UN EXTRA?O MALEC?N
El paseo de la playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria, es un inagotable muestrario del g¨¦nero humano. En sus bancos charlan los amigos o se devoran a besos los j¨®venes amantes
A lo largo de a?os he caminado cada noche, y muchas ma?anas, por el malec¨®n de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria. Mis permanencias en un hotel situado en pleno borde del mar han llegado a durar hasta tres meses, por lo que puedo asegurar, sin riesgo de equivocarme, que debo haber pasado 90 d¨ªas seguidos caminando y observando atentamente a la gente que me cruzaba, unas tres horas cada d¨ªa, o sea, un total de 270 horas, aproximadamente. Y sin entender gran cosa.
Definitivamente, hay un malec¨®n de d¨ªa y otro de noche, aunque esto no quiere decir que la gente que uno ve en horas de playa, por ejemplo, no sea, al menos en buena parte, la misma que uno ve por las noches. Y tampoco quiere decir que, por las ma?anas, la gente vaya menos ataviada y lleve m¨¢s o menos ropa que por las noches. Y es que, durante los meses de verano, que en las islas Canarias son casi todos los del a?o, la gente suele ba?arse tambi¨¦n en el mar de noche, y por ello no es nada raro que uno se cruce con una pareja ya mayor, bastante abrigadita, que pasa por nuestro lado derecho, mientras que, por el izquierdo, pasan tres muchachas a las que incluso parecer¨ªa hab¨¦rseles encogido las tangas o el hilo dental con que se cubren ya ni s¨¦ qu¨¦, al mismo tiempo que nos descubren exuberancias de la carne que habr¨ªan sorprendido a la propia Eva en el para¨ªso. Y, adem¨¢s, lo juro, algunas de estas muchachas caminan comiendo una verde manzana, yo creo que de puro posmodernas o ahist¨®ricas, por decirlo de alguna manera.
Con su blanca y caminante presencia, aquella prehist¨®rica pareja parec¨ªa la encarnaci¨®n de la nada
Todas las razas del mundo se pasean por este amplio y nervioso malec¨®n en el que, entre miles de caminantes, uno es esquivado, a las m¨¢s altas velocidades y sudores, por los corredores diurnos y nocturnos que, semidesnudos o abrigad¨ªsimos, pretenden recuperar la forma f¨ªsica, o mantenerla o perfeccionarla. Y nunca se caen, ni siquiera muertos, ni se tropiezan ni nada. La feroz y violentamente deportista juventud se las arregla para nunca atropellar al m¨¢s pac¨ªfico anciano o a la cantidad de minusv¨¢lidos que, solos o ayudados, ejercen tambi¨¦n su derecho al paseo por este agitado y extra?o malec¨®n. Yo observo a este inagotable muestreo del g¨¦nero humano, que parece provenir de todos los rincones del mundo, y jam¨¢s noto fricci¨®n alguna, a pesar de ese incesante cruzarse de gentes tan distintas a todas las velocidades imaginables en el ser humano. Y como nunca he visto un brote de violencia, una discusi¨®n, y mucho menos una reyerta, interrogo a cuanta persona creo que pueda decirme algo -porque tampoco se ve, o apenas y muy de vez en cuando, vigilancia alguna de ning¨²n tipo-, y la respuesta m¨¢s sutil que encuentro es que no estamos, aqu¨ª en Las Canteras, ante un caso de convivencia pac¨ªfica, y mucho menos de cohabitaci¨®n y tolerancia ejemplares, sino ante lo que uno de mis interlocutores dio en llamar connivencia pac¨ªfica, explic¨¢ndome enseguida que, en los centenares de edificios que bordean el malec¨®n de Las Canteras, siempre renovado y cada a?o m¨¢s extenso, no necesariamente se admite a cualquiera como comprador o inquilino. Los hay en que no se admite a chinos o ¨¢rabes, o a hind¨²es o negros, s¨®lo a blancos, y los hay, tambi¨¦n, por supuesto, en que s¨®lo se admite a chinos o negros, o ¨¢rabes o hind¨²es.
