F?TIMA, QUE CRUZ? SOLA EL ANCHO ESTRECHO
Solas antes que acompa?adas. De la mano del servicio dom¨¦stico, las mujeres marroqu¨ªes se han asentado en M¨¢laga. Internas hasta ahorrar o tener papeles, asistentas luego, unas han tra¨ªdo a sus maridos e hijos; otras mantienen la soledad. Los vaqueros y el 'hiyab' conviven en la capital de la Costa del Sol.
La necesidad, el af¨¢n de conocer la diferencia, de prosperar, de ser auton¨®mas... Motivos para cruzar el mar, los 14 kil¨®metros de un estrecho, el de Gibraltar, a veces demasiado ancho. A esta orilla, M¨¢laga. El destino que han elegido centenares de mujeres marroqu¨ªes: abunda el trabajo femenino, casi siempre dom¨¦stico. Tambi¨¦n est¨¢ la pujante hosteler¨ªa, en la ciudad o en una costa donde ¨¢rabes ricos y pobres comparten religi¨®n y un idioma pr¨®digo en dialectos. Y ellas, que a menudo llegaron solas, ejercen de avanzadilla para el reagrupamiento familiar. O no.
'M¨¢laga es un caso at¨ªpico. La inmigraci¨®n marroqu¨ª empez¨® siendo femenina, algo chocante trat¨¢ndose de un pa¨ªs musulm¨¢n', explica Luis Pern¨ªa, presidente de la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes de M¨¢laga. 'A partir de 1985, las mujeres empezaron a llegar con una iniciativa que llamaba la atenci¨®n. Tra¨ªan una idea clara: trabajar en el servicio dom¨¦stico', recuerda. Gran parte se asent¨® en la capital. Cama y comida garantizadas hasta lograr los papeles. Y despu¨¦s, trabajo externo, casi siempre en el mismo ramo.
F¨¢tima Sounaie busca a su hermano: 'Sali¨® de T¨¢nger el 28 de febrero de 2000 en una patera. No hemos vuelto a saber de ¨¦l'
Rachida, que ya es espa?ola, lamenta 'el desconocimiento' que existe sobre Marruecos
En eso sigue buena parte de ellas, aunque el padr¨®n d¨¦ ventaja reciente a los hombres. 'Ellos han llegado m¨¢s por reagrupamiento familiar que solos', asegura Pern¨ªa. De los 2.872 marroqu¨ªes censados en M¨¢laga ciudad, 1.650 son varones y 1.222, mujeres. Unos y otras han formado la primera colonia extranjera de una urbe que sobrepasa el medio mill¨®n de habitantes. Tambi¨¦n a nivel nacional constituyen el grupo m¨¢s numeroso de inmigrantes (220.000 documentados en Espa?a. De ellos, 14.124 viven en la provincia malague?a, seg¨²n la subdelegaci¨®n del Gobierno).
En la estad¨ªstica figuran Malika, Rashida, Naima o F¨¢tima -un nombre frecuente en honor de la hija de Mahoma-. Unas se decantan por la chilaba, otras por los vaqueros. Con cualquiera de esas vestimentas, las hay que prefieren cubrirse la cabeza con el pa?uelo, o hiyab. Y las hay que lucen la melena y hasta se la ti?en para lograr su sue?o de ser rubias.
Como F¨¢tima Nakra, una veterana: casi 15 a?os de malague?a. Tres lustros para remontar un pasado duro, el de una ni?a de pueblo que a los ocho a?os perdi¨® a su madre. Entonces su padre la llev¨® de criada con una familia de Tetu¨¢n. All¨ª creci¨®. All¨ª descubri¨® que el agua sal¨ªa del grifo, sin ir al pozo o a la fuente.
