?pice y declive del aznarato
Todos los cl¨¢sicos de la historia de la teor¨ªa pol¨ªtica han escrito sobre los momentos de apogeo de los gobernantes que, con el paso del tiempo y de una forma que parece fatal, son sustituidos por los de declive y decadencia. El te¨®rico ofrece remedios emp¨ªricos para detener esta marcha, pero sabe que no siempre es atendido e incluso que sus recetas son de valor limitado.
Adem¨¢s, las circunstancias pesan sobre el destino de los humanos, y las actuales, como nos advirti¨® Miguel Roca en un art¨ªculo de hace unas semanas, tienen poco de propicio, tanto en lo pol¨ªtico como en lo econ¨®mico, para el esplendor de quienes ejercen el poder. Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, durante seis largos a?os, ha jugado un papel tan crucial en la vida de los espa?oles que se puede dudar que la etapa previa fuera 'felipismo', pero no de que lo que vino despu¨¦s merezca el t¨¦rmino de 'aznarato'. Si bien se mira, el actual presidente ha tenido las capacidades que Maquiavelo atribuy¨® al buen gobernante: ser 'un hombre h¨¢bil y bien protegido por la fortuna' y gozar de 'virt¨´', con lo que el pensador alud¨ªa al ejercicio del poder con una especie de energ¨ªa brutal y calculadora.
Sobreabundante en todo ello, quiz¨¢ el 'aznarato' lleg¨® a su punto de esplendor en el Congreso del partido en el que el presidente anunci¨® su deseo de no volver a presentarse. Pero hubiera sido precisa una lectura m¨¢s amplia del pensador florentino. Maquiavelo tambi¨¦n escribi¨® que 'hay cosas que parecen una virtud y que, si las sigue, le llevar¨¢n a la ruina, en tanto que otras, que en apariencia son vicios, le llevar¨¢n si las practica a la seguridad y el bienestar'. De estas ¨²ltimas, la apariencia de grisura, sabiamente cultivada, puede proporcionar resultados ¨®ptimos.
El declive comienza cuando el gobernante, desorientado, cree obrar el bien y no mide las consecuencias de sus propias acciones. Los fastos nupciales son objeto de los llamados 'ecos de sociedad', pero es obvio que tambi¨¦n reflejan no s¨®lo la colusi¨®n entre lo p¨²blico y lo privado, sino tambi¨¦n un estilo y un estado de ¨¢nimo. Su contenido ofrece una imagen de la desmesura, pero sobre todo de ese 'mal de altura' que el general Kindel¨¢n ofrec¨ªa como caracter¨ªstica de Franco en las cartas que le enviaba a don Juan. El 'mal de altura' supone, a la vez y de forma proporcional, alejamiento de la realidad y extravagancia en el comportamiento. La negativa a la selecci¨®n del sucesor, aun si estuvo guiada por prop¨®sitos ¨®ptimos, crea sensaci¨®n de agotamiento de un periodo, sin f¨¢cil relevo, por otro de id¨¦nticas caracter¨ªsticas pol¨ªticas. Carecer de punto de referencia personal es para cualquier partido pol¨ªtico una m¨¢quina de hacer crecer la desafecci¨®n entre los sectores sociales que pueden apoyarlo. Si los tiempos no son f¨¢ciles y se suma el ya citado 'mal de altura', el panorama no puede menos de aparecer turbio a los ojos del espectador independiente.
A muchos esta situaci¨®n les podr¨¢ parecer regocijante;en realidad resulta motivo de alarma, porque conduce a una de las dos grandes ruedas con las que se mueve la pol¨ªtica espa?ola, a una virtual par¨¢lisis que puede ser, adem¨¢s, indefinida, al depender de tan s¨®lo la voluntad de una persona. Una situaci¨®n como la descrita traslada la iniciativa pol¨ªtica a la otra rueda. Ahora, por vez primera en mucho tiempo, el PSOE puede estar en condiciones de ganar. El fardo del pasado sigue pesando sobre las espaldas de sus dirigentes, pero se ha dibujado ya de forma n¨ªtida un estilo personal del que las encuestas revelan que es apreciado por el electorado, aunque pongan nervioso a los adictos proclives a la impaciencia. Se han apaciguado las disputas internas, enfermedad cr¨®nica de un partido incluso cuando ten¨ªa las m¨¢ximas responsabilidades del poder. Pero el PSOE debe ser consciente de que le es exigible a¨²n mucho m¨¢s. Quiz¨¢ en el ejercicio de la oposici¨®n haya pecado de demasiado simple o de desaprovechar oportunidades. Pero lo importante es que las circunstancias le marcan ya otra obligaci¨®n: la de dar una idea suficientemente clara de lo que quiere hacer con Espa?a. Y ello s¨®lo podr¨¢ lograrse mediante un serio ejercicio de la virtud de la imaginaci¨®n.
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