El exilio o la conciencia de Espa?a
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Las im¨¢genes que ofrece la exposici¨®n Exilio podr¨ªan ser parte de un informativo de actualidad: miles de personas despavoridas huyen de la miseria, la violencia y la guerra. Unos son ni?os reci¨¦n nacidos abrazados a su madre; otros son ni?os de mirada triste que han perdido a sus familias; hay familias que caminan por senderos desolados arrastrando a sus mayores, que, a su vez, arrastran un peque?o hatillo; tambi¨¦n hay soldados derrotados que tratan de alcanzar una frontera, a su vez cerrada. O im¨¢genes de mujeres y hombres cacheados, detenidos tras cruzar la frontera e internados en campos con la amenaza de la expatriaci¨®n. Tambi¨¦n hay peri¨®dicos pidiendo a las autoridades que pongan freno a la avalancha de indeseables que amenazan la seguridad y el puesto de trabajo de los nacionales. Podr¨ªan parecer noticias de la actualidad, pero no es as¨ª: estos miles de seres humanos aturdidos y humillados no son personas de color, ni suramericanos, ni parecen provenir de los pa¨ªses del Este; sencillamente, son parte de ese m¨¢s de medio mill¨®n de espa?oles expulsados de su pa¨ªs a ra¨ªz de nuestra guerra civil. Recu¨¦rdalo t¨² y recu¨¦rdalo a otros: en otro tiempo -y no hace tanto- fuimos tierra de exiliados. Para recordarlo, para que no se olvide, hemos preparado una exposici¨®n cuyo comit¨¦ de honor lo preside su majestad el Rey junto con otros jefes de Estado.
Es preciso preguntar y escuchar a los que vivieron la tragedia de dejar lo que amaban
El exiliado lo pierde todo. Como si de un inventario se tratara, Rafael Altamira hac¨ªa el balance de los da?os materiales e inmateriales que le hab¨ªa supuesto el exilio: hab¨ªa perdido su casa, su familia, sus amigos, su biblioteca, su trabajo, su optimismo y casi hasta, dec¨ªa, su confianza en el g¨¦nero humano. Cualquier exiliado -los nuestros de antes y los ajenos de ahora- podr¨ªan hacer un similar inventario si tuvieran qu¨¦ inventariar. Lo hab¨ªa advertido Dante: dejar¨¢s cuanto m¨¢s has amado; ¨¦sa es la primera flecha que el arco del exilio lanza. Y la segunda flecha no es menos dolorosa: el olvido, pues la represi¨®n, por una parte, y el simple paso del tiempo, por otra, amenazaron incluso con borrar sus huellas. As¨ª es como, para la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles y por mucho tiempo, medio mill¨®n de espa?oles -los exiliados- fueron invisibles.
S¨®lo al calor de una democracia que se anunciaba, las generaciones m¨¢s j¨®venes comenzaron a descubrir la existencia de un exilio. Desgraciadamente, no se trataba tanto de conocerles como de lograr que nos conocieran. Cuantas veces frecuent¨¢bamos los c¨ªrculos exiliados en la d¨¦cada de los setenta fue para contarles a ellos lo que est¨¢bamos haciendo nosotros. Acud¨ªamos a sus casas regionales y sedes de sus organizaciones esparcidas por Europa y por Am¨¦rica habl¨¢ndoles de los grandes cambios que se estaban produciendo en Espa?a; de las elecciones generales, de las Cortes Constituyentes, de la Constituci¨®n que se estaba elaborando o se hab¨ªa aprobado, de las libertades recuperadas o de la democracia que se consolidaba d¨ªa a d¨ªa. No se ten¨ªa ni la sensibilidad ni el tiempo para preguntarles por ellos; por su propia historia de expatriaci¨®n, privaciones y sufrimientos; por sus ilusiones y sus proyectos. Parec¨ªa como si la ¨²nica historia que importara, la ¨²nica historia que existiera, fuera la nuestra; la de los de aqu¨ª dentro. En aquel reencuentro, tras largos a?os de ausencia, no hemos encontrado todav¨ªa ni un momento para decir al amigo: 'Y a ti... ?c¨®mo te ha ido?'. Es preciso retomar ese di¨¢logo sobre bases m¨¢s equitativas; preguntando y escuchando a los protagonistas de aquella tragedia que conden¨® a miles de espa?oles a salir de su pueblo y abandonar todo lo que m¨¢s amaban; que produjo en nuestro pa¨ªs una di¨¢spora sin precedentes desde la expulsi¨®n de los jud¨ªos y los moriscos, y que supuso una grave mutilaci¨®n humana, intelectual y econ¨®mica de nuestro pa¨ªs. Hay que rendir tambi¨¦n un homenaje a aquellos pueblos que les acogieron, pues, al fin y al cabo, y como escribi¨® D¨ªez-Canedo, 'lo que una vez me arrebat¨® la vida -pan, trabajo y hogar-, t¨² me lo has dado'. Y debemos sentir orgullo por la formidable obra que realizaron nuestros compatriotas en todos los continentes, pero de forma especial en Europa y en Am¨¦rica.
Todav¨ªa la Espa?a constitucional no ha pagado la deuda -inmaterial y material- contra¨ªda con aquellos exiliados por su aportaci¨®n a la recuperaci¨®n de la libertad. Porque aquellos espa?oles no s¨®lo lograron dignificar el nombre de Espa?a en el exterior: su tragedia sirvi¨® para mantener vivo el hilo de la legalidad constitucional y la idea de la soberan¨ªa nacional; esto es, de la democracia. Un m¨ªnimo de continuidad hist¨®rica es indispensable para que la historia sea historia humana y para que una patria propiamente exista. Y en este sentido, aquella Numancia errante que fueron los miles de exiliados y los sucesivos Gobiernos republicanos mantuvieron viva la idea de una Espa?a anclada en los principios y valores del Estado de derecho. Lo dijo mejor Mar¨ªa Zambrano: hemos sido lanzados de Espa?a para que seamos su conciencia; para que, derramados por el mundo, hayamos de ir respondiendo de ella y por ella. Durante muchos a?os fueron la conciencia de Espa?a. Una conciencia que termin¨® triunfando cuando en junio de 1977 recuperamos la libertad y el presidente de la Rep¨²blica, Jos¨¦ Maldonado, puso t¨¦rmino a las instituciones republicanas en el exilio. Por eso, la exposici¨®n Exilio se abre con la Constituci¨®n de la Rep¨²blica y se cierra con la Constituci¨®n de 1978. Lo que hay entre ambas fechas -visto desde la perspectiva de la libertad y de la democracia- s¨ª que fue un largo y tr¨¢gico par¨¦ntesis. Mantener vivos aquellos ideales de soberan¨ªa nacional y de libertad, en un mundo hostil y a veces sin principios, fue el mejor legado del exilio a los espa?oles de hoy. ?sa es la deuda pendiente con nuestros exiliados.
No deber¨ªa pasar ni un d¨ªa m¨¢s sin expresar a los exiliados y a sus descendientes nuestra admiraci¨®n por su trayectoria y nuestro respeto por la dignidad de su ejemplo; y, sobre todo, nuestro reconocimiento por haber mantenido viva la conciencia de una Espa?a abierta, tolerante, social y europea.
Virgilio Zapatero es comisario de la exposici¨®n Exilio.
Babelia
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