'A los 15 o 16 a?os ya no lo soport¨¦ m¨¢s. Cobraba una miseria. Me fui a servir a otra casa, tambi¨¦n en Tetu¨¢n', relata F¨¢tima. De criada, pero 'siempre con un trabajo digno'. Se cas¨®, por voluntad propia, poco despu¨¦s de entrar en la veintena. Pero el matrimonio s¨®lo dur¨® dos a?os: 'No funcionaba. Mi marido era un vago'. Ella opt¨® por divorciarse -'algo peor visto entonces que ahora'- y puso rumbo a Ceuta en busca de una vida mejor. Volv¨ªa a estar sola, pero al fin ten¨ªa libertad para sombrearse los ojos y colorearse los labios. Siete a?os de interna le dieron un buen manejo del espa?ol. Hasta que, harta del sueldo escaso y de que los patrones se negaran a arreglarle el permiso de trabajo, cruz¨® el Estrecho. A M¨¢laga: all¨ª ten¨ªa amigos que ofrec¨ªan una mano.
'Llegu¨¦ hoy y empec¨¦ a trabajar ma?ana'. Interna con una familia que la ayud¨® a legalizar su situaci¨®n, empez¨® a palpar las diferencias. 'Aqu¨ª la gente es m¨¢s abierta porque tiene m¨¢s formaci¨®n. Se siente libre para hablar. Otra gran diferencia es que existe clase media y en Marruecos, no', analiza F¨¢tima, de 43 a?os. Con todo, en Espa?a ha tenido el mal trago de la violencia 'f¨ªsica y ps¨ªquica' de un compa?ero espa?ol y alc¨®h¨®lico. Un largo 'calvario' que arras¨® su autoestima.
Lejos ya aquella pesadilla, esta mujer se siente 'en la gloria' y piensa pedir la nacionalidad espa?ola. Hasta paga religiosamente la p¨®liza de El Ocaso 'para que me entierren aqu¨ª'. Y lo m¨¢s tarde posible. Ahora trabaja como externa 'con una familia estupenda', vive sola en una casa con vistas al mar y ha traido a dos sobrinas, tambi¨¦n asistentas con contrato de trabajo. A los sobrinos les dijo que no vinieran: 'En M¨¢laga no hay trabajo para los hombres'.
'El problema es que la gente no est¨¢ bien informada de lo que es Europa', asegura F¨¢tima. 'Creen que el dinero cae cuando uno se rasca. Lo que ven por la televisi¨®n se corresponde muy poco con la realidad y la gente vende lo que sea para conseguir 300.000 pesetas con las que arriesgan la vida en la patera'.
As¨ª viaj¨® Mimoun, el hermano de F¨¢tima Sounaie. 'Sali¨® de T¨¢nger el 28 de febrero de 2000, a las cuatro de la ma?ana. Iban 29 en la patera. No hemos vuelto a saber de ¨¦l': de tanto repetir el drama lo ha sintetizado como un estribillo. Lo relata en las mezquitas y los centros de ayuda que encuentra al paso. Duda de que su hermano peque?o sea una de las 4.000 v¨ªctimas que se ha cobrado la tumba del Estrecho en los ¨²ltimos cinco a?os. 'Alguien me dijo que en su patera hab¨ªa droga y que le llevaron a la c¨¢rcel', relata con esperanza. Pero tampoco ha encontrado raz¨®n de Mimoun en las prisiones. 'Es que destruy¨® los documentos y cambi¨® de nombre para que si le pillaba la polic¨ªa no le pudieran expulsar de vuelta a Marruecos. Ahora tiene 27 a?os', porf¨ªa F¨¢tima. Siempre lleva una foto del hermano en el bolso. ?Alguien ha visto a Mimoun Sounaie?
