LAS HERIDAS ABIERTAS
Con la salida de los talibanes, los afganos han recuperado la paz, por precaria que sea. La justicia tardar¨¢ m¨¢s en llegar. Dos d¨¦cadas largas de guerra han dejado muchas heridas abiertas, la m¨¢s grave de las cuales es, sin duda, la desconfianza inter¨¦tnica. Abordar los agravios puede encender de nuevo la violencia. Sin embargo, las cuentas pendientes suponen un lastre para la reconstrucci¨®n en un pa¨ªs con cuatro grupos ¨¦tnicos principales y hasta una veintena de minor¨ªas
Alas afueras de Mazar-i-Sharif, los restos humanos que testimonian los excesos de la ¨²ltima batalla se superponen a una fosa com¨²n anterior. Los m¨¢s recientes pertenecen a talibanes v¨ªctimas de la Alianza del Norte; los anteriores, a hazaras v¨ªctimas de los talibanes. Su descubrimiento revela una de las heridas m¨¢s profundas que han dejado dos d¨¦cadas de guerra en Afganist¨¢n: la desconfianza entre los distintos grupos ¨¦tnicos que conforman el pa¨ªs. Los se?ores de la guerra usaron esa carta para reclutar sus ej¨¦rcitos particulares. El r¨¦gimen talib¨¢n exacerb¨® las diferencias. Ahora, el nuevo Gobierno de Kabul afronta al reto de la reconciliaci¨®n nacional, pero su poder es tan fr¨¢gil que el presidente Hamid Karzai ha anunciado que primero ser¨¢ la paz, y luego, la justicia.
Nur: 'Cuando se fueron los talibanes, los de la Alianza del Norte violaron a nuestras mujeres'
Tremblay: 'No se puede castigar a toda la comunidad past¨²n, tal como desear¨ªan algunos tayicos'
'No estamos aqu¨ª por culpa de la sequ¨ªa', aclara enseguida Mohamed Nur, 'vinimos porque cuando se fueron los talibanes, los soldados de la Alianza del Norte robaron nuestras casas y violaron a nuestras mujeres'. Nur es past¨²n. Regentaba una tienda de ultramarinos en Genghori, cerca de Mazar-i-Sharif, al norte de Afganist¨¢n, en una regi¨®n de mayor¨ªa uzbeca. 'No ten¨ªa problemas econ¨®micos', asegura. Tras caminar durante un mes cruzando todo el pa¨ªs, lleg¨® al campo de refugiados de Al Akhtar, en Spin Boldak, al sureste, la zona past¨²n por excelencia. No le queda nada. A su lado, su segunda mujer. La primera, una tayika, fue secuestrada. Su hermano result¨® muerto.
No es un caso aislado. Los relatos de violencia contra pastunes en el norte de Afganist¨¢n son consistentes. Por eso, en un momento en que refugiados y desplazados internos vuelven a sus casas, muchos miembros de esa etnia hacen el camino inverso, como Nur, o simplemente esperan. A pesar de constituir el grupo mayoritario (entre el 38% y el 45% de la poblaci¨®n afgana), suponen menos de un tercio de los 1,3 millones de refugiados que han regresado al pa¨ªs tras la salida de los talibanes. 'Y s¨®lo se est¨¢n reasentando en las provincias de mayor¨ªa past¨²n', apuntan fuentes humanitarias.
'Los pastunes no tienen nada que temer porque son parte de Afganist¨¢n, son afganos', afirma con convicci¨®n Ahmad Suleiman, vicedirector de polic¨ªa en Kabul. 'Fueron los talibanes los que dividieron el pa¨ªs seg¨²n las nacionalidades', defiende este tayico que ha alcanzado su puesto por su pertenencia a la Alianza del Norte, la agrupaci¨®n de milicias liderada por los tayicos de Jamiat Islami, que combati¨® a los talibanes hasta el final. Pero los hechos desmienten sus palabras.
Los pastunes alumbraron a los talibanes y el resto de los grupos ¨¦tnicos y tribales les asocian ahora con ese r¨¦gimen represivo. Sin embargo, debajo de ese pretexto inmediato subyacen tambi¨¦n recelos hist¨®ricos. Desde que en 1747 Ahmed Shah Durrani lograra gobernar gran parte de lo que hoy es Afganist¨¢n, pastunes de una u otra tribu han llevado las riendas pol¨ªticas del pa¨ªs. Hasta la invasi¨®n sovi¨¦tica y el caos de la guerra civil. En el Norte se a?aden, adem¨¢s, agravios econ¨®micos. A finales del siglo XIX, el emir Abdul Rahman traslad¨® all¨ª algunas familias pastunes para evitar que contestaran su reinado, pero se asegur¨® de que quedaran bien instaladas. Todav¨ªa hoy tienen las mejores tierras de regad¨ªo de la zona. Los talibanes siguieron su ejemplo cuando lograron el poder.
