Botell¨®n de ministros
73.- Gico y Gufa se abalanzaron sobre mis tobillos ladrando y gru?endo enloquecidos. Cualquiera puede deshacerse a puntapi¨¦s de dos cockers dorados, siempre y cuando no dude. Yo dud¨¦. Ca¨ª. Gico y Gufa rasgaron mis pantalones, not¨¦ el escozor de algunos rasgu?os, me pareci¨® que Jaime Mayor Oreja tardaba m¨¢s de lo necesario en apartar los perros de mis piernas.
-Qu¨¦ raro -dijo Mayor Oreja cuando pude incorporarme. Sosten¨ªa a los cockers por el collar-. Est¨¢n entrenados para atacar s¨®lo cuando husmean rastros de socialista.
-Probablemente -me sacud¨ª el polvo de los pantalones o de lo que quedaba de ellos- nunca puedo deshacerme de un penetrante olor a gato.
-?Y Jaime Mayor se ha tragado esa bola? -dijo Laura. Dirig¨ªa el chorro de la ducha hacia las heriditas en las pantorrillas, en los tobillos-. Menudo ministro del Interior.
-Ya no es ministro, Laura -la correg¨ª-. Es un firme candidato a la sucesi¨®n y, por lo tanto, un firme sospechoso de haber envenenado al gato Simbotas.
-?Por qu¨¦ habr¨ªa yo de acabar con el gato que el Presidente quer¨ªa dejarme en herencia? -abri¨® mucho sus ojillos diminutos.
-Tal vez porque no le gustaba la herencia.
Sus nudillos se aflojaron en los collares de los cockers: 'Hay que ver qu¨¦ fuerza tienen estos animales', musit¨®.
-Tan bonach¨®n como parece, Paco, qu¨¦ susto de hombre -me ech¨® unas gotas de betadine, yo fing¨ª que me escoc¨ªa, ella fingi¨® creerme y dijo pobrecito.
74 'Mi querido amigo: siempre he sido muy detallista, de manera que no se sorprenda de que utilice una paloma mensajera para hacerle llegar estas l¨ªneas sobre el caso que me consult¨®, relativo a mi secretario general. Entre usted y yo: me aburro m¨¢s que el seis de copas y me ha picado el gusanito. Total, que me he le¨ªdo varios tratados de etolog¨ªa (ya sabe usted que, como intelectual, ning¨²n saber escapa a mi af¨¢n) y he encontrado algo que tal vez pueda resultarle de utilidad. Ha querido la casualidad que el p¨¢rrafo en cuesti¨®n se encuentre en la obrita m¨¢s conocida de Konrad Lorenz, El anillo del Rey Salom¨®n. No piense que es la ¨²nica que he le¨ªdo. Comenta Lorenz que el corzo, animal tenido por tierno y blando, resulta terrible en el ataque, porque no conoce mecanismos de inhibici¨®n de la agresividad. La mayor¨ªa de los animales es capaz de agredir sin matar. Sin embargo, el corzo, cuando ataca, no conoce l¨ªmite. Se dirige a su oponente con aparente mansedumbre. Le tantea blandamente con sus cuernos y, de repente, hinca sus astas en ¨¦l y no se detiene hasta desfallecer. ?Ser¨¢ ¨¦ste el caso de Jos¨¦ Luis? ?Su apariencia de inofensiva ternura esconder¨¢ una fiereza que se contiene para el instante definitivo? ?La huelga general del pasado 20 de junio fue el inicio de un ataque sin mesura y sin fin? A m¨ª no me importar¨ªa que fuera as¨ª, y tampoco que una vez hincadas las astas las removiera una miajilla, en fin, quien no se consuela es porque no quiere. Lo malo es que dice Lorenz que el corzo se acoquina si de buenas a primeras se le da un papirotazo en los morros. ?Maldici¨®n! Pensar¨¢ usted que el Gobierno lee a Lorenz, de ah¨ª que todo el d¨ªa anden arreando a Jos¨¦ Luis en la morrera. Yo creo que el reflejo de dar papirotazos ¨¦stos los traen de serie. Y hablando de todo un poco, ?es verdad que Angelito Acebes era el encargado de alimentar al gato suicida? (Yo sigo creyendo que el animalito no pudo m¨¢s con el del bigote y dijo a ver qu¨¦ tal me van las otras seis vidas) Un saludo. Alfonso Guerra. PD. Ya ve que, aunque retirado, sigo teniendo la oreja puesta'.
75 Laura parec¨ªa considerar que, por haberle quitado yo el ¨²ltimo vestido, ten¨ªa derecho a volver a empezar con la rueda de probaturas. Ya no encontr¨¦ el mismo inter¨¦s a sus contoneos frente al espejo, y decid¨ª aprovechar la hora que faltaba para la cena de gala d¨¢ndome una vuelta por la cocina, dispuesto a cumplir con el c¨®digo marr¨®n: el Presidente suger¨ªa que se encontrara un inmigrante culpable del sabotaje a su piscina de helado de caf¨¦. Inmigrante o socialista. Creo que si encontrara un inmigrante socialista reunir¨ªa suficientes m¨¦ritos ante el Presidente como para entrar en la carrera sucesoria, qui¨¦n sabe si para caer directamente en desgracia por exceso de empuje.
Pegu¨¦ la oreja a la puerta de la cocina. El servicio no se lo pasaba mal, desde luego. Les das hasta aqu¨ª y se toman hasta aqu¨ª. Menudo foll¨®n ten¨ªan montado.
-Nods sorpdrende usted en una peque?a fiedstecita privada -?ngel Acebes cruz¨® piadosamente los dedos de las manos ante el pecho, intentando ocultar sin ¨¦xito una litrona.