Las cosas se le han torcido a esta bi¨®loga de 29 a?os que viste chilaba y hiyab. En diciembre pasado, F¨¢tima lleg¨® a Espa?a. A Granada, para hacer el doctorado en biolog¨ªa vegetal. Al hacer la matr¨ªcula se dio cuenta de que no pod¨ªa pagarla. 'Costaba 140.000 pesetas y yo s¨®lo ten¨ªa 20.000'. Rechaz¨® dar marcha atr¨¢s. 'Como no me matricul¨¦, no puedo tener el visado de estudiante. No tengo papeles, pero si vuelvo a Marruecos a por ellos no me dejar¨¢n regresar a Espa?a', explica. A¨²n acaricia la idea de trabajar y estudiar, pero la posibilidad se aleja. Ahora gana un sueldo como interna al cuidado de una persona enferma. Es el ¨²nico ingreso con que cuenta su familia. Adem¨¢s, tiene que seguir buscando a su hermano. El amal, la esperanza, nunca se pierde.
De pateras tambi¨¦n sabe Naima (nombre supuesto). Le ha pagado el viaje a 7 de los 10 hermanos con los que creci¨® en una chabola del Rif, en el noreste de Marruecos. A los 15 a?os se cas¨®. A los 17, madre de un hijo, escap¨® a Melilla. All¨ª una espa?ola le ofreci¨® trabajo 'en un restaurante' de Le¨®n. Viaj¨® hasta all¨ª, pero el men¨² del d¨ªa ofrec¨ªa sexo. 'Aquella mujer me oblig¨® a eso y retuvo mis papeles', relata. Del antro la sac¨® un cliente castellano que la despos¨® sin reprocharle el pasado. Quien s¨ª lo hizo fue uno de sus hermanos. 'Cuando me ech¨® en cara lo que hab¨ªa hecho para ayudar a la familia, ped¨ª perd¨®n a Dios', relata Naima. Desde ese d¨ªa volvi¨® a la chilaba y el hiyab como se?al de respeto divino y arrepentimiento. Sus hijos le piden que vaya a la europea, porque as¨ª no se sentir¨¢n distintos en la puerta del colegio, pero ella se mantiene firme. Como ante la vecina que le retir¨® el saludo por el cambio de indumentaria.
Naima se dedica a cuidar de su familia. Ha convertido a su marido al islamismo y est¨¢ contenta en M¨¢laga, donde trabaja su esposo. 'Es muy acogedora', dice. Tambi¨¦n lo suscribe Luis Pern¨ªa. 'La ciudad tiene talante de cruce de caminos. Por aqu¨ª pasan todos los inmigrantes de ?frica, sea cual sea su destino. Nunca ha habido brotes xen¨®fobos', a?ade.
A este cruce lleg¨® Chiama hace seis meses, a tiempo de dar a luz aqu¨ª a su hijo: un beb¨¦ nacido en Espa?a facilita quedarse con papeles. Vive con su hermano, alba?il, y espera traer a su marido lo antes posible. Mientras, aprende espa?ol y hace planes: 'Cuando el ni?o sea m¨¢s mayor trabajar¨¦ en lo que pueda. Mi profesi¨®n es cocinera'.
En cocineras, y pasteleras, se han convertido Malika y Rachida. Tienen su tajo en el obrador de la cooperativa El Aman (La Confianza), formada por cuatro mujeres marroqu¨ªes. All¨ª preparan platos como el cusc¨²s o la pastela y reposter¨ªa. En la costa donde abundan los ¨¢rabes ricos tienen muchos clientes. Del obrador salen baclawa, cuernos de gacela, chubaqu¨ªa: dulces amigos de la miel o las almendras.
Entre las bandejas de golosinas, Rachida cuenta lo que m¨¢s le amarga. Algo que muchas compatriotas ya han conseguido: traer al marido a Espa?a. 'Quiero que venga. Me estoy poniendo mayor y quiero tener hijos', dice esta mujer de 38 a?os. ?l es carnicero y quiz¨¢ podr¨ªa encontrar hueco en alguna de las carnicer¨ªas halal (isl¨¢micas) de la ciudad.
