De la utop¨ªa al t¨®pico
EN UTOP?A (1516), Tom¨¢s Moro dedica el sexto cap¨ªtulo al 'viaje de los ut¨®picos'. All¨ª, con su mezcla tan particular de ingenuidad e iron¨ªa, habla de ciudadanos que se acogen a un 'honesto holgar', inmersos en una situaci¨®n de 'abundancia de todas las cosas' tan bien repartidas que 'nadie puede ser pobre ni mendicante'. Cinco siglos despu¨¦s, la base del turismo no est¨¢ montada sobre esa igualdad de oportunidades; mucho menos sobre un encuentro de abundancias. M¨¢s bien lo rige un intercambio de carencias, un tr¨¢fico de vac¨ªos por llenar. Dirigido por eso que se ha dado en llamar econom¨ªa de servicios, el turismo, en el capitalismo contempor¨¢neo, ha sustituido aquellos mapas en blanco de los viajeros del Renacimiento por una postal cuyos paisajes nos esperan, no ya para ser descubiertos, sino para ser confirmados.
En lo que respecta a la cultura, se ha extendido el hecho de que museos, galer¨ªas o teatros formen parte del circuito de estrategias que 'venden' una ciudad. As¨ª, el Ermitage o el Louvre, el MOMA o el Guggenheim, funcionan como esos iconos de 'obligatoria visita'; tanto como las pir¨¢mides y las ruinas (de Grecia y Egipto, pero tambi¨¦n de Sarajevo y La Habana).
Si los efectos de especulaci¨®n, neocolonizaci¨®n o prejuicios sobre las otras culturas han sido atendidos por ensayistas como Lucy R. Lippard o Jane Franco, y artistas como Pedro ?lvarez, Sergio Belinch¨®n o Rogelio L¨®pez Cuenca, hay un efecto, acaso m¨¢s importante. Un paso m¨¢s all¨¢ que nos avanza hacia un arte, una literatura, una m¨²sica de servicios; una cultura a la carta. No se trata de la fascinaci¨®n por el Otro que en su d¨ªa sintieron Artaud por los tarahumara, Graham Greene por La Habana, Werner Herzog por Am¨¦rica del Sur. Ahora se trata, m¨¢s bien, de la creaci¨®n de una cultura por encargo que, como los hoteles y otras diversiones, est¨¢ creada para miradas externas.
Una eterna performance, llena de t¨®picos, invocaciones folcl¨®ricas y sublimaciones acr¨ªticas de cosas tales como el 'alma nacional'. Un buen ejemplo de todo ello (ya que estamos en verano) es la recreaci¨®n pat¨¦tica de lo latino, mediante caricaturescos productos de mercadotecnia, donde se construyen sujetos ex¨®ticamente correctos, con una mezcla de seudomodernidad, condimentos buc¨®licos y pandereta. O esa clonaci¨®n infinita del boom de la novela latinoamericana, donde treinta a?os despu¨¦s se nos sigue insistiendo en mujeres que vuelan cuando tienden la ropa y hombres cuyo sexo huele a mango. Todo vale para esta compraventa de t¨®picos. Desde el hurto m¨¢s descarado (compru¨¦bese, por ejemplo, el saqueo a Santiago Auser¨®n o Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez) hasta la frivolizaci¨®n m¨¢s absoluta de la historia, como la del llamado turismo revolucionario (?c¨®mo olvidar que la ¨²ltima aventura del subcomandante Marcos se llam¨®, precisamente, Zapatour?).
En ese sentido, C¨¦sar A. Salgado ha considerado, como 'mutaciones del esc¨¢ndalo', la utilizaci¨®n con fines tur¨ªsticos de Jos¨¦ Lezama Lima, tanto en Cuba como en Miami. En estas plazas enemigas, Paradiso (t¨ªtulo de su pol¨¦mica, censurada y luego celebrada novela) pasa a convertirse lo mismo en el nombre de un hotel que en el de una agencia de viajes. Est¨¢ tan incorporada esa complicidad entre el turismo y el arte que cuesta no seguir la sugerencia de Jorge Luis Marzo y definir el fen¨®meno como tour-ismo, acaso una corriente ulterior del arte moderno. En los tiempos que corren, el turista, adem¨¢s, ha devenido en agente cultural: tres semanas en el tr¨®pico y produce una novela, dos semanas en Am¨¦rica del Sur y aparece un documental, diez d¨ªas en el Caribe y regresa un empresario de salsa, un mes en ?frica y ah¨ª tenemos un comisario de exposiciones.
No es casual tampoco la similitud espacial entre el turismo y el multiculturalismo norteamericano, cuyos sellos de identidad nos remiten a los modos espaciales del gueto, la reserva ind¨ªgena y el campus universitario. Si Jean-Fran?ois Lyotard nos aventur¨® una moralidad posmoderna, seg¨²n la cual podr¨ªamos acudir a contemplar nuestras peores cat¨¢strofes en un museo, ahora el turismo da una vuelta de tuerca y nos conmina a presenciar tales cat¨¢strofes in situ. Por fin, la figura museo ha conseguido expandirse. Pero no como pretend¨ªa la vanguardia, sino en ese sentido tan 'globalizador' que convierte los pa¨ªses en paisajes, las ciudades en circuitos, el mundo en un descomunal parque tem¨¢tico.
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