La desuni¨®n y el sectarismo ¨¢rabes
Impl¨ªcita en la mayor¨ªa de los hallazgos del frecuentemente citado Informe 2002 sobre el Desarrollo Humano ?rabe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo encontramos la extraordinaria falta de coordinaci¨®n entre los pa¨ªses ¨¢rabes. No deja de ser ir¨®nico el hecho de que se hable de los ¨¢rabes y se aluda a ellos como grupo, a pesar de que raramente den la impresi¨®n de funcionar como conjunto, excepto de forma negativa. Por consiguiente, en el informe se afirma correctamente que no existe una democracia ¨¢rabe. Las mujeres ¨¢rabes son invariablemente una mayor¨ªa oprimida, y en ciencia y tecnolog¨ªa todos los Estados ¨¢rabes est¨¢n por detr¨¢s del resto del mundo. Ciertamente hay poca cooperaci¨®n estrat¨¦gica entre ellos y pr¨¢cticamente ninguna en la esfera econ¨®mica. En cuanto a cuestiones m¨¢s concretas como la pol¨ªtica hacia Israel, Estados Unidos y los palestinos, y a pesar de un frente com¨²n de vergonzosos apretones de mano y deshonrosa impotencia, percibimos una aprensiva determinaci¨®n de no ofender a Estados Unidos en primer lugar, de no implicarse en una guerra o en la paz real con Israel, y de no pensar jam¨¢s en un frente com¨²n ¨¢rabe ni siquiera con respecto a problemas que afectan al futuro o la seguridad de todos los ¨¢rabes. Pero cuando se trata de la perpetuaci¨®n de cada r¨¦gimen, las clases gobernantes ¨¢rabes est¨¢n unidas en su objetivo y en su habilidad para sobrevivir.
Estoy convencido de que este revoltijo de inercia e impotencia constituye una afrenta para todos los ¨¢rabes. ?sta es la raz¨®n por la que muchos egipcios, sirios, jordanos, marroqu¨ªes y otros se han lanzado a las calles en apoyo del pueblo palestino que sufre la pesadilla de la ocupaci¨®n israel¨ª, mientras los l¨ªderes ¨¢rabes se limitan a mirar y b¨¢sicamente no hacen nada. Las manifestaciones callejeras no son s¨®lo manifestaciones en apoyo de Palestina, sino tambi¨¦n protestas por el efecto inmovilizante de la desuni¨®n ¨¢rabe. Un signo todav¨ªa m¨¢s elocuente del desencanto com¨²n es la desgarradoramente triste escena que suele verse en televisi¨®n de una mujer palestina buscando entre los escombros de su casa derruida por las excavadoras israel¨ªes, y que se queja ante el mundo entero de 'vosotros los ¨¢rabes, vosotros los ¨¢rabes'. No hay testimonio m¨¢s elocuente de la traici¨®n del pueblo ¨¢rabe por parte de sus l¨ªderes (en su mayor¨ªa no elegidos) que esa acusaci¨®n, que viene a decir: '?Por qu¨¦ vosotros los ¨¢rabes nunca hac¨¦is nada por ayudarnos?'. A pesar del dinero y la abundancia de petr¨®leo, no hay m¨¢s que el silencio de piedra de un espectador impasible.
Desgraciadamente, incluso a nivel individual, la desuni¨®n y el sectarismo han paralizado un esfuerzo nacional tras otro. Tomemos el ejemplo m¨¢s triste de todos, el caso del pueblo palestino. Recuerdo haberme preguntado durante los d¨ªas de Amm¨¢n y Beirut qu¨¦ necesidad hab¨ªa de que existieran entre ocho y doce facciones palestinas, cada una luchando por cuestiones in¨²tilmente acad¨¦micas de ideolog¨ªa y organizaci¨®n mientras Israel y las milicias locales nos desangraban. Mirando retrospectivamente los d¨ªas de L¨ªbano que llegaron a un terrible final en Sabra y Chatila, ?qu¨¦ prop¨®sito hab¨ªa en que el Frente Popular, Al Fatah y el Frente Democr¨¢tico proclamaran esl¨®ganes innecesariamente provocadores como 'El camino hacia Israel pasa por Juni¨¦' mientras Israel se aliaba con las milicias del ala derecha libanesa para destruir la presencia palestina y servir a sus fines? ?Y qu¨¦ se ha conseguido con la t¨¢ctica de Yasir Arafat de crear facciones, subgrupos y fuerzas de seguridad para que se pelearan entre ellas durante el proceso de Oslo y dejaran a su pueblo desprotegido y mal preparado para la destrucci¨®n israel¨ª de la infraestructura y la reocupaci¨®n de la Zona A?
