Hacerse el sueco
Mi amigo N¨¦stor P¨¦rez Mart¨ªnez nos visita al final del verano, y nos cuenta sus cosas. N¨¦stor, almeriense con pasaporte sueco, dirige el Centro de Refugiados Gyllene Rattens de Estocolmo, el lugar donde se hospedan durante un tiempo los extranjeros que desean vivir en Suecia. All¨ª los inmigrantes son refugiados, lo cual constituye toda una filosof¨ªa. N¨¦stor coordina un equipo de veinticinco personas, cuyo trabajo consiste en ayudar en su proceso de transculturizaci¨®n a quienes acuden hasta Estocolmo para refugiarse del hambre o de la pol¨ªtica. Transculturizaci¨®n, as¨ª lo llama ¨¦l. La palabra es rara, pero el concepto es sencillo: se trata de que los reci¨¦n llegados, muchos de los cuales provienen de remotas aldeas medievales, aprendan las reglas de la nueva casa. No negociamos, insiste N¨¦stor. Cuando alguno recurre a la coartada cultural para justificar su negativa a cumplir nuestras leyes, recibe siempre la misma respuesta: 'Aqu¨ª las cosas se hacen as¨ª'. Un equipo de psic¨®logos se encarga de compensar esta inflexible postura proporcionando a los individuos la ayuda que requieren para encontrar su sitio en un mundo nuevo y extra?o. El centro de acogida que dirige N¨¦stor est¨¢ en contacto con las oficinas de empleo y con el Ayuntamiento de Estocolmo, cuya concejal¨ªa de pol¨ªticas sociales se encarga de comprar apartamentos y de alquilarlos a bajo precio para evitar la especulaci¨®n. La meta es conseguir que en el plazo m¨¢s breve posible los refugiados conozcan sus derechos y obligaciones, obtengan un trabajo y puedan vivir en uno de esos apartamentos municipales. Necesitamos inmigrantes, concluye N¨¦stor; as¨ª que es mejor que entren de manera ordenada y que no se vean obligados a sobrevivir como sea.
No s¨¦ si es el modelo sueco de acogida lo que tiene Te¨®fila Mart¨ªnez en mente cuando exige en el Parlamento andaluz que la Junta dedique m¨¢s dinero a las pol¨ªticas sociales. Seguramente s¨ª. Esta es otra manera de combatir la peque?a delincuencia y de alcanzar esa entelequia que est¨¢ de moda: la seguridad. Pero nada es seguro -dice mi abuela- salvo la muerte. Ni siquiera el modelo sueco. Mientras escribo, en Suecia se est¨¢n celebrando elecciones, y parece que el Partido Liberal, fundado por un chileno que se benefici¨® de esta hospitalidad y que ahora la cuestiona, tiene muchos adeptos. Tampoco es seguro que las causas que provocan la peque?a delincuencia desaparezcan sacando m¨¢s polic¨ªa a la calle, como acaba de pedir Chaves con su afilado instinto de superviviente: en tiempos de crisis estas exigencias gustan mucho al electorado.
No s¨¦. Todo indica que es necesario hablar de este asunto; pero tampoco esto es seguro. Silenciar las discusiones, alcanzar, como ha pedido Chaves, un acuerdo de m¨ªnimos para sacar la inmigraci¨®n del debate electoral tambi¨¦n parece una medida prudente, dado el histrionismo hist¨¦rico que se apodera de los cazadores de votos. Aunque de este modo se hurte un debate necesario, se impedir¨¢ que los pol¨ªticos jueguen con fuego. Y se evitar¨¢ tambi¨¦n el doloroso reconocimiento de que en este punto apenas hay diferencias entre el PP y el PSOE.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.