Las adivinas
Dos adivinas adivinaban el futuro de una pareja de incautos, hombre y mujer, turistas. Hab¨ªan conseguido las adivinas que el cliente sostuviera el billetero en alto (?las fotos de sus seres queridos, clave de su vida?), y me qued¨¦ preocupado por el turista y el billetero cuando entr¨¦ en los antiguos tribunales eclesi¨¢sticos para ver la exposici¨®n de Alonso Cano, en Granada, frente a la catedral: el billetero en alto, como para volar, y la cara de iluminaci¨®n feliz con que el turista o¨ªa su futuro. Estas mujeres son fabuladoras: cuentan un cuento que te maravilla aunque trate de ti, o precisamente por eso. Cuando sal¨ª de la Curia, vi un solitario coche policial en la plaza de Alonso Cano, nadie, hasta el coche me pareci¨® vac¨ªo, ni rastro de las adivinas fant¨¢sticas. Quiz¨¢ hab¨ªan sido barridas. Los socialistas han lanzado el grito popular, ?M¨¢s polic¨ªas!, y los populares han recogido y concretado el grito socialista: ?M¨¢s polic¨ªas y m¨¢s c¨¢rceles! Barrer a los peque?os delincuentes es la promesa del PP, y es singular esta aportaci¨®n aznariana a la serenidad y el humanismo del lenguaje pol¨ªtico: las Criaturas Basura).
El barroco Alonso Cano fue sacerdote y, antes, sospechoso de ser un delincuente mayor, un criminal, un asesino. Fue acusado de matar a su segunda mujer, y, cuando lo sometieron a tormento para que confesara si era culpable, le dejaron libre la mano derecha: no quer¨ªan estropear sus habilidades de arquitecto, pintor y escultor excelente con fama de duelista y espadach¨ªn. ?Prejuzgaban que el hombre saldr¨ªa del trance y seguir¨ªa necesitando su mano de artista? El palacio de la Curia se vuelve amarillo por dentro mientras recorro en d¨ªa nublado la exposici¨®n, el mundo estrecho de Cano: Granada, Sevilla, Madrid, Valencia, Granada otra vez, M¨¢laga, Granada, siempre entre iglesias y conventos (una sola e infinita habitaci¨®n espesa y hogare?a), con Inmaculadas adolescentes y lo que se llamaba un santo de vestir: talla peque?a, se le hac¨ªan trajes como a un mu?eco (para la exposici¨®n le han hecho un h¨¢bito). Dos curas gu¨ªan por la exposici¨®n a dos amigos: como el que ense?a un ¨¢lbum de fotos familiares, les van explicando las escenas de la vida de la Virgen.
Hay m¨²sica de fondo: no ha dejado de sonar un viol¨ªn ¨¢cidamente insistente, un m¨²sico ambulante a la puerta de la iglesia del Sagrario. Por la presencia de la polic¨ªa o del violinista, la plaza de Alonso Cano ahora est¨¢ vac¨ªa y nublada, no queda nadie, s¨®lo el violinista y yo. Pero ha inundado la vecina plaza de las Pasiegas una tropa de turistas ruidosos, en alem¨¢n, a los que una gu¨ªa entrega un folleto. No s¨¦ por qu¨¦ me acuerdo de la nota que recib¨ªan los soldados americanos que llegaban a Europa para la I Guerra Mundial, seg¨²n lo cuenta Bernard Berenson: 'Piensa en tu madre, piensa en tu pa¨ªs, piensa en el respeto que te debes a ti mismo: S¨¦ casto. Pero, si no puedes resistir la tentaci¨®n, vuelve esta hoja y lee las instrucciones'.
?Por qu¨¦ me acuerdo de esto? ?Porque he le¨ªdo que empiezan a pasar miles de marines por Rota, hacia Oriente? Leo los peri¨®dicos afanosamente estos d¨ªas, anestesiado como el incauto que o¨ªa su futuro en la plaza de Alonso Cano, y espero que las noticias de ayer me adivinen el m¨ªo.
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