Calor, toros y moscas machadianas
No se puede quejar demasiado la afici¨®n que ayer domingo fue a Las Ventas. Calor a repartir por espuertas, como manda la santa madre iglesia en d¨ªas de toros, sin que faltara el aderezo de las moscas voladoras y machadianas. Y a continuaci¨®n, toros que lo eran, de presentaci¨®n, comportamiento y lo que hay que tener, pitones, casta en diferentes grados. S¨ª a eso le a?adimos toreros de buen corte, buenas faenas, emoci¨®n, di¨¢logos chispeantes en los tendidos, pues miel sobre hojuelas, que se dice. Aunque, bueno, de esto ¨²ltimo hubo menos, o sea, trasteos macizos, quiero decir. Pero vayamos al grano, o comentario ecu¨¢nime, que de eso se trata.
Diego Gonz¨¢lez en el toro de su confirmaci¨®n, que fue noble y con su miaja de calidad, estuvo entonado, con detalles de gusto, templanza, que en la media ver¨®nica para abrochar el quite que nos brind¨®, dej¨® patente. Suavidad, gusto en su toreo. La faena de muleta tuvo altibajos, aunque dej¨® constancia de su clase en una primera tanda de redondos y en el cambio de mano para rematar los muletazos de tanteo.
En el cuarto, Diego Gonz¨¢lez, para su desgracia, no entendi¨® a un manso que fue a m¨¢s en banderillas y embisti¨® por los dos pitones. No pudo templar, mandar, al fin y al cabo, someter. Perdi¨® una oportunidad de poner a Las Ventas a sus pies.
Alberto Ram¨ªrez, en su primero, le encontramos en torero firme, decidido, con un toro de Gavira encastado que blande¨® en el primer tercio y se vino arriba en la muleta. A pesar de sufrir algunos enganchones al finalizar ciertos muletazos, se faj¨® con el cornal¨®n toro de Gavira, para tanto al natural como por derechazos, obtener meritorios pases no carentes de temple.
Una l¨¢stima que Ram¨ªrez echara a perder en el quinto, por el p¨¦simo manejo de la espada, la buena labor en conjunto de su tarde. De nota alta estuvo en el tercio de banderillas Fernando Tellez, con marchoser¨ªa a raudales. Luego Ram¨ªrez se templ¨® en los primeros compases del trasteo, se pas¨® de faena y lleg¨® el martirilogio de la espada y la cruz, que al final result¨® penitencia. Queda dicho y as¨ª fue.
Manuel Jes¨²s, El Cid, en su primero comenz¨® la faena de muleta con poderosos doblones flexionando la rodilla torera. Fuera de las rayas, se procur¨® dos series de redondos que obligaron lo suyo al morlaco, quien a partir de entonces se qued¨® corto y avis¨®. Pero ser¨ªa en el sexto, donde el recio y compacto muletero dio lo mejor de s¨ª mismo. Convenci¨® y sent¨® sus reales, yendo a m¨¢s y mejor sobre la mano izquierda. La muleta en el hocico, el trapo rojo barriendo albero, las zapatillas hundidas. Am¨¦n de unos circulares y trincheras finales que levantaron ol¨¦s m¨¢s que merecidos. La espada, sin embargo, estaba mellada.
Ya lo saben entonces, no faltaron toros, ni toreros, ni calor. Es por ello que las tertulias posteriores, animadas estuvieron. Es f¨¢cil adivinarlo. ?Para qu¨¦ los profetas?
Babelia
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