A las afueras de Balkh, la ciudad donde naci¨® Zoroastro, el r¨ªo Mustak enlaza un rosario de aldeas uzbecas, tayikas, pastunes y ¨¢rabes. El cauce es una muestra de la diversidad ¨¦tnica que configura Afganist¨¢n y de la escasa interacci¨®n entre los diferentes grupos. S¨®lo se mezclan de verdad en las ciudades. 'Vea c¨®mo corre el agua; este a?o no nos ha faltado, antes los talibanes la desviaban para su gente', asegura un campesino tayico en Isarak mientras se?ala una aldea past¨²n pr¨®xima.
'La identidad ¨¦tnica puede determinar el acceso individual y de la comunidad a los bienes y servicios', alerta un reciente informe de la Universidad Tufts, de Boston. Pero en la comarca de Balkh, una isla de mayor¨ªa past¨²n en un mar de uzbecos y tayicos, los casos de discriminaci¨®n se trufan con historias de horror sobre delaciones, rencillas vecinales y cuentas pendientes a lo largo de varias generaciones. Los pastunes, que prosperaron bajo los talibanes, se han convertido ahora en el objetivo.
'Es cierto que ha habido colaboracionismo, pero no se puede castigar a todo un grupo ¨¦tnico por ello, tal como desear¨ªan algunos tayicos', declara Philippe Tremblay, del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja. Este organismo est¨¢ preocupado por las venganzas contra los pastunes.
'No soy un simpatizante de los talibanes', se defiende Nur, 'he tenido que abandonar mi casa dos veces, primero cuando llegaron los talibanes y ahora con los tayicos'. Nur no est¨¢ satisfecho con el resultado de la Loya Jirga (Gran Asamblea) celebrada el pasado junio. 'No es suficiente con tener a un past¨²n en un puesto simb¨®lico como Karzai; mientras siga rodeado de gente de la Alianza del Norte continuar¨¢n los abusos contra nuestra gente', manifiesta preocupado.
No es el ¨²nico. Entre la comunidad hazara tambi¨¦n hay un sentimiento de incertidumbre. Hayi Kazemi Yasdani, un respetado intelectual hazara, expresa satisfacci¨®n y esperanza por la ca¨ªda del r¨¦gimen talib¨¢n, pero descontento por la infrarrepresentaci¨®n de los suyos. 'Bonn no fue justo, aunque lo aceptamos por respeto a la comunidad internacional', afirma, convencido de que la Loya Jirga no ha corregido el desequilibrio. 'Todo lo que est¨¦ por debajo del 20% resulta insuficiente', explica, haci¨¦ndose eco de una reivindicaci¨®n hist¨®rica.
Los hazaras son, sin duda, el grupo ¨¦tnico peor tratado por la historia reciente de Afganist¨¢n. Su fe en la rama shi¨ª del islam (frente a la sun¨ª que siguen la mayor¨ªa de los afganos) les convirti¨® en herejes a ojos de los rigoristas talibanes. Durante su mandato, hasta 10.000 hazaras fueron asesinados y enterrados en fosas comunes s¨®lo en los alrededores de Mazar-i-Sharif, seg¨²n diversas organizaciones humanitarias. La represi¨®n fue a¨²n m¨¢s dura en la provincia de Bamiy¨¢n, en el centro del pa¨ªs, donde conviv¨ªan con los Budas Gigantes hasta que los destruyeron los seminaristas isl¨¢micos.
Pero ¨¦se era un r¨¦gimen de extremistas condenado por su brutalidad. Ahora, las nuevas autoridades tienen el respaldo internacional y los excesos que se puedan cometer bajo su mandato salpican a sus mentores. 'Ya no queda un solo past¨²n en el Norte. Todos han sido asesinados o han huido como nosotros', denuncia un vecino de Nur que ha llegado al campamento hace seis d¨ªas. El miedo le hace exagerar.
'Se ha producido un grave hostigamiento ¨¦tnico, pero no limpieza ¨¦tnica', precisa Philipo Grandi, responsable de operaciones para Afganist¨¢n del ACNUR. Grandi no esconde su inquietud por la situaci¨®n en el norte del pa¨ªs, donde la mayor¨ªa past¨²n es minoritaria. 'Aunque mucha gente est¨¢ regresando, los pastunes a¨²n no se sienten lo bastante seguros para volver', admite.
Y, sin embargo, a algunos no les queda m¨¢s remedio que hacerlo. 'S¨ª, hemos o¨ªdo cosas, pero no ten¨ªamos nada en Pakist¨¢n y hemos decidido regresar', explica el patriarca de los Gholam, en Herat, despu¨¦s de siete d¨ªas de viaje. Se dirigen a una aldea cercana a Maimana, donde dejaron algunas tierras cuando huyeron hace nueve a?os. 'Esperamos que el Gobierno nos ayude', declara, sin mucha convicci¨®n. A¨²n les quedan tres d¨ªas de camino.
