Necesidades
Hay quien ve con sorna la actividad de las universidades de verano, y se pregunta por qu¨¦ los responsables no emplean el dinero de estos cursos en mitigar los s¨®rdidos problemas que padece la universidad durante el invierno. Gastarse en Aguadulce, en La R¨¢bida o en Baeza un dinero que no se tiene es m¨¢s propio de hidalgos espa?oles arruinados que de buenos gestores europeos.
Para rancios hidalgos -responder¨ªan los defensores de la Universidad Internacional de Andaluc¨ªa-, los dogm¨¢ticos defensores de la universidad p¨²blica, que pese a trabajar en una instituci¨®n paup¨¦rrima, son contrarios a que ¨¦sta se busque la vida con los inversores privados. Es este modelo mixto de universidad, inevitable a la larga y bastante com¨²n en otros pa¨ªses, el que han impulsado en buena medida los cursos de verano, cuyo coste no puede efectivamente ser sufragado con fondos p¨²blicos. Podr¨ªan suspenderse, pero hay motivos para mantenerlos. Gracias a ellos, la universidad se libera durante unos meses del r¨ªgido cors¨¦ que la asfixia en el invierno. Si durante el curso es dif¨ªcil contratar a un profesor for¨¢neo, o conseguir que alguien no vinculado al mundo acad¨¦mico imparta disciplinas no reconocidas en los conservadores planes de estudios, los cursos de verano hacen m¨¢s f¨¢cil lo uno y lo otro. Es entonces cuando las universidades se abren verdaderamente a la sociedad, convirti¨¦ndose en tribuna p¨²blica de todo tipo de oradores. Adem¨¢s, la relaci¨®n entre los profesores y los alumnos se hace en estos cursos m¨¢s personal, y no est¨¢ adulterada por las calificaciones. Al no tratarse de cursos evaluables, los alumnos no tienen que someterse a ning¨²n examen y la relaci¨®n con sus profesores, mucho m¨¢s natural, se funda m¨¢s en la afinidad intelectual que en el inter¨¦s inmediato.
No estar¨ªa mal, dicen los detractores, recuperar aquella 'holganza ilustrada' de la Residencia de Estudiantes, si los universitarios de hoy hubieran recibido durante el invierno una ense?anza en condiciones. Como no es as¨ª, estos relajados encuentros no son el revestimiento de una s¨®lida construcci¨®n, sino el ag¨¹illa fresca que cae in¨²tilmente sobre la porosa arena de su incultura.
Si alguna vez fueron un lujo, los cursos de verano, como todos los lujos, han terminado por convertirse en una necesidad. Quiz¨¢s no cambien el rumbo del saber occidental, pero constituyen una inversi¨®n en imagen, como se dice ahora, y permiten a sus organizadores hacer amiguetes, cumplir compromisos y pedir favores. Adem¨¢s, las universidades de verano suponen para los medios de comunicaci¨®n un constante flujo de noticias, que garantiza la emisi¨®n diaria del telediario. Y no s¨®lo eso. Finalizado el curso de sesiones, las universidades sustituyen al parlamento; gracias a ellas los pol¨ªticos tienen garantizada al menos una dosis de micr¨®fono, lo que les permitir¨¢ sobrellevar en agosto su particular s¨ªndrome de abstinencia. Las universidades de verano nos permiten por ¨²ltimo a los escritores y profesores alejarnos unos d¨ªas de la familia, viajar gratis por Espa?a y, si gestionamos adecuadamente nuestro trabajo, sacar el m¨¢ximo rendimiento a una vieja conferencia o a tres folios de notas.
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