PESARO EXPLORA LAS DIFERENTES CARAS DE LA COMICIDAD DE ROSSINI
La sonrisa define la actual edici¨®n del Festival de Pesaro. La comicidad de Rossini se explora desde la farsa hasta la comedia de caracteres. Las ¨®peras de juventud de apertura han sido dirigidas por Pier Luigi Pizzi y Emilio Sagi.
Lo que se busca, en rasgos generales, son las coordenadas de convivencia entre lo bufo, lo semiserio, lo sentimental y lo abstracto. Atractivo desaf¨ªo. Una manifestaci¨®n montada alrededor de las variantes del humor rossiniano es algo para tom¨¢rselo muy en serio. Los primeros espect¨¢culos se han centrado en dos ¨®peras de juventud de Rossini: La pietra del paragone y El equ¨ªvoco extravagante, estrenadas cuando el autor no hab¨ªa sobrepasado los 20 a?os. Pier Luigi Pizzi y Emilio Sagi, sus directores de escena, las han recreado desde la memoria de dos d¨¦cadas especialmente determinantes en la vida cotidiana del siglo XX, la de los cincuenta y la de los setenta. Parten de una idea parecida. Las realizaciones, como era de imaginar, han sido muy diferentes.
Pizzi se recrea en el universo de la comedia cinematogr¨¢fica italiana de los cincuenta, en un tono que va desde la melancol¨ªa a la iron¨ªa suave, pero todo ello impregnado de una sutil elegancia. La escenograf¨ªa reproduce una casa inspirada en Alvar Aalto, una de esas mansiones de ricos en el campo, en que se busca la integraci¨®n total entre arquitectura racional y naturaleza civilizada. Esta combinaci¨®n predispone de inmediato a un Rossini en estado puro. Un conseguido equilibrio de geometr¨ªa y color (en blancos, rojos, negros y el verde del bosque) sirve de marco a un juego de relaciones, a trav¨¦s del cual se reflexiona l¨²cida y l¨²dicamente sobre la verdad y las apariencias, sobre la fidelidad y el arribismo, sobre las ambiciones elementales de una clase dominante que por nada del mundo quiere renunciar a sus privilegios. La m¨²sica de Rossini -fresca burbujeante...- se instala a las mil maravillas en este escenario de peque?as frivolidades y placeres inmediatos. Se instala desde la melancol¨ªa, desde la sonrisa, desde la insinuaci¨®n. Pizzi muestra con extraordinaria habilidad a trav¨¦s de peque?os tics los comportamientos de los personajes. Los cantantes-actores se integran con complicidad en su planteamiento. Juegan una partida de tenis por encima de la orquesta, o realizan un d¨²o a trav¨¦s del tel¨¦fono, o desfilan con gracia por una pasarela campestre que rodea el foso. La iluminaci¨®n matiza las atm¨®sferas po¨¦ticas. Especialmente logrado es el clima de nostalgia en la escena de la tormenta. El vestuario es espectacular, sobre todo el que luce la marquesa Clarise (Carmen Oprisano), de un gusto refinado.
Pizzi ha dado un importante paso adelante en su trayectoria art¨ªstica con este montaje. No es que tenga que demostrar nada a estas alturas de la vida. Sin embargo, es gratificante comprobar que no se ha instalado en una v¨ªa acomodaticia. Ha dado, por as¨ª decirlo, una vuelta de tuerca rejuvenecedora. De sabio. Y su lectura se instala en ese humanismo europeo moderno que combina tradici¨®n y modernidad con naturalidad y sin aspavientos. Como en otro sentido lo hace Marthaler, o lo hac¨ªa hasta hace muy poco Wernicke. Carlo Rizzi dirige con precisi¨®n y gran capacidad concertadora a una sosa orquesta del Teatro Comunal de Bolonia. El reparto es homog¨¦neo. De Carmen Oprisano sobresale su timbre hechizante, de Ra¨²l Gim¨¦nez su espontaneidad de tenor, de Marco Vinco su empuje, de Bruno de Simone su escuela interpretativa, de Pietro Spagnoli su desenvoltura.
