Sucursales
De vez en cuando, alguien se divorcia porque ha descubierto que su c¨®nyuge manten¨ªa una relaci¨®n ad¨²ltera a trav¨¦s del ordenador. El amor cibern¨¦tico es una porquer¨ªa de amor, porque te enamoras de alguien que dice llamarse Mar¨ªa y a lo mejor se llama Ricardo. O que tiene 80 a?os, en lugar de los 35 que confiesa. O que es guardia civil, en vez de acomodadora de teatro. Pero los jueces, en Estados Unidos al menos, han empezado a dar a las infidelidades virtuales el mismo valor que a las anal¨®gicas, con los resultados de separaci¨®n o divorcio que apunt¨¢bamos al principio. Antes, las mujeres buscaban el pelo de una rubia en la chaqueta de su marido; ahora les registran el correo electr¨®nico en busca de un cabello virtual que confirme sus sospechas. Con frecuencia encuentran las pruebas del delito y las llevan ante el juez.
Personalmente, creo que no hay matrimonio que resistiera que cada uno de los c¨®nyuges tuviera la capacidad de revisar por dentro la cabeza del otro. Las cabezas est¨¢n llenas de fantas¨ªas que un juez poco avisado tomar¨ªa por infidelidades verdaderas. Si llegara el momento (Dios no lo permita) en el que pudi¨¦ramos leer los pensamientos ajenos con la facilidad con la que leemos el correo electr¨®nico, desaparecer¨ªan la mayor parte de las instituciones en las que resulta necesaria la presencia de los seres humanos. No es que no hubiera matrimonios, es que no habr¨ªa comercios, ni oficinas, ni supermercados, ni tintorer¨ªas. No habr¨ªa m¨¢s que terminales de ordenador con las que nos comunicar¨ªamos con el resto de la humanidad desde el rinc¨®n m¨¢s oscuro de la casa.
Quiero decir que el ordenador es en realidad una sucursal de la cabeza. Las infidelidades que se cometen con ¨¦l no son menos fant¨¢sticas que las que se cometen con los sue?os. El problema del ordenador es que, a diferencia de la cabeza, s¨ª puedes entrar en ¨¦l y espiar las fantas¨ªas que ha tenido tu c¨®nyuge en las ¨²ltimas horas o en los ¨²ltimos a?os. Eso es lo que deber¨ªa estar prohibido: entrar donde no se debe y violar la intimidad del cibernauta, que no se mete con nadie, excepto consigo mismo, pues ya es delito ser acomodadora de teatro y hacerse pasar por sargento de la Guardia Civil.
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