Harrison Ford saca a flote al averiado filme submarino de Kathryn Bigelow
Arturo Ripstein logra momentos de gran cine dentro de una pel¨ªcula llena de altibajos
El accidente del submarino sovi¨¦tico K-19, conocido tambi¨¦n como La f¨¢brica de viudas, a causa de la cantidad de maridos que mand¨® al otro mundo, estuvo 28 a?os oculto detr¨¢s del muro de los secretos de Estado de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica. Ocurri¨® en 1961 y sali¨® a la luz tras el derrumbe de ese muro en Berl¨ªn, en 1989. Ahora, la cineasta estadounidense Kathryn Bigelow pretende sacarlo a flote, cosa que s¨®lo consigue a ratos gracias a Harrison Ford, que act¨²a como gran estrella y logra emocionar en algunos momentos.
Cine rico, pero vulgar, pretencioso e incluso con un punto de rutinario, aunque parezca lo contrario. Eso es K-19, filme en el que la ambiciosa se?ora Bigelow despliega sus habituales inclinaciones hacia la grandilocuencia y se desmelena en algunos juegos de im¨¢genes de gran vuelo ret¨®rico, preciosistas, innecesarias y, para colmo, subrayadas por una banda musical tonante, sinf¨®nica y oper¨ªstica, que no da ni un minuto de respiro a los atronados y medio sordos t¨ªmpanos del espectador agredido por tanto elegante estruendo, tantas solemnidades de laboratorio y tantos patetismos de cart¨®n piedra. S¨®lo el d¨²o entre los magn¨ªficos Liam Neeson y Harrison Ford sostienen con arte y dignidad el aparatoso tinglado, que al final, en unas escenas de melo muy fino y eficaz, saca l¨¢grimas de las miradas propicias. Y este barco de papel y celuloide mojado sale a flote gracias a que Harrison Ford dispara su formidable energ¨ªa identificadora y se envuelve en su c¨¦lebre aura de estrella genuina, actuando realmente a lo grande, a lo Wayne, a lo Bogart, a lo Barrymore.
Nada que a?adir de esta opulenta pel¨ªcula, que no dar¨¢ tanto dinero ni tan r¨¢pido como las m¨¢s populares de Harrison Ford. Y tampoco parece que vaya a ser en su humilde escala rentable La virgen de la lujuria, nueva pel¨ªcula del cineasta mexicano Arturo Ripstein, realizada en coproducci¨®n con Espa?a, que es dura de ver porque padece algunos pronunciados altibajos y lo que en ella se narra, o se representa, son contenidos que no se ajustan bien a la forma propuesta por el gui¨®n, lo que crea zonas muertas dentro de una secuencia claustrof¨®bica y oscura, con momentos no s¨®lo buenos sino magn¨ªficos de gran potencia tr¨¢gica, de los mejores que ha esculpido la c¨¢mara, como siempre profunda y torturada de Ripstein.Es m¨¢s, esos momentos -que siguen un itinerario interior en un escenario de calidades excepcionales- nos traen en estado de pureza al Ripstein de La mujer del puerto, La reina de la noche y Principio y fin, un tri¨¢ngulo de obras maestras que, por desgracia, no proyectan sobre La virgen de la lujuria su redondez, su cualidad de obras circulares perfectamente cerradas sobre s¨ª mismas. A esta ¨²ltima pel¨ªcula del cineasta mexicano no se le ve -en primera mirada, que es la medular y determinante- la necesidad de prolongarse en ramificaciones y circunloquios que alargan hasta casi dos horas y media un relato -o, m¨¢s exactamente, un ritual casi lit¨²rgico, una especie de misa negra y transgre-sora- que ganar¨ªa mucho si se beneficiara del don de la concisi¨®n y si sus desv¨ªos no obligaran a ratos al espectador a perder el hilo y a impacientarse o desentenderse de la pantalla. Eso s¨ª, para al poco tiempo recuperar ese hilo perdido y volver a elevarse con las elevaciones formales de este fallido filme, formalmente desequilibrado, pero con el sello de un cineasta de enorme talento y de especie ¨²nica.
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