La lectura de Emilio Sagi para El equ¨ªvoco extravagante va por otros derroteros, tanto geogr¨¢ficos como existenciales. Han pasado 20 a?os desde aquella Italia de las melancol¨ªas a una mezcla de Espa?a e Inglaterra (Sagi y su dise?adora de vestuario Pepa Ojanguren estudiaron durante esa ¨¦poca en Londres) de corte pop y una obsesiva b¨²squeda de libertad, que se hab¨ªa reafirmado con los ecos de mayo del 68 y la muerte de Franco. El equ¨ªvoco extravagante es, en cualquier caso, inferior a La pietra del paragone, no s¨®lo en la m¨²sica, sino especialmente en el texto. Hay que inventar una historia o, dicho de una forma m¨¢s ruda, es una 'patata caliente' para un director de escena. La lectura de Sagi no enamora a primera vista, quiz¨¢ por un tratamiento intelectual que necesita m¨¢s de una visi¨®n. No existe la misma coherencia estil¨ªstica que en la lectura de Pizzi, pero s¨ª est¨¢n muy conseguidos los n¨²meros de revista, los par¨®dicos y hasta el delirante final que hasta cierto punto, y con sertido burlesco, se convierte en una extravagancia del equ¨ªvoco, dando la vuelta al t¨ªtulo de la obra. Sagi despliega toda su galer¨ªa de recursos teatrales, su identificaci¨®n con la comedia musical, su utilizaci¨®n de los objetos cercana al absurdo, desde chupetes o patitos hasta ambientadores y desodorante. Tal vez la contundencia y la brillantez de algunos de los hallazgos hace que los ¨¢rboles dificulten la visi¨®n global del bosque. La escenograf¨ªa de F. Calcagnini es, en cualquier caso, opresiva. Silvia Tro -un diamante en bruto vocalmente, a falta de una mayor depuraci¨®n- estuvo tal vez algo r¨ªgida. Dirigi¨® Renzetti a una vital orquesta joven del festival. El reparto vocal se movi¨® a niveles m¨¢s que correctos.
Rossini no es una pizza
Rossini non ¨¦ una pizza es el nombre del festival Rossini de Pesaro dedicado a j¨®venes menores de 29 a?os, con precios de las localidades que en ning¨²n caso sobrepasan los 10 euros. La estrella del programa es la cantata esc¨¦nica El viaje a Reims, con los mejores cantantes j¨®venes de la Academia Rossiniana de este a?o, la orquesta del Teatro Comunal de Bolonia y direcci¨®n esc¨¦nica de Emilio Sagi. Los principales espect¨¢culos del festival se proyectan en v¨ªdeo, en pantalla gigante, en la Villa Caprile. Hay, as¨ª mismo, un ciclo de serenatas y encuentros musicales en el castillo de Novilara, que se inaugura con un recital para voz y guitarra de Pino de Vittorio en un recorrido de la tarantolate a la tarantella, de Cargano a N¨¢poles. Todo esto y, por supuesto, el concierto final de la Academia Rossiniana, una escuela de j¨®venes cantantes que luego tienen su proyecci¨®n, evidentemente, en el festival de los mayores. Rossini no es una pizza. Los j¨®venes lo saben y se benefician de ello. Los conciertos de bel canto est¨¢n protagonizados por Carmen Oprisano, Ra¨²l Gim¨¦nez, Antonino Siragusa y Roberto de Candia. Hay, adem¨¢s, un recital de piano de Maurizio Pollini con obras de Beethoven y Chopin. Y tambi¨¦n un par de farsas con m¨²sicas de Generali y Mosca, para complementar las ¨®peras c¨®micas, y un concierto que, bajo el nombre Rossini mon amour, contribuye, de modo caprichoso, a la rossiniman¨ªa. Se ha presentado tambi¨¦n un disco sobre la ¨®pera La gazzetta, que en la edici¨®n anterior del festival dirigi¨® con mucha gracia el dramagurgo Dario Fo.
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