Todos contra todos
80 Me estaba aficionando a recorrer el jard¨ªn en paseos ensimismados, d¨¢ndome portes de presidente, imitando las zancadas gigantes de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar.
-?Paso libre, matasanos!- Mariano Rajoy encabezaba de nuevo una expedici¨®n de ministros (siempre con Mayor Oreja incrustado entre ellos), todos en bicicleta y con bolsa de merienda. Tambi¨¦n iba Celia Villalobos, que segu¨ªa negando su cese.
-Veo que les gusta el ciclismo -me hice a un lado.
-No a todos -intervino Zaplana, con una espl¨¦ndida corbata fucsia por encima del culotte-. Arenas se va de campamentos. ?Men¨²a pat¨¢n los morros lan dao! ?Uno menos!
-?Bien! -gritaron todos, menos Ana Palacio, algo fuera de juego en este ambiente de pol¨ªtica, digamos, a ras de suelo.
-No es as¨ª, hombre -me aclar¨® Rajoy, que hab¨ªa aprovechado el par¨®n en la marcha ciclista para encender un puro-. Dado que tenemos todos los medios de comunicaci¨®n en contra, el Presidente ha ordenado que se adoctrine individualmente a ciudadanos voluntarios para que difundan nuestros mensajes por las calles.
-Servir¨¢n de apoyo a la campa?a municipal -se ufan¨® Jaime Mayor.
-S¨ª, a la campa?a socialista, rata con barbas -pens¨® Rodrigo Rato-, que Javier Arenas est¨¢ conmigo.
-Que te crees t¨² eso, sabueso -pens¨® a su vez Mayor.
-Tengo que hablar con usted, se?or Acebes -interrump¨ª los navajazos telep¨¢ticos.
Acebes mir¨® hacia atr¨¢s, como si hubiera otro Acebes en el grupo.
-?Pero si es un honod para m¨ª participar en esta edxcursi¨®n! -protest¨®.
-Te jodes, Angelito -terci¨® Celia, masticando gominolas-, que este se?or te querr¨¢ preguntar lo que le dabas al gato Simbotas. Y piensa que ayer habl¨® con Pilar del Castillo y esta ma?ana est¨¢ castigada. ?Esto es la isla de los 10 negritos!
-Vamos, se?ores -retom¨® el mando Rajoy-. Tres kil¨®metros y una cervecita. As¨ª me gustan a m¨ª las comisiones interministeriales.
-Ay, Pixie, s¨¦ valiente -dijo Michavila, o me lo pareci¨®.
-Ve tranquilo dsin m¨ª, Dixie -respondi¨® Acebes.
81 -?Se nos va a caer el pelo a todos! -bram¨® Javier Arenas.
Cerr¨® la puerta con un golpetazo. Todo el edificio tembl¨®. Recorri¨® la veintena de metros del sendero del jard¨ªn murmurando maldiciones.
-?Sabes por qu¨¦ estoy as¨ª? -me gru?¨®-. ?Eh? ?Lo sabes? ?Ten!
Me golpe¨® el pecho con una revista y la abandon¨®. La cog¨ª al vuelo.
-Estar¨¢s contento -remach¨®.
Pens¨¦ que ser¨ªa la ¨²ltima encuesta del CIS, pero no; eran fotos de Aznar: en lo alto del trampol¨ªn, gritando en el aire, sorbiendo gotas de helado de caf¨¦ que le colgaban del bigote.
-?Por qu¨¦ habr¨ªa de estar yo contento?
-Desde que merodeas alrededor del Presidente todo son cosas raras -se quej¨®.
-Le recuerdo que me llamaron cuando empezaron las cosas raras -me quej¨¦.
-No es verdad, se?orito -protest¨®-. Cuando t¨² llegaste el gato estaba vivo, y aqu¨ª todo empez¨® con un gato vivo, aunque nadie lo recuerde.
-Yo nunca vi al gato vivo -protest¨¦- y no he hecho m¨¢s que seguir ¨®rdenes.
-Tranquilo -se puso serio, pero con esa cara de aguantarse la risa que hace de ¨¦l El Hombre Incre¨ªble-. Nadie te acusa de nada. ?Eres socialista? ?Eres inmigrante? ?Tienes aspiraciones sucesorias? Si no es as¨ª, no tienes motivo para intranquilizarte, campe¨®n.
-?C¨®mo han podido salir publicadas estas fotos?
-Ay, campe¨®n. Tenemos todos los medios de comunicaci¨®n en contra, lo cual ya tiene delito, porque casi todos son nuestros. Pero as¨ª es.
-Ya me han hablado de sus susurradores -pas¨¦ p¨¢gina de la revista: en un rinc¨®n aparec¨ªa la imagen de Gaspar Llamazares como autor del reportaje fotogr¨¢fico. La sombra de la piscina era ¨¦l. Tambi¨¦n era una sombra en la revista. Quise leer sus declaraciones, pero Arenas me tom¨® del brazo y me arrastr¨® hacia un rinc¨®n del jard¨ªn. De repente tuve miedo. Fue como un fogonazo: la impresi¨®n de que m¨¢s o menos as¨ª pudo ser la muerte del gato Simbotas.
-Eso es un proyecto secreto -musit¨®, mirando a derecha e izquierda, para asegurarse de que nadie nos o¨ªa-. ?Qui¨¦n te ha hablado de los susurradores?
-Los ministros se han ido de excursi¨®n y lo han comentado.
Intent¨¦ moverme, pero Arenas me hab¨ªa acorralado contra el muro. Sus manos se apoyaban en la pared, sin aparente violencia, como colocadas ah¨ª con naturalidad.