M¨¢s al norte, en Mazar-i-Sharif, Shafiq Safi confirma las palabras de Grandi. 'S¨ª, hemos tenido problemas con los uzbecos tras la salida de los talibanes, aunque ahora estamos mejor', reconoce este past¨²n, cuya casa fue saqueada el pasado diciembre. Todav¨ªa recuerda con viveza los detalles:
'Volv¨ªamos a Balkh tras pasar el fin de semana con mi hermana aqu¨ª en Mazar. Al llegar a la estaci¨®n de autobuses, la gente nos par¨® y nos dijo que no sigui¨¦ramos porque los soldados uzbecos nos pod¨ªan atacar y robar por ser pastunes. Dej¨¦ a mi mujer y mis hijos con mi hermana y me dirig¨ª a mi casa. Un amigo que habla uzbeco me acompa?¨®. Cuando llegamos, ya hab¨ªan robado la mayor¨ªa de nuestras cosas. Al poco vino otro grupo de soldados. Mi amigo les dijo que era su casa, que all¨ª no viv¨ªan pastunes, pero no le creyeron. Uno de ellos me apunt¨® con su fusil y me amenaz¨® de muerte para que le entregara el coche'.
Safi fue a denunciar lo sucedido a la comisar¨ªa del distrito. 'Todos eran uzbecos. Encontr¨¦ a un periodista extranjero y trat¨¦ de contarle mi historia, pero uno de los polic¨ªas vino y me conmin¨® a que dejara de hablar con ¨¦l', rememora impotente. Los Safi no han vuelto a su casa de Balkh. Shafiq decidi¨® quedarse en Mazar, donde ha encontrado trabajo y se siente m¨¢s seguro. Sin embargo, a¨²n no ha comprado nuevas alfombras, el ajuar b¨¢sico de cualquier casa afgana. 'Lo har¨¦ cuando se consolide la paz', declara precavido.
'Hace 10 a?os la etnicidad no constitu¨ªa un tema de conversaci¨®n', asegura el doctor Khaled Sadiq. El joven Husein, un shi¨ª de la minor¨ªa ¨¢rabe (la mayor parte de los shi¨ªes afganos son hazaras), lo confirma de forma impl¨ªcita. 'Cuando los talibanes llegaron a Mazar hace cuatro a?os y empezaron las matanzas de hazaras, tuve que preguntarle a mi padre qui¨¦nes eran los hazaras', admite este muchacho de 18 a?os y familia de comerciantes acomodados. Hoy, ha dejado de ser irrelevante.
'No es un problema entre la gente normal. S¨®lo los pol¨ªticos lo explotan para ganar adeptos en vez de promover la unidad del pa¨ªs', asegura Abdul Fatah Nur Said, un ex oficial del Ej¨¦rcito de 53 a?os que ha representado a los refugiados de Peshawar en la Loya Jirga. Faizal Jamal, profesor de Derecho de la Universidad de Kabul, coincide con ¨¦l. 'Todos somos afganos', subraya.
Por ahora, Nur no est¨¢ dispuesto a regresar a su tierra 'a menos que se resuelva el problema ¨¦tnico y se lleve a cabo el desarme previsto en los Acuerdos de Bonn'. En la radio, que de nuevo vuelve a emitir m¨²sica, el cantante de turno repite un estribillo machac¨®n: 'Somos un solo pueblo'.
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Sombras de sospecha
'S¨®lo se hab¨ªan registrado tres de los cinco camiones; fue un error', admite el general Fawzi. 'Pretend¨ªamos concluir el registro, cuando un terrorista hizo estallar una granada; as¨ª empez¨® la rebeli¨®n', recuerda el responsable de Qala-i-Janghi, a las afueras de Mazar-i-Sharif. El 'terrorista' era un talib¨¢n o un miembro de Al Qaeda del medio millar apresados en Kunduz. El 24 de noviembre, fueron trasladados a esa ciudadela del siglo XIX que no reun¨ªa condiciones. Conocedores del lugar, que hab¨ªan controlado hasta pocos d¨ªas antes, los talibanes se hicieron con la armer¨ªa. 'Vinieron refuerzos, pero eran rechazados', relata el militar en el lugar donde 'asesinaron al americano', John Spann, uno de los dos agentes de la CIA que interrogaban a los prisioneros. Durante una semana, el mot¨ªn fue reprimido a sangre y fuego por las fuerzas del general Dostum (Alianza del Norte) y sus aliados estadounidenses. S¨®lo sobrevivieron 76 prisioneros, entre ellos John Walker, el talib¨¢n estadounidense. El general Fawzi niega que se tratara de una matanza. 'Los terroristas nos atacaron de forma brutal', asegura. 'Fue uno de los combates m¨¢s duros que he visto. No tem¨ªan por sus vidas', subraya. Tras los intensos bombardeos estadounidenses, en los que el propio Fawzi estuvo a punto de perder la vida, los amotinados a¨²n resist¨ªan en los s¨®tanos de uno de los edificios del patio. 'Lo inundamos'. El comandante se niega a mostrarme esos bajos. 'Es peligroso', zanja sin aclarar si a¨²n hay munici¨®n sin explotar o restos comprometedores.
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