id¨¦ntico para un contenido de lo m¨¢s variado. Desde el numero uno en todas las listas llamado plei esteision, o como se diga, que poco me importa, al in¨¦dito hasta ahora -al menos eso creo yo- Diccionario de la Lengua Espa?ola que he osado portar. Abundan las fotos de los cr¨ªos, ideales para personalizar mesillas, cargadores de m¨®viles, y revistas de coches y motos, entre otras.
Hay quien porta su bote de tomate frito preferido -no es broma-, quien no olvida su almohada favorita, quien trae las obras completas de Tolstoi, o quien porta una muda para tres semanas; sorpresas te da la vida.
Incluso hay quien debe sentarse encima de ella todos los d¨ªas para poder cerrarla, y no miro a nadie; pero lo importante, dicen todos, es que hay tantos que, todos los d¨ªas al abrirla, se sienten como en casa. Y eso en Francia, durante 3 semanas, tiene su m¨¦rito.
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