Los mendigos de Las Canteras son pocos, pesad¨ªsimos, y sumamente profesionales, salvo, por supuesto, cuando han decidido entretenerse volviendo loco a un paseante estival. Son, tambi¨¦n, los mismos, a?o tras a?o, y noche tras noche, ya que de d¨ªa deben estirar la mano por alg¨²n otro sitio de la ciudad. Su manera de hacerse notar es instal¨¢ndose en el centro mismo del amplio y renovado paseo, de tal manera que a uno no le quede m¨¢s remedio que pasar siempre delante o detr¨¢s de ellos, que, adem¨¢s, ejercen un estrecho control sobre cada transe¨²nte. Hay un flaco de muletas, exageradamente apoyado sobre ¨¦stas, cuya especialidad es la de dirigirse, muy de t¨² a t¨², a la gente. Y lo hace con piropos o halagos y frases corteses, a aquellos que le dan, y m¨¢s bien todo lo contrario a aquellos que no soportan su presencia y su intromisi¨®n en las conversaciones de los paseantes. El tipo es detestable y es detestado, muy a menudo, lo s¨¦, me lo han comentado varios amigos, pero ello no le impide crispar siempre los ¨¢nimos de quienes, lo sabe ¨¦l, le tienen particular animadversi¨®n y est¨¢n siempre a punto de meter un pie entre sus muletas, pegar un buen tir¨®n, y dar con su flaca humanidad por los suelos. Nadie lo ha hecho nunca, al menos que yo sepa, y tal vez en ello se f¨ªe este desagradable individuo para vivir siempre en una situaci¨®n l¨ªmite entre su precaria apoyatura y su irritante y constante provocaci¨®n.
El segundo mendigo, un negrito tan retinto que, en su tribu, en ?frica, seguramente lo apodaban el Negro, yo siempre cre¨ª que era un ni?o. Bajito y cabez¨®n, puede v¨¦rsele caminando, como ido, de un extremo a otro de Las Canteras, y tan ido, creo yo, que, a veces, hasta se olvida de su condici¨®n de mendigo y simplemente se pasea, sin estirar la mano ni pedirle nada a nadie. Se ti?e el pelo de mil colores y se cambia de ropa muy a menudo, algo nada dif¨ªcil de notar, por lo dem¨¢s, porque siempre opta por atuendos de colores chillones y por una suerte de sac¨®n, casi una capa, que, unido a su manera de andar, resalta su falso aspecto infantil. Porque de ni?o este hombre no tiene nada. Lo not¨¦ una de esas noches en que, cambiando de estilo, o demasiado maltratado por el hambre y la necesidad, aparece tirado en el suelo en el medio del malec¨®n, eso s¨ª, y desde ah¨ª alza un bracito agotado a la vez que dice 'se?or, se?or', sin ton ni son, pero, eso s¨ª, con un vozarr¨®n notable. Moneda en mano, me acerqu¨¦ y agach¨¦ una vez, todo lo que pude, y la verdad es que nunca he visto un hombre de su edad y raza de tan corta estatura. Su rostro es viejo, arrugado, de gran nariz, y de mirada agotada. Porque es un viejo, muy viejo sobreviviente de la miseria de todo tipo. Y sus zapatones, porque calza, eso s¨ª, un cuarenta y muchos, sus zapatones se los quita y los pone a un lado, cuando mendiga desde el suelo. La ¨²ltima vez que me acerqu¨¦ a ¨¦l lo vi viej¨ªsimo. Era el fin del verano y ya ni dec¨ªa 'se?or, se?or', ni estiraba la mano, ni daba las gracias, ni nada. Este ni?o tan tan viejo -un enano, en realidad, creo yo- nunca molest¨® como el cojo ¨¦se que esgrime sus muletas como quien muestra un mu?¨®n, como medio de vida y de insolencia ante el mundo. Y los dem¨¢s mendigos de Las Canteras no pasan de ser espor¨¢dicos drogatas, muy j¨®venes y robustos, que se cruzan torpes en nuestro camino y contrastan ferozmente, eso s¨ª, con los que, arropad¨ªsimos o no, alcanzan en sus desenfrenadas carreras muy altas y sudadas velocidades, mientras en las bancas charlan amigos, vecinos o familiares, o se devoran a besos y abrazos j¨®venes amantes que, a menudo, exhiben todo un muestrario de posturas improvisadas y tambaleantes, aunque siempre tan llenas de ardor y pasi¨®n, sobre aquellos incomod¨ªsimos asientos de concreto o de piedra, tal vez que uno hasta les regalar¨ªa su colchoncito, en lugar de darle monedas al cojo detestable y demagogo de las muletas. Pero sabe Dios c¨®mo lo tomar¨ªan estos chicos y chicas; a lo mejor, como un insulto. O a lo mejor como una inc¨®moda intromisi¨®n en su gran placer personal, en lo que a ellos realmente les gusta. Como les gusta tambi¨¦n a los muchachos de hoy entrar a un bar, comprar las bebidas alcoh¨®licas y salir a beberlas en media calle, entre gente que se tropieza con ellos o autom¨®viles que les impiden escucharse unos a otros, con sus bocinazos.
