La precariedad obliga al 36% de inmigrantes a compartir habitaci¨®n en los primeros meses
La falta de dinero y 'papeles' fuerza a los extranjeros a continuos cambios de alojamiento
Asentarse en un pa¨ªs nuevo, sin trabajo estable ni papeles y con los alquileres por las nubes es una carrera de obst¨¢culos. Por eso la mayor¨ªa de los inmigrantes reci¨¦n llegados se ve forzada a un nomadeo entre albergues, pensiones y pisos de compatriotas. El 60% pasa por tres o m¨¢s alojamientos distintos en sus tres primeros a?os en Madrid, y el 36% debe compartir cuarto durante meses, seg¨²n un estudio de la Universidad de Comillas. Es el caso de Jos¨¦ William, colombiano de 44 a?os, que lleg¨® hace diez meses y ha vivido en la calle, en dos albergues y en varios pisos.
William sabe que sin permiso de trabajo y residencia es muy dif¨ªcil conseguir algo parecido a un hogar. 'Sin papeles puedes encontrar empleo, pero siempre m¨¢s inestable y peor pagado, y nadie te alquila un piso', explica este alba?il que dej¨® a su mujer y a sus dos hijos en Colombia. Procede de Pereira, una de las zonas m¨¢s afectadas por la crisis y el conflicto armado que sufre este pa¨ªs latinoamericano. 'Yo nunca pens¨¦ en emigrar, pero en los ¨²ltimos a?os el dinero que gan¨¢bamos mi mujer y yo apenas nos llegaba para pagar el alquiler y la canasta diaria', asegura.
Nada m¨¢s llegar a Madrid se aloj¨® en Carabanchel, en casa de una compatriota. 'Por un mes me cobr¨® 500 d¨®lares, una cantidad abusiva, pero era lo pactado. M¨¢s tarde una buena amiga me acogi¨® en su piso de Quevedo, donde viv¨ª dos meses con otras cuatro personas; pero hubo cuestiones personales y me march¨¦'.
Despu¨¦s vino lo m¨¢s duro. Dormir en estaciones de tren y en albergues para indigentes: primero, en el de Mayorales, y luego, en el de San Juan de Dios. Como no encontraba otro trabajo, William vend¨ªa arepas (tortas de ma¨ªz) y mecheros. En esa misma ¨¦poca varios compatriotas le dieron una paliza en el parque de Pradolongo (Usera) para robarle y tuvo que permanecer ocho d¨ªas ingresado en el hospital Doce de Octubre. Pero no se desanim¨®. Consigui¨® un empleo repartiendo publicidad y vivi¨® un mes en casa de unos amigos en Portazgo: compart¨ªa con cuatro una habitaci¨®n y pagaba 78 euros al mes.
Ahora trabaja en la obra de un locutorio y ha vuelto a vivir en la casa de Quevedo. Gana 720 euros y la cama le cuesta 90. Cuando puede, env¨ªa dinero a su familia y guarda un peque?o remanente para los meses malos. 'Mi objetivo es conseguir los papeles, porque con ellos podr¨ªa encontrar un trabajo mejor pagado en la construcci¨®n y alquilar un piso que pudiera sentir como mi hogar y al que pudiera traer a mi familia', proyecta. Pese a todo, William cree que tiene suerte. 'A los 15 d¨ªas de llegar ya ten¨ªa un trabajo en una obra; es verdad que luego me qued¨¦ sin ¨¦l y pas¨¦ meses duros, pero hay compatriotas que est¨¢n mucho peor', reflexiona, haciendo gala de un optimismo a prueba de bombas.
Jes¨²s Labrador, profesor de Psicolog¨ªa y autor -junto a Asunci¨®n Merino, doctora en Historia- del estudio Usos del h¨¢bitat de los inmigrantes en la regi¨®n, de la Universidad de Comillas, explica que los inmigrantes, por sus problemas econ¨®micos y de papeles, suelen tener que aguantar de cinco a ocho a?os de convivencias poco deseadas hasta vivir con quien ellos quieren, normalmente con su pareja y sus hijos. En los dos primeros a?os de estancia, s¨®lo el 49% alcanza ese sue?o; entre los tres y los cinco a?os, lo logra el 54%; el 68%, despu¨¦s de ocho a?os, y el 80%, a partir de ese tiempo. El 20% no lo logra por su precariedad. 'El primer a?o suele ser el de la novatada, el reci¨¦n llegado no conoce el medio, a menudo carece de papeles y de trabajo y tiene que conformarse con lo que encuentra, normalmente casas precarias compartidas entre muchos. Algunos entrevistados nos contaban que, en su desconocimiento, hab¨ªan sufrido grand¨ªsimos timos', explica Labrador, que encuest¨® a 381 inmigrantes.
Conflictos
En esos primeros tiempos se dan las situaciones m¨¢s duras, como compartir una misma habitaci¨®n con dos o tres personas (el 36% se vio obligado a ello). Los compa?eros de piso no se eligen, y son frecuentes los conflictos por ruidos, limpieza, uso de espacios comunes, impagos... 'Salvo los inmigrantes que proceden de ciudades de los pa¨ªses del Este, el resto, es decir, latinoamericanos y africanos, tienen que esforzarse para vivir en bloques de pisos, ya que est¨¢n acostumbrados a las casas bajas con un patio o jard¨ªn que permite aislar una vivienda de la otra', se?ala Labrador.
Con el tiempo, los trabajadores extranjeros empiezan a disponer de papeles, n¨®minas o conocidos espa?oles, lo que les abre la posibilidad de ser titulares de un alquiler, siempre que logren vencer otro de los escollos frecuentes: las reticencias de numerosos caseros a arrendar pisos a extranjeros. 'Comienzan entonces a so?ar con comprar un piso. Pero el fuerte desembolso que supone y la dificultad de conseguir avales complica mucho el acceso a la propiedad', explica este profesor. A partir de los ocho a?os de estancia, un 26% de los encuestados logra comprar una casa.
Y un dato: 'Conseguir un lugar m¨¢s grato para vivir no es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo. Es curioso, por ejemplo, que las mujeres dominicanas, aunque lleven muchos a?os, suelen seguir en pisos compartidos, porque su prioridad es enviar dinero a sus hijos o construirse una casa en su tierra'.
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