-Ay, ?ngel, qu¨¦ bochorno -le secund¨® Michavila.
-Disculpen -dije, con algo de zozobra-. Me equivoqu¨¦ de puerta. Buscaba la cocina y...
-?T¨®mese algo, rufi¨¢n! -zumb¨® la voz de Rajoy desde detr¨¢s de un jam¨®n que rebanaba con pericia de charcutero antiguo-. Aqu¨ª hay condumio para todos.
Qu¨¦ gracioso: los ministros de botell¨®n en el interior de la residencia de los Aznar.
-Yo estoy aqu¨ª obligado, se?or -Federico Trillo se meti¨® un ginebr¨®n en el bolsillo de su elegante americana milrayas-. D¨ªgale al Presidente que yo preferir¨ªa pasar mis vacaciones portando un paso de Semana Santa, pero que, por falta de esp¨ªritu religioso, en verano no hay procesiones y me veo enredado en este feo trasiego.
-Y si no, ?para qu¨¦ nos trae aqu¨ª? -grit¨® Crist¨®bal Montoro agachado, ah, no, que es as¨ª-. ?Que se nos facilite ocio alternativo!
-?Eso, eso! -gritaron varios, Pilar del Castillo la que m¨¢s.
Call¨® la m¨²sica bruscamente y hasta m¨ª lleg¨® Francisco ?lvarez Cascos, apoyando sus pasos con los nudillos de las dos manos en el suelo.
-Creo que cena usted hoy con los se?ores -se coloc¨® junto a m¨ª, me llev¨® hasta el otro lado de la puerta, me habl¨® de perfil, como el Igor de El jovencito Frankestein-. Ya sabe con qui¨¦n tiene que hablar si averigua usted algo del Asunto.
-No s¨¦ de qu¨¦ asunto me habla.
Mir¨® a derecha e izquierda, mir¨® hacia atr¨¢s, cerr¨® la puerta, acerc¨® su boca a mi o¨ªdo.
-No se haga el tonto. Recuerde lo que le pas¨® a Gaspar Llamazares.
Me dio un rodillazo en las partes para refrescarme la memoria. Me dobl¨¦, contra¨ªdo por el dolor.
-Me mor¨ªa de ganas de hacer esto con un veterinario -dijo Cascos, regresando al tumulto-. La pr¨®xima vez se lo piensa antes de chivarse al Presidente que estoy abonado a Canal Sat¨¦lite.
76 -?Ha podido usted hablar con el servicio? -canturreba Ana Botella, se la ve¨ªa de buen humor, ya bronceada por el sol. Qu¨¦ lejos de aquella mujer angustiada que dos semanas atr¨¢s me pidiera ayuda.
-He intentado hablar con la cocinera, pero me he perdido. Es realmente imponente esta residencia.
-Oh, ja ja -ri¨® blanda, echando la cabeza hacia atr¨¢s, agitando la mano abierta en el aire como si borrara mis palabras con una esponja-. Desde luego, si lo comparas con la birria del Palacio de la Moncloa... A cualquier cosa la llaman palacio. Fue una de las decepciones m¨¢s grandes de mi carrera pol¨ªtica, que no ha hecho m¨¢s que empezar, por cierto. En fin.
En la puerta se enmarc¨® Laura, resplandeciente en un vestido negro sin bolso.
-Qu¨¦ guapa est¨¢s, Laura -me admir¨¦.
-A ver si nos damos cuenta de lo que tenemos en casa -me susurr¨® Ana Botella, subrayando cada s¨ªlaba con un golpecito de abanico en mi cogote.
-Me ha dejado el vestido Ana -dijo Laura, orgullosa.
?Ana? ?Hab¨ªa dicho Ana? ?Ana le dejaba vestidos? ?Ana me golpeaba el cogote para reprocharme infidelidades?
-Nada de dejado, ja ja -ri¨® bland¨ªsima Ana Botella-. Es tuyo, Laura, por supuesto. ?Dec¨ªa de la cocinera?
-Intentar¨¦ hablar con ella ma?ana.
-Acomp¨¢?ale en esa conversaci¨®n, Laura, chata, ja ja -tambi¨¦n golpe¨® su hombro con el abanico-. Es una cocinera muy guapa. Y muy lista. No es s¨®lo cocinera, es jefa de servicio. Vino con unos muebles.
-?Era una promoci¨®n? -dije, algo molesto por su intromisi¨®n en mi vida privada.
-No, hombre -sostuvo el sarcasmo-. Yamina se qued¨® porque me pareci¨® muy eficiente. No es f¨¢cil encontrar chica, y ella fue la que se encarg¨® de redecorarnos el Palacio con muebles realmente dignos, de peso, muebles con solera, del anticuario del enanito.
-?Qu¨¦ enanito?
-Por favor, ja ja, el anticuario favorito de Jordi Pujol, ?c¨®mo se llama, Jose, el anticuario que nos pas¨® el enanito?
Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar hab¨ªa entrado en la sala justo a tiempo de escuchar a Ana Botella. Jordi Pujol me hab¨ªa tomado el pelo: no s¨®lo conoc¨ªa al anticuario Tresserres, sino que lo recomendaba a su socio.
-A estos se?ores no les importa d¨®nde compramos los muebles -dijo, sin rastro de amabilidad-. A duras penas pueden comprar en Ikea.
-Ay, es verdad -se llev¨® una mano a la boca Ana Botella para contener las palabras que ya hab¨ªa dicho-, que el anticuario es el se?or del l¨ªo tan desagradable con aquella negra. No vamos a comprarle nada m¨¢s.
Ma?ana, decimooctavo cap¨ªtulo: Una buena educaci¨®n
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