Siempre lo mismo: sectarismo, desuni¨®n, ausencia de un objetivo com¨²n, y, al final, es la gente de a pie la que acaba pagando el precio en sufrimiento, sangre y destrucci¨®n sin fin. Incluso en el plano de la estructura social, es casi un lugar com¨²n que los ¨¢rabes como grupo luchan m¨¢s entre s¨ª que por un objetivo com¨²n. Somos individualistas, se dice a modo de justificaci¨®n, ignorando el hecho de que dicha desuni¨®n y desorganizaci¨®n interna acaba perjudicando nuestra propia existencia como pueblo. Nada puede ser m¨¢s descorazonador que las disputas que corroen las organizaciones de expatriados ¨¢rabes, especialmente en lugares como Estados Unidos y Europa, donde comunidades ¨¢rabes relativamente reducidas est¨¢n rodeadas por entornos hostiles y adversarios militantes que no reparar¨¢n en nada a la hora de desacreditar la lucha ¨¢rabe. Aun as¨ª, en lugar de tratar de unirse y trabajar juntas, estas comunidades est¨¢n desgarradas por innecesarias luchas ideol¨®gicas entre facciones que no tienen ninguna relevancia inmediata, para las que no hay la m¨¢s m¨ªnima necesidad en lo que concierne al entorno que las rodea.
Recientemente, me qued¨¦ pasmado viendo un programa de debate en la cadena de televisi¨®n Al Jazira en el que los dos participantes y un moderador innecesariamente provocador discut¨ªan vehementemente el activismo de los ¨¢rabes estadounidenses durante la actual crisis. Uno de los hombres, un tal Dalbah, que fue identificado vagamente como 'analista pol¨ªtico' en Washington (al parecer, sin afiliaci¨®n o conexi¨®n institucional), se pas¨® todo el rato desacreditando al ¨²nico grupo ¨¢rabe estadounidense serio, el Comit¨¦ ?rabe Estadounidense contra la Discriminaci¨®n (ADC, siglas en ingl¨¦s), al que acusaba de ineficacia y a sus l¨ªderes de ego¨ªsmo, oportunismo y corrupci¨®n personal. El otro caballero, cuyo nombre no recuerdo, reconoci¨® que s¨®lo lleva en Estados Unidos unos a?os y no parec¨ªa estar muy enterado de lo que estaba pasando, pero, c¨®mo no, alegaba que sus ideas eran mejores que las de todos los dem¨¢s l¨ªderes comunitarios. Aunque s¨®lo vi la primera y la ¨²ltima parte del programa, me qued¨¦ muy desilusionado y hasta un poco avergonzado con la discusi¨®n. ?Qu¨¦ pretend¨ªan?, me preguntaba. ?Qu¨¦ sentido ten¨ªa destrozar una organizaci¨®n que ha estado haciendo el mejor trabajo con diferencia en un pa¨ªs en el que los ¨¢rabes son inferiores en n¨²mero y est¨¢n peor organizados que las numerosas, mucho mayores y extremadamente bien financiadas organizaciones sionistas, y en el que la propia sociedad y los medios de comunicaci¨®n son tan hostiles a los ¨¢rabes, el islam y sus causas en general? Ninguno en absoluto, por supuesto, pero era un ejemplo de este pernicioso sectarismo por el que casi con regularidad pavloviana los ¨¢rabes procuran hacerse da?o y estorbarse unos a otros en vez de unirse tras un objetivo com¨²n. Porque, si hay poca justificaci¨®n para tal comportamiento en tierras ¨¢rabes, ciertamente hay a¨²n menos raz¨®n para ¨¦l en el extranjero, donde los individuos y las comunidades ¨¢rabes est¨¢n se?alados y amenazados como extranjeros indeseables y terroristas.
