En el para¨ªso
Nunca he conocido un viajero que, fuera de su actividad de escritor de viajes, hablara menos de sus visitas, estancias o aventuras. Yo le dec¨ªa, ?pero de verdad has estado alguna vez en alguna parte? Y ¨¦l decidi¨® a partir de entonces traerse una botella de agua mineral ex¨®tica para demostrar sus viajes. Quisimos poner una aguamineraloteca para guardar aquellas aguas, pero el proyecto, como dijo Luis, hizo aguas por falta de espacio.
Luis me dijo un d¨ªa que ¨¦l nunca hab¨ªa ido al cine, que, entre una cosa y otra, nunca hab¨ªa entrado en una sala de cine. Pero se ofrec¨ªa a ver una de mis pel¨ªculas, y as¨ª ser una persona como las corrientes y normales, de las que alguna vez s¨ª han visto una pel¨ªcula. Yo le dije que mejor no, que prefer¨ªa que mont¨¢ramos un espect¨¢culo de feria en el que yo le mostrara como el Hombre Que Nunca Fue Al Cine. Luis acept¨®.
Luis hab¨ªa nacido para ser amigo, amigo de muchos, como de otros se dice que nacen para la m¨²sica o para ser toreros
Luis hac¨ªa pajaritas, barcos y toda clase de objetos de papel. Mientras tanto, conversaba. Y era un placer escuchar hablar a Luis, con su aire pausado, de hombre de bien, no exento de travesura. Luis hab¨ªa nacido para ser amigo, amigo de muchos, como de otros se dice que nacen para la m¨²sica o para ser toreros. Mientras hac¨ªa aquellas pajaritas de papel, Luis escuchaba las quejas, ambiciones o las amarguras de sus amigos, compa?eros o gente que acabara de conocer. Y, siempre con su aire de senador romano, soplaba sobre nosotros un aire de fugacidad, de melancol¨ªa habitable, de sencillez de las cosas buenas. Aquel aire curaba. Al final, terminaba la pajarita, el barco o una rana -creo que lo mejor eran las ranas- y la dejaba encima de la mesa, para el primero que quisiera llev¨¢rsela. Qu¨¦ dedos m¨¢s raros tienes, Luis, le dije yo viendo c¨®mo plegaba el papel con aquellas u?as fuertes y curvadas. S¨ª, tengo u?as de muerto, me contest¨® riendo.
Luis hablaba y hablaba. Hablaba cuando escrib¨ªa, hablaba cuando ten¨ªa puesta la mascarilla de ox¨ªgeno y Elo¨ªsa le dec¨ªa que se callara, hablaba con el coraz¨®n, ya sin pulmones.
Quisiera creer en un para¨ªso al que fueran los escritores, los poetas y los cronistas parlamentarios. Porque si Luis fuera a un cielo lleno de santos, m¨¢rtires y confesores, har¨ªa unas excelentes cr¨®nicas sobre los nuevos beatos, esos que son como r¨¦plicas astrales de nuestros obispos, ministros y dem¨¢s miembros de la Celtiberia de siempre. La tuya, Luis.
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