GILO, HORAS DE SILENCIO
Primero ha separado las piernas para afianzarlas con fuerza en el suelo. Luego, poco a poco, ha alzado el brazo derecho hasta colocarlo a la altura del hombro. Despu¨¦s ha ladeado suavemente la cabeza, como si tratara de dibujar a partir del om¨®plato una l¨ªnea recta y perfecta que uniera el rabillo de su ojo con el horizonte. S¨®lo entonces ha apretado el gatillo. 'Buen disparo', exclama el instructor, mientras confirma que el proyectil se ha incrustado limpiamente en la parte superior de un blanco con silueta de un hombre, que en su imaginaci¨®n podr¨ªa muy bien haber correspondido a un comando palestino.
Samuel, de 32 a?os, oriundo de Jamaica, es un internauta insomne. Vive en una de las ¨¢reas m¨¢s vulnerables de Gilo, frente a la aldea palestina cristiana de Beit Yala. All¨ª durante meses se han parapetado los milicianos para disparar contra los habitantes del asentamiento y recordarles que sus casas se levantan sobre una tierra usurpada. Cada bala trataba de ser un mensaje claro sobre los derechos palestinos con respecto a esta colina, que les fue arrebatada en la guerra de los Seis D¨ªas, en 1967. Para Samuel, sin embargo, como para otros muchos vecinos, Gilo es simplemente un 'barrio dormitorio' donde el alquiler y el precio de las casas son m¨¢s baratos que en el resto de Jerusal¨¦n.
'La Intifada ha hecho de Gilo un s¨ªmbolo en todo el mundo', dice Turjeman, su alcalde desde hace seis a?os
Rima deja cada ma?ana instrucciones a sus hijos sobre lo que deben hacer en caso de que muera
El jamaicano aprende a disparar en los cursillos que a precio de ganga organiza la Asociaci¨®n de V¨ªctimas del Terror ?rabe, dirigidos por Shifra Hofman, una jud¨ªa originaria de Nueva York. Con tres sesiones, en la galer¨ªa de tiro Crab, en el barrio industrial de Talpiot, Samuel se convertir¨¢ sin duda en un tirador de primera. Entonces se sentir¨¢ capaz de todo, incluso de repeler desde el balc¨®n de su casa cualquier ataque de los palestinos.
La guerra de los palestinos de Beit Yala contra los jud¨ªos del asentamiento de Gilo no ha tenido muertos, apenas heridos, aunque s¨ª muchos cristales rotos. Los milicianos disparan desde demasiado lejos como para poder hacer blancos mortales. Pero aun as¨ª, las balas han conseguido crear entre los 42.000 habitantes de esta zona una sensaci¨®n de incertidumbre, desasosiego e impotencia que se ha extendido sobre el resto del Jerusal¨¦n jud¨ªo. Han dejado de ser invulnerables.
A pesar de su af¨¢n por aprender a disparar, Samuel es un resistente moderado. Los acontecimientos de los ¨²ltimos meses le han colocado a medio camino entre los extremistas, que reivindican medidas dr¨¢sticas y apuestan por una ofensiva militar y despiadada contra sus vecinos los palestinos, y aquellos otros residentes, temerosos, que prefieren una retirada estrat¨¦gica y temporal hacia cualquier parte del mundo, con la esperanza de que en este intervalo se solucione el conflicto y puedan volver un d¨ªa a Gilo para vivir en paz sin que ello suponga un desaf¨ªo.
Uri Bank, de 34 a?os, s¨ª se ha colocado en un extremo, el m¨¢s radical. Licenciado en Ciencias Pol¨ªticas por la Universidad Hebrea, se instal¨® con su familia en Gilo cuando apenas ten¨ªa 12 a?os. Hasta entonces hab¨ªa vivido en Estados Unidos, en Chicago. Ahora trabaja en la Kneset (Parlamento) en Jerusal¨¦n como asesor del diputado Benjam¨ªn Elon, dirigente del partido nacionalista Moledet (Naci¨®n), la organizaci¨®n que propugna la expulsi¨®n de toda la poblaci¨®n palestina, incluida la de Cisjordania y Gaza, a los pa¨ªses ¨¢rabes vecinos. Con anterioridad, Uri estuvo colaborando con el fundador de este mismo partido, Rehavam Zeevi, el ministro de Turismo muerto el pasado mes de octubre por un comando del Frente Popular para la Liberaci¨®n de Palestina.
'Cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo hace nueve a?os, yo ya advert¨ª a quien quiso o¨ªrme que era un riesgo que se establecieran territorios aut¨®nomos palestinos a poco menos de 500 metros de nuestras casas y que, adem¨¢s, les di¨¦ramos a sus habitantes armas. El tiempo me ha dado desgraciadamente la raz¨®n', explica Uri Bank, mientras se?ala con la punta del dedo cada una de las casas cercanas de Beit Yala.
Aunque hace semanas que los palestinos no disparan, las huellas del miedo son a¨²n visibles en Gilo. En el sur permanecen abiertas las trincheras que los soldados cavaron junto a los tanques, que el mando emplaz¨® en un lugar visible apuntando permanentemente sobre la aldea cristiana. Por doquier se pueden tambi¨¦n descubrir los sacos de arena que las tropas colocaron en los lugares m¨¢s inseguros del asentamiento, incluidos los balcones de algunos domicilios, las paradas de los autobuses o las entradas a ciertos comercios. Pero sobre todo el rastro m¨¢s patente del p¨¢nico es ese muro de cemento que discurre intermitente por la frontera de la urbanizaci¨®n, paralelo a las casas de Beit Yala.
'Vivir detr¨¢s de los muros de cemento o de los cristales blindados es algo vergonzoso. Es un absurdo. Tuvimos que vivir detr¨¢s de los muros en los guetos de Polonia por una serie de razones hist¨®ricas. Pero no es l¨®gico que en nuestra tierra, en Israel, nos veamos obligados de nuevo a vivir asediados', exclama Uri Bank, mientras observa esa muralla, que en algunos lugares los vecinos han pintado coquetamente con colores estridentes, como si trataran de disimular la fortificaci¨®n e integrarla en un paisaje de paz y amor inexistente.
Uri Bank habla en tono desafiante, como si estuviera a¨²n encaramado en lo alto de la torreta del tanque que conduce durante los periodos que permanece en el Ej¨¦rcito como oficial de la reserva. La l¨®gica pol¨ªtico-militar de este extremista le lleva a propugnar una ofensiva feroz contra los habitantes de Beit Yala para crear sobre esta zona palestina una regi¨®n tamp¨®n, controlada permanentemente por las tropas israel¨ªes, que impida a los milicianos palestinos disparar sobre las casas israel¨ªes.
Uri Bank vive con su mujer y su hija de pocos meses muy cerca de la calle Anafa, convertida en el blanco predilecto de los tiradores palestinos. La franja de combate se prolonga hacia el sur para desembocar en Marva, un lugar m¨¢s protegido por la orograf¨ªa donde nunca han llegado las balas, s¨®lo el estruendo. Aqu¨ª, la comunidad palestina del otro lado del valle, El Wadi, es m¨¢s pac¨ªfica: dos decenas de monjes franciscanos.
'Ellos s¨®lo se dedican a cultivar su vino', explica Rima, mientras abre de par en par las ventanas del comedor de su casa. Al descubierto ha dejado una mancha verde de pinos que trepan en este atardecer de verano por una ladera, perseguida por los rayos de un sol que acabar¨¢ escap¨¢ndose por lo alto de la colina. En medio de los ¨¢rboles, la abad¨ªa de los franciscanos. Son las afueras de Beit Yala. Es como si nunca hubiera habido una guerra.
Rima Raitsin, de 45 a?os, profesora de matem¨¢ticas, es de origen ruso. Lleg¨® a Israel desde las profundidades de Kiev hace exactamente 30 a?os. En Jerusal¨¦n estudi¨® en la universidad, contrajo matrimonio y vio crecer a sus dos hijos. Desde hace tres a?os est¨¢ divorciada. Gilo ha sido siempre su casa. Aunque los disparos de los milicianos no han alcanzado nunca su domicilio, el estruendo de los tiroteos o el fogonazo de los misiles israel¨ªes han conseguido sumergirla en el miedo. Rima se alinea en ese ej¨¦rcito de temerosos, para los que vivir en este punto de la ciudad, en este momento, se ha convertido en un desaf¨ªo. Ahora la pesadilla es ya insuperable.
