Un indigente muere acuchillado y a golpes junto a un portal en Arganzuela
La muerte del mendigo eleva a 46 el n¨²mero de homicidios en la regi¨®n en lo que va de a?o
Antonio M. O., de 57 a?os, muri¨® apaleado y acuchillado sobre las 7.15 de ayer mientras dorm¨ªa solo, sobre una vieja colchoneta y abrigado por unos cartones en la puerta de un garaje en el n¨²mero 57 de la calle de Santa Mar¨ªa de la Cabeza. Unos desconocidos se acercaron al lugar donde dorm¨ªa y le propinaron una paliza que le rompi¨® la tr¨¢quea y le caus¨® un traumatismo craneoencef¨¢lico severo. Adem¨¢s, le asestaron varias cuchilladas en el costado izquierdo. La polic¨ªa intenta localizar a tres hombres j¨®venes que abandonaron el lugar en moto tras el crimen.
'Vi a cuatro hombres j¨®venes que discut¨ªan entre ellos. Uno se fue, pero los otros tres caminaron hac¨ªa all¨ª [el lugar donde Antonio M.O. muri¨®]. Poco despu¨¦s, se fueron en dos motos'. Este es el testimonio de un vecino de la plaza de Santa Mar¨ªa de la Cabeza que ayer madrug¨®. Su versi¨®n coincide con la de una limpiadora que acud¨ªa a trabajar a la misma hora, seg¨²n explic¨® a la polic¨ªa.
Ninguno de los dos testigos vio la agresi¨®n, pero los investigadores intentan ahora localizar a los tres motoristas. Ellos fueron, al parecer, quienes m¨¢s cerca estuvieron del fallecido en los minutos en los que se cree que fue agredido.
Un detalle ha llamado la atenci¨®n a la polic¨ªa: los tres hombres hicieron estallar una botella de cristal arroj¨¢ndola contra una pared. Este comportamiento, la hora del crimen y la cercan¨ªa de varios locales de copas han aumentado el inter¨¦s de la polic¨ªa por encontrarlos.
Una vecina, que sali¨® a la calle, hall¨® a la v¨ªctima a¨²n con vida. 'Acababa de abrir el quiosco. Vino una clienta habitual, muy asustada, y me dijo que acababa de ver a un hombre tirado en el suelo y con mucha sangre', record¨® al mediod¨ªa de ayer el encargado del quiosco de la plaza de Santa Mar¨ªa de la Cabeza.
A¨²n con vida
Antonio M. O. yac¨ªa entonces malherido, entre los cartones que le hab¨ªan protegido de la fresca noche y junto al colch¨®n que le serv¨ªa de lecho. Los m¨¦dicos del Samur intentaron reanimarle durante 20 minutos, pero muri¨® poco despu¨¦s.
La llegada de las ambulancias y los coches de la polic¨ªa despertaron a Jos¨¦, otro indigente que suele dormir en un portal cercano. Los agentes del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa le pidieron que identificara el cad¨¢ver. 'La paliza ha tenido que ser terrible. Ten¨ªa mucha sangre y el cuello desfigurado', balbuce¨® el hombre, con manos y voz temblorosas. Cinco horas despu¨¦s del crimen, Jos¨¦ apenas empezaba a recuperarse del susto. 'Imag¨ªnate, me hubiera podido pasar a m¨ª. S¨®lo estaba a unos 30 metros'.
Muchos vecinos, comerciantes y los otros indigentes que viven en la zona conoc¨ªan a Antonio N. O. desde que lleg¨® al barrio hace unos meses; cuatro seg¨²n algunas versiones, hace un a?o seg¨²n otras. Sin embargo, nadie trab¨® amistad con ¨¦l.
'Educado s¨ª lo era. Cuando pasaba cerca de mi portal siempre me preguntaba '?Jos¨¦! ?Qu¨¦ tal andas esta noche?' Y le gustaba ir afeitado y limpio. Pero era muy serio, andaba a su aire, sin ning¨²n amigo fuerte. Siempre dorm¨ªa solo', coment¨® Jos¨¦.
El fallecido ten¨ªa el pelo canoso, med¨ªa algo menos de 1,70 metros y ten¨ªa una complexi¨®n normal. Ning¨²n detalle m¨¢s conoc¨ªan del asesinado quienes le ve¨ªan por el barrio. Antonio N. O. no comparti¨® con nadie los motivos que le llevaron a vivir en la calle, que le condujeron a la puerta del aparcamiento donde hall¨® la muerte. Tampoco nadie en el barrio sab¨ªa d¨®nde hab¨ªa nacido, ni cu¨¢les eran sus planes de futuro.
