?Poder sin l¨ªmites?
Tito Livio cuenta la historia siguiente. Vencida, Roma decidi¨® negociar con los galos que la asediaban. El Senado encarg¨® a sus generales pactar con los b¨¢rbaros. Un acuerdo fue concluido: para librarse del asedio, Roma entregar¨ªa 1.000 libras de oro. 'A este hecho ya de por s¨ª humillante', escribe Tito Livio, 'se a?adi¨® otro gesto escandaloso. Las pesas utilizadas por los vencedores eran falsas. Y como los oficiales romanos se quejaban, Breno, el jefe galo, tuvo la insolencia de echar su propia espada encima de las pesas y de pronunciar estas palabras insoportables: Vae victis!, ?desgracia sin l¨ªmites para los vencidos!'.
En Afganist¨¢n, despu¨¦s del 11 de septiembre, la desgracia de los vencidos ha ido m¨¢s lejos, pues estamos empezando a descubrir que los norteamericanos no han querido dejar con vida a los miembros de la secta terrorista Al Qaeda. Ni siquiera cuando se rend¨ªan. En varias ocasiones, los oficiales estadounidenses se negaron a aceptar los pactos de rendici¨®n establecidos entre los miembros de Al Qaeda y las fuerzas antitalib¨¢n aliadas. Exigieron que se prosiguiesen los combates hasta la liquidaci¨®n de los supervivientes. '?Hay que matar a todos los combatientes de Al Qaeda, y hay que matarlos ahora! Nada de aceptar que depongan las armas', exigieron miembros de la CIA.
En nombre de su superioridad absoluta, EE UU ha cesado de respetar los derechos humanos y los tratados internacionales
El pasado noviembre, despu¨¦s de la toma de Mazar-i-Sharif, centenares de miembros de Al Qaeda, concentrados en el fuerte-prisi¨®n de Qala-i-Jangui, fueron liquidados despu¨¦s de una insubordinaci¨®n. El periodista de la BBC Jamie Doran ha contado, con pruebas irrefutables (l¨¦ase Le Monde Diplomatique de septiembre 2002), c¨®mo, despu¨¦s de esa insurrecci¨®n, unos 5.000 talibanes presos fueron deportados -?encerrados en contenedores!- a la lejana c¨¢rcel de Sheberghan. C¨®mo, en el camino, los guardias ametrallaron los contenedores que 'chorreaban sangre'. Y c¨®mo los pocos supervivientes fueron liquidados en Sheberghan en presencia de soldados norteamericanos que participaron en la matanza 'rompi¨¦ndole el cuello a un prisionero' o 'vertiendo ¨¢cido en la cabeza' de alg¨²n otro. 'Los norteamericanos', afirma un testigo, 'hac¨ªan todo lo que quer¨ªan. No pod¨ªamos imped¨ªrselo. Todo estaba bajo el control del comandante estadounidense'. En Kandahar, la prensa ha descubierto, en los alrededores del aeropuerto donde los combates fueron encarnizados y en los que participaron fuerzas norteamericanas, m¨¢s de mil cad¨¢veres de 'voluntarios ¨¢rabes'... En Tora Bora se estima que los miembros de Al Qaeda abatidos despu¨¦s de rendirse supera el millar... 'No queremos que se escape vivo ning¨²n terrorista de Al Qaeda', declar¨® Donald Rumsfeld, ministro de Defensa de EE UU.
Muchos observadores est¨¢n convencidos de que, bajo el justo pretexto de combatir el terrorismo internacional, Estados Unidos est¨¢ transgrediendo no s¨®lo las convenciones de Ginebra, sino la simple raz¨®n humanitaria. Amnesty International y Human Rights Watch han exigido el env¨ªo de comisiones internacionales de investigaci¨®n sobre estas matanzas silenciosas. Algunos estiman que el uso de bombarderos B-52 y el empleo de la t¨¦cnica del 'tapiz de bombas' constituy¨® un 'crimen de guerra', pues esta t¨¦cnica no distingue entre el objetivo militar y sus alrededores, y ha causado centenares de v¨ªctimas inocentes. Antes de ser enviados a la base penal de Guant¨¢namo, los presos de Al Qaeda son seleccionados e interrogados por oficiales de la CIA, sin que nadie sepa qu¨¦ m¨¦todos se usan para interrogarlos. Algunos detenidos han sido conducidos clandestinamente a pa¨ªses aliados, como Egipto, Yemen y Sud¨¢n, donde existen centros de tortura sofisticados y donde los presos pueden ser torturados a muerte sin que ninguna organizaci¨®n humanitaria proteste.
En nombre de su superioridad absoluta, Washington ha cesado de respetar los derechos humanos y muchos tratados internacionales. El respeto a la democracia y al Estado de derecho han dejado tambi¨¦n de ser condiciones indispensables para ser aliado de Estados Unidos (obs¨¦rvese la especial relaci¨®n que mantienen con el general golpista Musharraf, presidente de Pakist¨¢n).
En el plano geopol¨ªtico, Estados Unidos se encuentra en una situaci¨®n hiperhegem¨®nica que nunca en la historia ning¨²n pa¨ªs conoci¨®. Militarmente, su fuerza es aplastante. No s¨®lo son la primera potencia nuclear y espacial, sino tambi¨¦n mar¨ªtima. Son los ¨²nicos que poseen una flota b¨¦lica en cada uno de los principales mares del planeta; y cuentan con bases militares, de avituallamiento y de escucha en todos los continentes. Aunque no hayan podido prever los atentados del 11 de septiembre de 2001, ni capturar a Osama Bin Laden, sus Fuerzas Armadas poseen, en materia de armamento, varias generaciones de adelanto.
En el campo de las relaciones exteriores, la hiperpotencia estadounidense rige la pol¨ªtica internacional. Actualmente, en nombre de la guerra infinita contra el terrorismo internacional, tiene fuerzas especiales desplegadas no s¨®lo en Afganist¨¢n y Pakist¨¢n, sino tambi¨¦n en Filipinas, Yemen, Somalia, Georgia y Colombia. Interviene en todas las crisis de todos los continentes (?hasta en el microdrama hispano-marroqu¨ª sobre el islote Perejil-Toura!), ya que es la ¨²nica potencia que act¨²a sobre el tablero mundial: desde el Cercano Oriente hasta Kosovo, de Timor a Taiwan, del Congo a Angola, de Colombia a Cuba y Venezuela (en donde particip¨® en el golpe de Estado del 11 de abril...).
Adem¨¢s, Washington pesa decisivamente en el seno de las instancias multilaterales que determinan el curso de la globalizaci¨®n liberal: G-8, FMI, Banco Mundial, OCDE, OMC...
La consecuencia principal de esta megasupremac¨ªa es que Washington considera que dispone de un poder sin l¨ªmites. Y se permite declarar a su antojo 'enemigo de la humanidad' a cualquier dirigente, r¨¦gimen o pa¨ªs. En nombre de esa superioridad ha decidido atacar a Irak, y convertir esta agresi¨®n ilegal en una 'causa noble' a la que todos los pa¨ªses del mundo tienen la obligaci¨®n de asociarse. Si no quieren verse acusados de 'estar con los terroristas'...
'Vae victis!', avisaba Tito Livio. Pero la verdadera lecci¨®n de este nuevo poder sin l¨ªmites la ha expresado el senador dem¨®crata Patrick Leahy: 'No podemos emprender una guerra en defensa de nuestros valores, y renunciar a ellos al mismo tiempo'.
Ignacio Ramonet es director de Le Monde Diplomatique y profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid. Acaba de publicar Guerras del siglo XXI.
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