Hay ma?anas en la que Rima se despierta atenazada por el p¨¢nico. En ese duerme-vela que precede al tintineo del despertador, ella se siente flotar en el espacio, por encima de su cuerpo, para verse abajo en medio de la calzada de una calle, con los miembros ensangrentados, destrozados por la bomba de un comando suicida. Cuando por fin consigue levantarse para ir al trabajo, antes de salir deja encima de su cama un sobre, en cuyo interior encierra toda la documentaci¨®n importante relativa a su casa, incluido el estado de sus cuentas bancarias y unas instrucciones dirigidas a sus hijos en las que especifica lo que deben hacer en el caso de que ella muera. Este sentimiento de incertidumbre ha minado su organismo y corro¨ªdo su fortaleza.
La tensi¨®n que emana Gilo se ha acumulado a su crisis profesional, generada por la debacle econ¨®mica en la que se encuentra sumido Israel. El salario de Rima se ha reducido en m¨¢s de la mitad en los ¨²ltimos meses, despu¨¦s de que la academia privada en la que impart¨ªa clases de matem¨¢ticas perdiera una buena parte del alumnado. Los n¨²meros tampoco le salen a fin de mes. Especialmente ahora en que los precios de todas las cosas parecen haberse disparado hacia el infinito.
La ¨²ltima andanada contra su l¨ªnea de flotaci¨®n fue ese atentado suicida que un activista de Ham¨¢s cometi¨® el pasado 19 de junio contra un autob¨²s de la l¨ªnea 32 A, que comunica el n¨²cleo de Gilo con la Universidad Hebrea de Jerusal¨¦n y en el que cada ma?ana viajan confundidos estudiantes y funcionarios. En el ataque murieron 19 vecinos, en su mayor¨ªa adolescentes, como sus hijos. Aquel d¨ªa Rima se reafirm¨® en el proyecto de dejarlo todo y trasladarse a vivir provisionalmente con su madre a Nueva York.
'No s¨¦ cu¨¢ndo volver¨¦. Ni siquiera s¨¦ si volver¨¦. Pero no estoy dispuesta a continuar viviendo aqu¨ª en estas condiciones, permanentemente sumergida en el miedo. Con muertos por ambos bandos. Yo no soy una hero¨ªna', explica Rima, despu¨¦s de haber vendido su coche y dudado si colocaba en el balc¨®n un cartel anunciando el alquiler de su apartamento.
Cuando Rima abandone definitivamente su domicilio, mirar¨¢ hacia atr¨¢s, pensando que all¨ª ha pasado media vida. Ahora simplemente se contenta con ojear, embargada por la nostalgia, ese viejo ¨¢lbum de familia, donde se alinean las fotos de sus abuelos, de sus padres, de sus t¨ªos, en su Kiev natal. El viaje vital de Rima en busca de su 'tierra prometida' a¨²n no ha acabado. Para ella es el eterno volver a empezar.
Cuando hace pocos d¨ªas, al alba, el avi¨®n despeg¨® del aeropuerto de Ben Gurion llevando a Rima y a sus hijos hacia Nueva York, Gilo qued¨® abajo, como un s¨ªmbolo. A esa hora la luz del despacho de Meir Turjeman, de 50 a?os, permanec¨ªa a¨²n encendida. Este ex bombero de Jerusal¨¦n, emprendedor hombre de negocios, presidente del Consejo municipal de Gilo desde hace seis a?os, no pod¨ªa dormir; continuaba, detr¨¢s de sus gafas de incipiente miope, intentando descifrar los problemas de su asentamiento-barrio, donde vive desde hace m¨¢s de 30 a?os. El rompecabezas de la contabilidad municipal siempre le ha provocado insomnio.
'La Intifada ha hecho de Gilo un s¨ªmbolo en todo el mundo', insiste el alcalde Turjeman, mientras trata de poner orden en los papeles. Desde el fondo de su sill¨®n ese hombre de firmes convicciones religiosas, sefard¨ª, oriundo de Casablanca, reivindica el silencio como mejor manera para proteger a sus conciudadanos, aunque sin despreciar la ayuda solidaria internacional que le llega a diario de todas las comunidades jud¨ªas.
Meir Turjeman contin¨²a en esta madrugada absorto en su trabajo. Ahora observa con especial detenimiento un plano de Gilo sobre el que hay dibujado el trazado de una l¨ªnea azul, una muralla de cemento coronada con alambrada electrificada. Ha sido dise?ada por el Ej¨¦rcito para proteger el flanco sur del ¨¢rea urbana. Tendr¨¢ m¨¢s de 10 kil¨®metros de longitud y tratar¨¢ de convertir el asentamiento en una fortaleza inexpugnable, en un sue?o. Gilo a¨²n duerme.
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