Juan Diego, que est¨¢s en los altares
El Papa canonizar¨¢ ma?ana al primer ind¨ªgena y zanjar¨¢ la pol¨¦mica sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe
Cuando Juan Pablo II pronuncie ma?ana, en la bas¨ªlica de Guadalupe de Ciudad de M¨¦xico, la f¨®rmula can¨®nica que eleve definitivamente a los altares a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, primer santo indio, la Iglesia mexicana respirar¨¢ aliviada. Despu¨¦s de una batalla tan larga y plagada de pol¨¦micas, Juan Diego, ind¨ªgena chichimeca, nacido en torno a 1474 en una localidad pr¨®xima a la actual capital, ocupar¨¢ su sitio en los altares obteniendo al fin un reconocimiento para el pueblo ind¨ªgena que le hab¨ªa negado hasta ahora la Iglesia institucional y la sociedad criolla. Su causa era una de las m¨¢s antiguas y los honores llegan cuando la Iglesia cat¨®lica ve seriamente amenazado su monopolio espiritual en M¨¦xico y otros pa¨ªses de Am¨¦rica Latina.
Su gran m¨¦rito fue ser 'mensajero' de la Virgen de Guadalupe, patrona de M¨¦xico, de Am¨¦rica y de Filipinas, y uno de los m¨¢s poderosos s¨ªmbolos del catolicismo mestizo en el Nuevo Continente. Por su santuario, reedificado en los a?os setenta en la barriada de la Villa de Guadalupe de la capital mexicana, pasan anualmente 20 millones de peregrinos, que podr¨¢n encomendarse ahora con m¨¢s seguridad a su santo 'mensajero'. Seg¨²n la tradici¨®n, Juan Diego ten¨ªa 57 a?os cuando, en diciembre de 1531, se le apareci¨® la Virgen Mar¨ªa. El indio, seg¨²n la versi¨®n que da el postulador de la causa de canonizaci¨®n, Eduardo Ch¨¢vez S¨¢nchez, escuch¨® que la Se?ora le llamaba desde lo alto de la colina de Tepeyac con dulce voz: 'Juanito, Juan Dieguito'. La dama hablaba 'en perfecto n¨¢huatl y se present¨® como la Madre de Omet¨¦otl, el ¨²nico Dios de todos los tiempos y de todos los pueblos'. Pero a Juan Diego le cost¨® convencer de la veracidad de sus visiones al obispo de M¨¦xico, Juan de Zum¨¢rraga, y lograr que se construyera en honor de ella una ermita en el lugar se?alado. Fue necesario un milagro de la Se?ora, que dej¨® impreso su rostro mestizo en el ayate (capa r¨²stica) del indio.
La temprana devoci¨®n popular por la Virgen de Guadalupe, de piel cobriza, y por su medium Juan Diego no impidi¨® en M¨¦xico el nacimiento de una corriente cr¨ªtica antiaparicionista que considera el 'hecho guadalupano' una pura leyenda, un mito religioso. Una corriente poderosa basada en la ausencia de testimonios hist¨®ricos durante los 20 a?os inmediatamente posteriores a las supuestas apariciones, particularmente extra?a si se tiene en cuenta que el obispo Zum¨¢rraga era un minucioso anotador de los acontecimientos. La pol¨¦mica en torno a Juan Diego se reaviv¨® cuando Juan Pablo II le hizo beato en mayo de 1990 y aprob¨® el decreto de canonizaci¨®n en diciembre pasado. A la cabeza de los opositores al nuevo santo figuraba el ex abad de la bas¨ªlica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, y otros prelados, que llegaron a escribir una carta al Vaticano. Fuera de la Iglesia hay historiadores que sostienen que el mito de la Virgen de Guadalupe fue creado por los propios criollos, a partir del siglo XVII, para afirmarse frente a los peninsulares espa?oles y dar un fundamento cat¨®lico a la mexicanidad que con el tiempo desembocar¨ªa en la Independencia.
Comisi¨®n investigadora
La Santa Sede cape¨® el temporal nombrando una comisi¨®n investigadora especial, presidida por Fidel Gonz¨¢lez, una autoridad en historia eclesi¨¢stica, que examin¨® con 30 especialistas el abundante material hist¨®rico que existe sobre el caso. Adem¨¢s del poema Nican Mopohua, escrito en n¨¢huatl por el indio Antonio Valeriano, casi coet¨¢neo del beato, que narra las apariciones, se estudi¨® a fondo el llamado c¨®dice Escalada, que contiene una especie de acta de defunci¨®n de Juan Diego y se repasaron nuevos hallazgos arqueol¨®gicos. A partir de este trabajo, que no ha podido establecer una certeza hist¨®rica definitiva pero s¨ª comprobar la existencia de unos hechos reales que justifiquen la temprana devoci¨®n a la Virgen de Guadalupe, la Congregaci¨®n para la Causa de los Santos dio luz verde a la canonizaci¨®n.
La pol¨¦mica no se ha limitado a la existencia real de Juan Diego, sino que se extendi¨® al perfil del indio que trazan los documentos del postulador. ?stos lo describen 'd¨®cil a la autoridad eclesi¨¢stica', virtuoso y casto, enteramente dedicado a la Virgen, pues s¨®lo 'quer¨ªa estar cerca del santuario para atenderlo todos los d¨ªas, especialmente barri¨¦ndolo, que para los ind¨ªgenas era un verdadero honor'.
Afirmaciones que alarman a los sectores indigenistas de los intelectuales mexicanos, como el historiador Miguel Le¨®n-Portilla, que ha declarado al diario Reforma su temor a que esta imagen sumisa de Juan Diego resulte fatal para la lucha actual por los derechos ind¨ªgenas. En el mismo diario, el estudioso jesuita de origen belga Jan de Vos interpretaba la canonizaci¨®n de Juan Diego como una respuesta de la Iglesia a la creciente conversi¨®n de ind¨ªgenas a los credos evang¨¦licos. Un motivo m¨¢s que suficiente para que la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica haya reaccionado, canonizando a Juan Diego, un beato ligado a uno de los m¨¢s firmes s¨ªmbolos de la naci¨®n mexicana. En la celebraci¨®n ma?ana en la bas¨ªlica de Guadalupe, la poblaci¨®n ind¨ªgena tendr¨¢ alguna dificultad para identificarse con el nuevo santo, porque a Juan Diego se le ha asignado un rostro europeo enmarcado por una barba improbable.
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