Las ¨®rbitas del coraz¨®n
Si Marcel Proust advert¨ªa sobre 'las intermitencias del coraz¨®n' a la hora de compaginar memoria y deseo, entonces podr¨ªa afirmarse que lo que traza la literatura de Haruki Murakami (Kioto, 1949) cuando se trata de contar el amor son las ¨®rbitas del coraz¨®n: ese constante gravitar en torno a una persona deseada que est¨¢ tan cerca pero es tan inalcanzable.
Sputnik, mi amor -satelital ya desde su t¨ªtulo- es buena muestra de ello y es uno de esos libros que s¨®lo Murakami pudo haber escrito. Una historia de amor narrada por un t¨ªpico h¨¦roe murakamiano -K., melanc¨®lico oriental contaminado por m¨²ltiples virus del Occidente Pop-, quien desfallece por una chica impredecible y, s¨ª, murakamiana hasta la m¨¦dula. Ella se llama Sumire, quiere escribir una 'novela total', y no se enamora de K. sino de la misteriosa y bella y madura My? quien dice 'sputnik' cuando quiere decir 'beatnik'. Y, claro, Sumire es la novela: la suya y la de Murakami. K. se limita a leerla con celo y celos proustianos y mirada ingr¨¢vida. Nosotros tambi¨¦n.
SPUTNIK, MI AMOR
Haruki Murakami Traducci¨®n de Lourdes Porta y Junichi Matsuura Tusquets. Barcelona, 2002 246 p¨¢ginas. 14 euros
M¨¢s lejos de la alucinaci¨®n
historicista de libros anteriores de Murakami como Cr¨®nica del p¨¢jaro que da cuerda al mundo y La caza del carnero salvaje y m¨¢s pr¨®xima al romanticismo vencido de su legendaria e insuperable Norwegian Wood y a esa astuta reformulaci¨®n de Casablanca que es la magn¨ªfica Al sur de la frontera, al oeste del sol (que tambi¨¦n editar¨¢ Tusquets), Sputnik, mi amor, su ¨²ltima novela hasta la fecha, apuesta a destilar lo mejor de ambos mundos. El modus operandi es, por supuesto, esa prosa entre hist¨¦rica y zombi, esa compulsi¨®n por se?alar lo trascendente incluso en lo m¨¢s ordinario hasta que irrumpe lo sobrenatural: la marca registrada de este escritor. As¨ª, de pronto, Sumire desaparece en una isla griega. Algo inexplicable y que por tanto -atenci¨®n: ¨¦sta es una Novela Murakami- no necesita ser explicado; porque para su autor lo que verdaderamente importa es, siempre, la preservaci¨®n del misterio antes que su resoluci¨®n. Y est¨¢ bien que as¨ª sea.
En su reciente biograf¨ªa
-Haruki Murakami and the Music of Words (Harvill, 2002)-, Jay Rubin cita al sujeto refiri¨¦ndose a Sputnik, mi amor como 'una suerte de resumen de lo publicado y un nuevo comienzo al mismo tiempo'. Algo de eso hay. Aqu¨ª est¨¢n tanto el lirismo del primer y desconocido Murakami como los trucos -en especial durante las ¨²ltimas cincuenta p¨¢ginas- del Murakami gur¨² juvenil, best seller, hipot¨¦tico futuro Nobel, y que por momentos parece m¨¢s preocupado por coquetear con imitadores como Banana Yoshimoto antes que por honrar a maestros como el Junichiro Tanizaki que en 1924 escribi¨® Naomi, hombre y novela a los que tanto les debe. Buenas noticias: el siguiente libro de Murakami fueron los poderosos, innovadores y s¨ªsmicos y magistrales seis relatos de After the Quake (Harvill, 2002).
La cr¨ªtica suele comparar a
Murakami con 'milenaristas' como Thomas Pynchon y Don DeLillo pero, en realidad, este japon¨¦s tan influyente como influenciado est¨¢ mucho m¨¢s cerca de la religiosidad zen de J. D. Salinger, la derrota sabia de F. Scott Fitzgerald, la s¨¢tira tr¨¢gica de Kut Vonnegut, la epifan¨ªa pagana de Jack Kerouac (varias veces invocado en Sputnik, mi amor) o la paranoia replicante de Philip K. Dick. Artistas que -como esa Sumire que en la ¨²ltima p¨¢gina llama por tel¨¦fono a K. desde un lugar donde 'todo es demasiado simb¨®lico'- siempre est¨¢n muy preocupados por satisfacer las necesidades particulares de un lector especial. Ese lector que -para bien o para mal- es parte inseparable de sus obras. Casi un personaje m¨¢s: un lector que los comprende y los justifica y que sabe captar y decodificar todas y cada una de las iluminadoras se?ales que ellos -intermitentes pero constantes- emiten desde las profundidades de sus espacios y de sus ficciones.
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