El programa de Al Jazira fue todav¨ªa m¨¢s ofensivo por su inexactitud gratuita y el innecesario da?o personal infligido a la fallecida Hala Salam Maksoud, que literalmente dio su vida por la causa del ADC, y a su actual presidente, Ziad Asli, que renunci¨® voluntariamente a su pr¨¢ctica m¨¦dica para dirigir la organizaci¨®n a cambio de una bonificaci¨®n. Dalbah insinu¨® una y otra vez que estos activistas estaban motivados por razones de ganancias monetarias personales, y que todo lo que hac¨ªa el ADC lo hac¨ªa mal. Aparte de la escandalosa falsedad de tales alegaciones, el cotilleo in¨²til y malicioso de Dalbah -no era m¨¢s que eso- perjudic¨® a la causa colectiva ¨¢rabe, dejando una estela de ira y m¨¢s sectarismo. Asimismo, se deber¨ªa se?alar que, dado el entorno pol¨ªtico extremadamente inh¨®spito para la causa ¨¢rabe en Estados Unidos, el ADC ha cosechado un gran ¨¦xito en Washington y a nivel nacional como una organizaci¨®n que rebate las acusaciones contra los ¨¢rabes en los medios de comunicaci¨®n, que protege a los individuos de la persecuci¨®n del Gobierno despu¨¦s del 11-S y que hace que los ¨¢rabes estadounidenses sigan implicados y participen en el debate nacional. A causa del ¨¦xito que ha tenido bajo Asli, el sectarismo ha infectado a los empleados de la organizaci¨®n que de repente se han embarcado en una campa?a de difamaci¨®n personal disfrazada de argumento pol¨ªtico. Naturalmente, todo el mundo tiene derecho a criticar, pero, ante amenazas como ¨¦sas a las que nos enfrentamos en EE UU, ?qu¨¦ raz¨®n hay para que nos fragmentemos y nos debilitemos de esa forma, cuando est¨¢ claro que el ¨²nico que se beneficia es el lobby israel¨ª? Las organizaciones como el ADC son, antes que nada, organizaciones estadounidenses, y no pueden funcionar como partisanos en luchas que recuerdan a las de Fakahani a mediados de los a?os setenta.
Tal vez la principal raz¨®n para el sectarismo ¨¢rabe en todos los niveles de nuestras sociedades, en los distintos pa¨ªses y en el extranjero, sea la marcada ausencia de ideales y modelos. Desde la muerte de Gamal Abdel Naser, independientemente de lo que uno pudiera pensar de algunas de sus pol¨ªticas m¨¢s ruinosas, ning¨²n personaje ha captado la imaginaci¨®n ¨¢rabe ni ha tenido un papel a la hora de establecer una lucha popular por la liberaci¨®n. Fij¨¦monos en el desastre de la OLP, que desde sus d¨ªas de gloria ha quedado reducida a un anciano sin afeitar, sentado ante una mesa rota, en una casa partida en dos en Ramala, intentando sobrevivir a toda costa, independientemente de que traicione o no, de que diga o no tonter¨ªas, de que lo que haga tenga o no sentido. (Hace un par de semanas se le cit¨® diciendo que ahora acepta el plan de Clinton del a?o 2000; el ¨²nico problema es que ahora estamos en 2002 y Clinton ya no es presidente). Han pasado a?os desde que Arafat representaba a su pueblo, sus sufrimientos y su causa, y, al igual que sus hom¨®logos ¨¢rabes, resiste como un fruto demasiado maduro sin ning¨²n prop¨®sito o posici¨®n real. Por consiguiente, en la actualidad no existe un centro moral fuerte en el mundo ¨¢rabe. El an¨¢lisis convincente y la discusi¨®n racional han dado paso a las divagaciones fan¨¢ticas; la acci¨®n concertada en nombre de la liberaci¨®n ha quedado reducida a ataques suicidas, y la idea, si no la pr¨¢ctica, de la integridad y la honestidad como modelos a seguir sencillamente se ha evaporado. Tan corrupta se ha vuelto la atm¨®sfera que rezuma el mundo ¨¢rabe que uno apenas sabe por qu¨¦ unos triunfan mientras otros son encerrados en la c¨¢rcel.