No voy a abandonar Las Canteras, extra?o malec¨®n, sin mencionar a los exhibicionistas que gustan frecuentarlo para mostrarse en toda su imbecilidad, s¨®lo atenuada por el componente de locura que debe haber en ella. La horrible mujer con los labios sucia y feamente rojos y excesivos, con el pelo inmundo horriblemente te?ido de rubio y deste?ido de rubio. La he visto venir desde el centro de la ciudad. Se pasea con dos o tres pelotas de baloncesto que dirige con los pies, a patadita limpia, y a las cuales les habla, les da ¨®rdenes, les toca un silbato, les ense?a la ciudad y su malec¨®n, mientras ella se ense?a a s¨ª misma hasta el hartazgo, en ropas muy menores para su edad y estado f¨ªsico, y la repugnancia que suele invadirlo a uno a partir de la segunda o tercera vez que la ve no tiene l¨ªmites. Llamar la atenci¨®n es un arte para el cual esta mujer desagradable sencillamente no naci¨®. Y de tercera o quinta categor¨ªa es tambi¨¦n el viejo de los estornudos estruendosos. Un viejo, limpio y pulcro, al menos, que va de un extremo al otro de Las Canteras estornudando entre los paseantes, sorprendi¨¦ndolos con tan feroz gripazo. Por supuesto que no estornuda cuando la gente se lo pide, por burla o cansancio. Estornuda para ser recordado eternamente. Y, la verdad, ahora que intento describirlo, ya no recuerdo bien c¨®mo era ese se?or. En cambio, no olvido nunca al Almirante y a su marinerita, tal vez guapa, tal vez no, pero vestida de mu?equita linda con gorrita para la mar. Y es que nunca supe si eran realidad o ficci¨®n. Si ese se?or de aspecto tropical, mestizo de muchas razas, impecablemente vestido de blanco, desde los zapatos, el traje con chaleco, la impecable gorra marinera, pero de alto mando, que incesantemente paseaba por el malec¨®n, coqueto al m¨¢ximo y quit¨¢ndose la edad por toneladas, pues era mucha ya su edad, y utilizando para ello la compa?¨ªa, siempre cogida de su brazo, de una joven vestida de marinerita, con su gorrita azul y todo, si ese se?or, al cual vi una vez salir con ella de una pensi¨®n pobre pero digna, era un m¨²sico caribe?o sobreviviente de tiempos idos, de orquestas muertas, de giras de otra ¨¦poca. ?O tal vez lo suyo fue el circo? ?O la trata de blancas? El bigote, grande y algo te?ido, era de cabar¨¦ de los a?os cuarenta. Y la juventud de ella era de verdad. Lo s¨¦. Me acerqu¨¦ y me fij¨¦ bien en ambos. Caminaban impecables y almidonados y sin remiendo alguno. Caminaban de ma?ana, de tarde y de noche. Y jam¨¢s miraron a nadie, siquiera. Como si no quisieran ser vistos, tampoco, por nadie. Y a m¨ª, en todo caso, nunca me vieron. Yo nunca exist¨ª para ellos. Y jurar¨ªa que tampoco el malec¨®n de Las Canteras, ni Las Palmas de Gran Canaria, ni aquel archipi¨¦lago formado por siete islas, ni la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, ni Europa, ni nada. Y, ahora que lo pienso, con su blanca y caminante presencia, aquella prehist¨®rica pareja era, a lo mejor, la negaci¨®n de la especie humana, o, cuando menos, la encarnaci¨®n de la nada. De la cual se ha dicho siempre que es infinitamente blanca, adem¨¢s.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
Datos b¨¢sicos
Poblaci¨®n de Las Palmas: 354.863 habitantes.
C¨®mo ir
En agosto, Iberia (902 400 500; www.iberia.com) tiene una promoci¨®n para volar entre la Pen¨ªnsula y Gran Canaria, desde 178,6 euros, tasas incluidas. Halc¨®n Viajes (902 300 600; www.halconviajes.com) ofrece combinados de avi¨®n y siete noches de hotel, desde 337 euros (en agosto, con plazas limitadas). Barcel¨®, Viajes Iberia, Marsans, El Corte Ingl¨¦s, Meli¨¢, Tui y Viva Tours, entre otros, cuentan con programas similares.
Dormir
Santa Catalina (928 24 30 40). Le¨®n y Castillo, 227. Construido en 1890, en ¨¦l se hospedaron Churchill y Mar¨ªa Callas. 177,30 euros. Santa Ana (928 33 71 99). Calvo Sotelo, 15. La doble, 53,64 euros. Tenesoya (928 46 96 08). Sagasta, 98. 60 euros, Iva incluido. Sansof¨¦ Palace (928 22 42 82). Paseo de las Canteras, 78. 109,98 euros. NH Express Las Canteras (928 46 45 29). Prudencio Morales, 41. 86 euros la doble; en agosto, 58 euros. Meli¨¢ Las Palmas (928 26 80 50). Gomera, 6. En la playa de las Canteras. 147,10 euros.
Comer
Anthuriun (928 24 49 08). P¨ª y Margall, 10. Unos 30 euros.El Padrino (928 46 20 94). Especialidades canarias. Entre 20 y 30 euros.
Informaci¨®n
Patronato de Turismo (928 26 46 23).
ISIDORO MERINO
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