Rachida lleva ya m¨¢s tiempo en Espa?a que en su pa¨ªs natal. Lleg¨® a los 13 a?os, para cuidar a los ni?os de una familia y as¨ª ayudar a la suya. Mucho limpi¨® hasta poder cambiar de oficio. Entonces y ahora, ya con pasaporte espa?ol, lamenta 'el desconocimiento que hay sobre Marruecos en Espa?a'. Los dos pa¨ªses con frontera abierta que presentan la mayor brecha del mundo entre sus rentas per c¨¢pita: la espa?ola es 12 veces la marroqu¨ª.
Rachida y Malika, soltera de 28 a?os, valoran 'la libertad y la calidad de vida' que han encontrado en M¨¢laga. 'Nunca he sentido rechazo, ni siquiera por llevar el hiyab. Me lo pongo porque quiero, es una costumbre religiosa', dice la m¨¢s joven. Una y otra ilustran el cambio en la inmigraci¨®n femenina. Lo describe Antonio Narv¨¢ez, responsable del centro de atenci¨®n de la ONG M¨¢laga Acoge: 'Al principio predominaban las mujeres con poca formaci¨®n. En los ¨²ltimos tiempos tambi¨¦n llegan universitarias'.
Malika vino a cursar ?ptica despu¨¦s de estudiar en el colegio espa?ol de Nador, ciudad fronteriza con Melilla. Colg¨® la carrera un a?o antes del final y quiso ganarse la vida. Su familia, bien situada, se opuso. 'Me sali¨® un trabajo en el consulado espa?ol de Nador y mis hermanos me abrieron una cuenta corriente y me compraron un coche para que no fuera a trabajar a ning¨²n lado', relata. Pero sigui¨® en sus trece, en busca de autonom¨ªa y de novedades. Recal¨® en M¨¢laga, donde ya estaba su hermana. Aqu¨ª s¨®lo gana 500 euros al mes, pero el dinero no lo es todo. Tiene tiempo de atender, como voluntaria, a los compatriotas enfermos que llegan a un hospital de la ciudad. En las vacaciones visita a su familia, y a sus enfermos, en Marruecos.
A punto de emprenderlas est¨¢ F¨¢tima Hennouch: maletas listas para viajar a Kenitra (al norte de Rabat), su ciudad natal. 'Las mujeres no emigramos s¨®lo por motivos econ¨®micos o por tener m¨¢s libertad. Tambi¨¦n nos interesa conocer otros modos de vida', afirma esta licenciada en filolog¨ªa ¨¢rabe de 34 a?os. En 1994 dej¨® su empleo de maestra y cruz¨® el Estrecho para huir de un pretendiente acosador. 'Yo hab¨ªa luchado por tener una carrera y al llegar deb¨ªa dedicarme al servicio dom¨¦stico', relata. Fue duro, pero con amal 'se aguanta todo'.
F¨¢tima sigue soltera. Ha logrado tareas m¨¢s acordes con su formaci¨®n: int¨¦rprete del Colegio de Abogados y mediadora intercultural de M¨¢laga Acoge. Atalayas desde donde observa los problemas de sus compatriotas. 'El primero, el idioma (con distinto alfabeto). Luego, la ignoranacia de los derechos y deberes y la indefensi¨®n ante los abusos', enumera. De todas formas, la adaptaci¨®n 'es f¨¢cil', aunque el peso de la tarea recae en el inmigrante 'y no en la sociedad'. 'En Marruecos tenemos discotecas y mezquitas', sintetiza. A su juicio, la vanguardia femenina facilita las cosas: 'Donde han llegado primero los hombres suele haber conflictos. En cambio, no existen donde inmigran antes las mujeres, como en M¨¢laga'.
A veces, F¨¢tima extra?a Marruecos. Otras, se siente extra?a en Marruecos. Con frecuenciaGibraltar le parece un Estrecho demasiado ancho. Pero a ella le junta sus dos mundos.
Ma?ana se inicia una nueva serie, La Cuba secreta, de Mauricio Vicent, con el reportaje Las aventuras de Samantha.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.