Como ejemplo terriblemente sorprendente, piensen en el destino del soci¨®logo egipcio Saeddedin Ibrahim. Puesto en libertad por un tribunal civil hace algunos meses, ahora acaba de ser juzgado, hallado culpable y condenado a una pena cruelmente injustificada por el Tribunal de Seguridad del Estado precisamente por los mismos 'cr¨ªmenes' por los que hab¨ªa sido absuelto anteriormente. ?D¨®nde est¨¢ la justificaci¨®n moral para jugar de esta manera con la vida, la carrera y la reputaci¨®n de una persona? Hace cuesti¨®n de unos meses era un asesor digno de la confianza del Gobierno y miembro de las juntas de varios institutos y proyectos ¨¢rabes. Ahora se le considera un criminal condenado. ?Qu¨¦ intereses persigue este castigo gratuito, ya sea en virtud de la unidad nacional o de la estrategia coherente o por imperativo moral? M¨¢s sectarismo, m¨¢s desintegraci¨®n, m¨¢s sensaci¨®n de ir a la deriva y miedo, y el sentimiento generalizado de una justicia frustrada.
Los ¨¢rabes han estado tanto tiempo privados de una sensaci¨®n de participaci¨®n y ciudadan¨ªa por sus gobernantes que la mayor¨ªa de nosotros hemos perdido incluso la capacidad de entender lo que un compromiso personal con una causa mayor que nosotros mismos puede significar. Creo que la lucha palestina es un milagro colectivo, el que un pueblo pueda soportar tal crueldad incesante por parte de Israel y aun as¨ª no renunciar. Pero ?por qu¨¦ no pueden dejarse m¨¢s claras y ser m¨¢s f¨¢ciles de seguir las lecciones de una resistencia viviente, en vez de suicida y nihilista? ?ste es el aut¨¦ntico problema, la ausencia en todo el mundo ¨¢rabe y en el extranjero de un liderazgo que se comunique con su pueblo, no a trav¨¦s de notificaciones que expresan una indiferencia casi desde?osa por ellos como ciudadanos, sino a trav¨¦s de la pr¨¢ctica real de la dedicaci¨®n concertada y el ejemplo personal. Incapaces de apartar a Estados Unidos de su apoyo ilegal a los cr¨ªmenes de Israel, los l¨ªderes ¨¢rabes se limitan a arrojar una propuesta de 'paz' detr¨¢s de otra (siempre la misma), todas las cuales son rechazadas burlonamente tanto por Israel como por Estados Unidos. Bush y su secuaz psic¨®pata Rumsfeld contin¨²an filtrando noticias de su inminente invasi¨®n para un 'cambio de r¨¦gimen' en Irak, y los ¨¢rabes todav¨ªa no han expresado una posici¨®n unificada disuasoria contra esta nueva locura estadounidense. Cuando individuos y organizaciones como el ADC intentan hacer algo en nombre de una causa, son muertos a tiros por camorristas que tienen poco que hacer excepto destruir y alborotar.
Sin duda ha llegado el momento de empezar a pensar en nosotros como un pueblo con una historia y unos objetivos comunes, y no como un grupo de delincuentes cobardes. Pero eso depende de cada uno, y de nada sirve quedarnos de brazos cruzados ech¨¢ndoles la culpa a 'los ¨¢rabes', porque, al fin y al cabo, los ¨¢rabes somos nosotros.
Edward W. Said, ensayista palestino y profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia, es autor, entre otros libros, de Orientalismo, cultura e imperialismo y Fuera de lugar. Ayer le fue otorgado el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia, que comparte con el m¨²sico Daniel Barenboim.
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