-?Lo han comentado todos? -pregunt¨®, muy despacio-. Vamos, pi¨¦nsalo bien. ?Lo han comentado todos o s¨®lo dos?
-Creo que dos -tal vez eran sus ojos peque?os y vivos, tal vez su corbata de elefantitos rojos sobre la camisa amarilla, tal vez sus dientes inmaculadamente blancos: algo en ¨¦l daba miedo.
Y, sin previo aviso, dej¨® caer los brazos y permiti¨® que me zafara de su encierro.
-Buen chico -suspir¨®, como si el alivio lo sintiera ¨¦l-. Han sido dos, en efecto. Dos, pero no dos ministros, porque Jaime no es ministro.
-Entonces, se?or Arenas...
-Call me Javier, campe¨®n -se sacudi¨® de los pantalones un polvillo que no ten¨ªa, s¨®lo por el placer de hacer un gesto viril.
-Entonces, Javier, usted ya sab¨ªa lo que me estaba preguntando.
-La pol¨ªtica es un juego de rol -me pas¨® un brazo por encima de los hombros, presion¨® cari?oso-. S¨®lo hay dos reglas: sobrevivir en el propio grupo y destruir al grupo contrario. Cada cual con sus armas. Ahora vuelvo a ser ministro, y eso es importante, pero m¨¢s importante es seguir de secretario general y ministro del Telediario del Fin de Semana. ?Sabes cu¨¢nto hace que salgo sistem¨¢ticamente, esc¨²chame bien, sistem¨¢ticamente en el telediario del fin de semana?
-Ni idea -encog¨ª el cuello para deshacerme de su abrazo, pero no me dej¨® escabullirme.
-Dos a?os, siete meses y dos semanas. Y ahora, h¨¢blame sinceramente.
-Siempre lo hago, se?or Javier.
-?T¨² has o¨ªdo del Presidente alguna frase, o captado alg¨²n gesto que pudiera querer indicar que me tiene reservado alg¨²n alto destino, pero alto alto, alto de verdad?
Cruji¨® la hojarasca unos metros m¨¢s all¨¢. Arenas brinc¨® hacia atr¨¢s. Yo no pude ver qui¨¦n hu¨ªa. ?l s¨ª. Su rostro hab¨ªa perdido el bronceado que luce durante todo el a?o. ?Otra vez Llamazares con su c¨¢mara de fotos?
-Peor -temblaba-, mucho peor. Era Cascos. Me ha o¨ªdo expresar en voz alta aspiraciones sucesorias. Estoy perdido.
82 En la mecedora del porche, empuj¨¢ndose met¨®dico con los pies, la mirada fija en una labor de punto, esperaba el ministro de Interior.
-?Con qu¨¦ alimentaba usted al gato del Presidente, Acebes?
-Con lo mejor -respondi¨® sin alterar el gesto ni la voz ni el estado de ¨¢nimo: as¨ª es Acebes-. Era un honod para m¨ª alimentar al gato del Pdresidente.
-?se es m¨¢s falso que un euro tunecino -dijo Villalobos ajust¨¢ndose un gorrito de papel albal frente a un espejito de mano. Ya era de noche: se la ve¨ªa fatigada por la jornada ciclista-. Pero as¨ª le gustan ahora al Presidente, en lugar de personas sinceras, directas y claras como yo.
-Sabe que un testigo afirma haberle visto a usted 'echarle de t¨®' a la comida de Simbotas, ministro -dije.
-?Se refiere usted a la pobre Celia Villalobos? -Acebes, angelical, levant¨® la vista de la labor de punto-. Me alegra que la crea usted, porque no es bueno que a una minidstra no la crea nadie. Ay, no, que ya no es ministra. Ni pinta nada, ?verdad? Pero bueno, es importante que udsted la crea.
-?Niega usted haberle 'echao de t¨®' a Simbotas? -insist¨ª.
-Por supuesto, al gato Simbotas le di siempre de todo y de lo mejor.
-Creo que no voy a obtener nada de usted -decid¨ª sincerarme.
-Muchas gracias- dijo Acebes-. Mi carrera pol¨ªtica se edifica sobre el menodsprecio de los dem¨¢s. En eso tambi¨¦n me parezco al Presidente, y ah¨ª est¨¢n puestas mis esperanzas sucesorias.
-Te preguntar¨¢s, chavalillo -Villalobos ya se hab¨ªa cansado de chismorrear de Acebes- qu¨¦ estoy haciendo con el pelo cubierto de albal. Me estoy ti?endo. Quiero prohibir los tintes para el pelo. S¨ª, ya s¨¦ que no soy ministra, pero tengo tir¨®n popular. Si no me dejan publicar en el BOE me ir¨¦ al programa de Mar¨ªa Teresa Campos, que tambi¨¦n es un medio de comunicaci¨®n, y muy digno. Yo soy as¨ª. Dej¨¦ de fumar y prohib¨ª las m¨¢quinas de tabaco. Engord¨¦ un poquito y prohib¨ª los productos adelgazantes. Ahora que me est¨¢n saliendo canas comprobar¨¦ qu¨¦ hay de turbio en los tintes de pelo. Las amas de casa me absolver¨¢n.
-Seguro que para compensar los da?os a la industria cosm¨¦tica -refunfu?¨® Miguel Arias Ca?ete al pasar por delante del ba?o- el Gobierno en pleno tendr¨¢ que te?irse el pelo. Y los calvos a ver qu¨¦ nos te?imos.
-Mucho nervio, mucho nervio -parec¨ªa seriamente preocupado Rajoy-. Presiento algo grave. ?Un purito para desestresarse?
Ma?ana, vig¨¦simo cap¨ªtulo: La pista de los diamantes.
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