'?Miedo yo a Montgomery?'
Fredericks, el velocista africano, asegura no asustarse por la nueva marca de 100 metros
Frank Fredericks (Windhoek, Namibia, 1967) se mueve con soltura de un pasillo a otro de su hotel de concentraci¨®n, y es que a sus 34 a?os ya es un veterano con miles de horas de vuelo y muchos hoteles an¨®nimos en el recuerdo. Su novia le escolta a unos metros de distancia. El velocista, medalla de plata en los 100 metros de los Juegos de Atlanta (1996) y el Mundial de Atenas (1997), y oro en los 200 (Mundial de Stuttgart, 1993) sonr¨ªe cuando se le pregunta por el nuevo r¨¦cord de su distancia (9,78s), obra del estadounidense Tim Montgomery: '?Miedo yo, asustado, por qu¨¦? antes de Montgomery estaba Moe Greene y antes de ¨¦l Carl Lewis y antes de ellos...' y ah¨ª corta la relaci¨®n de monstruos de la velocidad para soltar una risotada. Fredericks, una de las grandes estrellas del equipo africano que este fin de semana competir¨¢ en la Copa del Mundo se toma las cosas con humor. 'Greene estar¨¢ mal, claro, pero eso es problema de Greene, preg¨²nteselo a ¨¦l, seguro que tiene una buena contestaci¨®n', dice con cierta sorna mientras busca a los representantes de la delegaci¨®n africana, sin ¨¦xito.
'Entreno cerca de una hora, tampoco hay que pasarse', dice el velocista mirando con cara de juerga antes de reconocer que una de las cosas que mejor conoce de Madrid es a sus equipos de f¨²tbol: 'Tambi¨¦n conozco al Atl¨¦tico, no te creas', asegura mientras recuerda sus muchos viajes a la capital y confiesa no ser demasiado admirador de la ciudad aunque reconozca que 'tiene partes muy bonitas'. Fredericks estrecha manos de colegas y bromea con todo aquel con el que se cruza.
Dwain Chambers, el brit¨¢nico y rey europeo de la velocidad, por el contrario, hace honor a su fama de hombre r¨¢pido y desaparece por los ascensores con dos bolsas repletas de comida basura de una popular hamburgueser¨ªa estadounidense. Junto a ¨¦l otros miembros de la delegaci¨®n britanica suben a las habitaciones para atiborrarse de los productos de comida r¨¢pida. Mientras, la lanzadora de disco neozelandesa, oro en Atenas en el 97, Beatrice Faumuina se r¨ªe de casi todo dentro del autob¨²s que desplazar¨¢ a algunos atletas hasta el polideportivo del barrio madrile?o de Moratalaz donde se entrenan. Es una mujer gruesa y amable que recuerda, sin que nadie se lo pregunte, sus ¨¦xitos.
Antes de parar la camioneta para recoger a los atletas de Ocean¨ªa, ?frica y parte de Europa, ha pasado por el otro hotel, por el que se recogen los miembros de Am¨¦rica. Menos de mil metros en l¨ªnea recta separan los dos alojamientos. Sin embargo, todo un mundo de precauciones diferencia los dos hoteles. En el que se refugian los estadounidenses, entre otros, han instalado un esc¨¢ner como los de los aeropuertos y dos guardias de seguridad espa?oles con cara de pocos amigos protegen la entrada al establecimiento.
Sin embargo, una vez dentro, los atletas se mueven por el vest¨ªbulo con libertad. Tambi¨¦n hay algunos europeos. Por ejemplo, Gabriela Szabo, la mediofondista rumana. Liviana como un pajarillo, Szabo desaparece por uno de los corredores del hotel despu¨¦s de haber prometido que volver¨ªa despu¨¦s de cambiarse: 'Acabamos de venir de entrenarnos y quiero subir a la habitaci¨®n'. No bajar¨ªa hasta la hora de la cena.
Las velocistas jamaicanas sonr¨ªen y levantan los hombros cuando se les pregunta el por qu¨¦ un pa¨ªs tan peque?o amamanta tantos corredores de ¨¦lite. 'Debe ser la gen¨¦tica, no?', desliza Tanya Lawrence mientras sube en un ascensor transparente y transporta una bolsa de hielos hasta su habitaci¨®n. Lawrence se niega a contestar para qu¨¦ quiere tanto hielo. Una de sus co compa?eras accede a ense?ar su bolsa y va sacando ropa nueva, envuelta en pl¨¢sticos, dos latas de una bebida isot¨®nica y una especie de panchitos. No hay nada m¨¢s. Engulle una de las bebidas y gui?a un ojo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.