Antonio M. O. hab¨ªa nacido en 1945 en un pueblo de la provincia de Murcia. Pero esto s¨®lo pudo saberlo la polic¨ªa tras mirar el D.N.I. que el fallecido llevaba entre sus ropas.
El indigente iba a su aire, pero no hac¨ªa una vida muy distinta de las otras personas sin techo del barrio. Sol¨ªa levantarse pronto, cuando la luz y el trasiego en la calle ya no le dejaban dormir. Luego iba andando por la calle de Santa Mar¨ªa de la Cabeza en sentido norte, donde se sentaba en los bancos de la calle o entraba a alg¨²n bar a tomar un caf¨¦ con leche.
'Aqu¨ª ven¨ªa alguna vez. Saludaba, ped¨ªa su caf¨¦ y se iba sin hablar con nadie', record¨® el personal de los bares cercanos. A veces ped¨ªa dinero sentado en las escaleras de alguna iglesia, 'pero no lo hac¨ªa mucho; no le gustaba', a?adi¨® Jos¨¦.
El fallecido sol¨ªa recoger algo de chatarra, como muchos otros indigentes, e iba a venderla a la chatarrer¨ªa que hay junto a la plaza de Santa Mar¨ªa de la Cabeza. Ayer, el establecimiento estaba cerrado por vacaciones. Algunos mediod¨ªas, Antonio M. O., como los otros sin techo, se acercaba a comer un plato caliente al comedor que las monjas de las Hijas de la Caridad tienen en la calle de Mes¨®n de Paredes.
Con el crimen de ayer, ya son 46 las personas que han muerto violentamente en la regi¨®n en lo que va de a?o. De ellas, hasta ahora, ninguna era indigente. En 2001, dos mendigos fallecieron acuchillados en las calles de Madrid.
Miedo entre los cartones
El homicidio de Antonio M. O. alter¨® ayer la vida de los vecinos de Arganzuela, pero su muerte caus¨® una aut¨¦ntica conmoci¨®n entre los indigentes que viven cerca de la plaza de Santa Mar¨ªa de la Cabeza. Les llaman el Sevilla, el Alto, el Gitanillo o el Marca. Nadie sabe cu¨¢ntos son, aunque la cifra, siempre cambiante, puede acercarse a la decena. Todos ellos ten¨ªan ayer el susto reflejado en la cara. 'Imag¨ªnate. No hay explicaci¨®n para lo que ha pasado. Igual lo mataron porque nos odian por ser mendigos, como a los extranjeros o a los homosexuales. O igual iban pasados de vueltas y quisieron hacer una gracia y se les fue la mano. Vete t¨² a saber. Nos podr¨ªa haber tocado a cualquiera'. A Rafael V¨¢zquez le llaman el Sevilla porque naci¨® en esa ciudad hace 49 a?os. Hace cuatro que duerme en el cercano Puente de Praga, pero en el bar Ibias es un parroquiano m¨¢s, que se toma un refresco con vecinos enchaquetados y otros con mono de trabajo. Otro indigente, Jos¨¦, dorm¨ªa a s¨®lo 30 metros del lugar del crimen. Ayer, cinco horas despu¨¦s de lo ocurrido, apenas lograba recuperarse del susto. 'Ni me he podido lavar, ni comer, ni nada. La polic¨ªa me ha hecho reconocer el cuerpo y luego me han llevado hasta no s¨¦ donde s¨®lo para decirles todo lo que sab¨ªa: nada'. Jos¨¦ estaba al mediod¨ªa de ayer, como cada d¨ªa, sentado en un banco enfrente de un supermercado. Mientras habla, acaricia a impulsos a su perra, Churra, como si tratara de sosegarse. Una mujer se acerc¨® a Churra y le dio unos restos de jam¨®n de York. Luego, viendo el nerviosismo de Jos¨¦, se ofreci¨® a comprarle algo de comer. Los indigentes de la plaza de Santa Mar¨ªa de la Cabeza son una sociedad aparte que vive sin molestar y sin ser molestada por los vecinos. Su integraci¨®n parece buena. Cada uno de ellos arrastra una historia de fracasos laborales, personales o matrimoniales que s¨®lo esbozan, sin querer dar m¨¢s detalles. Tienen normas -'el portal de uno es su casa; quit¨¢rselo es robar'- y costumbres propias -'ayudar al que lo pide, pero al que quiere vivir a su aire, el saludo y basta'-.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.