La utop¨ªa como obra de arte
S¨¦ que no les suena de nada a ustedes el apellido Steingruber. Yo tampoco sab¨ªa qui¨¦n era este se?or hasta hace poco, as¨ª que no les culpo. El tal Steingruber fue el inventor del alfabeto arquitect¨®nico, publicado en 1773.
El autor propon¨ªa modelos de palacios y otros muchos edificios basados en las diferentes letras del alfabeto latino. Con ello daba un innegable paso adelante en la pasi¨®n del Barroco por las plantas emblem¨¢ticas, sugiri¨¦ndonos la posibilidad de construir ciudades-texto legibles, tal vez, siguiendo un recorrido determinado.
Cabe, pues, imaginar una liberaci¨®n ins¨®lita de la forma. La ciudad podr¨ªa ser perfectamente una letra o incluso una palabra o una hermosa frase entera reconocible desde los aviones, los sat¨¦lites o las naves espaciales.
La ciudad podr¨ªa ser perfectamente una letra o incluso una palabra o una hermosa frase entera
Qu¨¦ bonito ser¨ªa que, yendo desde la Plaza Circular de Bilbao hasta el Sagrado Coraz¨®n en helic¨®ptero, se leyese: 'Se desci?e la niebla en danzantes figuras / Una gaviota de plata se descuelga en el ocaso'. El pr¨®ximo paso, cuando la ciudad se extendiese a¨²n m¨¢s, ser¨ªa acabar de escribir por medio de los edificios el resto del poema de Neruda, o cualquier otro poeta, de tal forma que la urbe entera se transformase en un impresionante texto de recepci¨®n dirigido a los viajeros que llegasen por el aire.
?Utop¨ªa? Las ciudades-libro podr¨ªan contarnos muchas cosas acerca de s¨ª mismas, de los susurros quedos que encierran sus muros, de las an¨®nimas sombras que vagan por sus calles. ?Puede ser una ciudad un alegato desesperado contra el silencio? ?Puede ser una ciudad una carta de amor?
En el peor de los casos, no olvidemos que hay que cuidar la letra, as¨ª que adoptar una buena caligraf¨ªa ser¨ªa una de las asignaturas b¨¢sicas de los arquitectos.
Salta a la vista que las aplicaciones pr¨¢cticas de este nuevo lenguaje son sorprendentes. En todo caso, parecer¨ªa recomendable lograr el equilibrio entre contenido y continente.
Pongamos por ejemplo que, al acabar la construcci¨®n de un nuevo hospital, sus bloques formasen la siguiente frase: 'Aqu¨ª no se muere nadie'. S¨ª, un dato falaz, es evidente, pero ?acaso no animar¨ªa mucho?
No, Steingruber no era un loco, aunque tal vez s¨ª un humorista. No obstante, las radicales transformaciones operadas en el campo arquitect¨®nico durante el siglo XX han permitido que la ciencia-ficci¨®n pueda convertir a los edificios en met¨¢foras fant¨¢sticas.
Las propuestas realistas pueden ser vistas como manifestaciones de la fantas¨ªa, y es l¨ªcita una terrible pregunta: ?no ser¨¢ la 'realidad' un grado m¨¢s de la 'ficci¨®n'?
Por desgracia o por fortuna, Steingruber nunca estuvo en Bilbao. No le tuvimos presente en la construcci¨®n de la metr¨®poli, y ahora el lenguaje de la ciudad est¨¢ cifrado. Las l¨ªneas del tranv¨ªa enfatizan frases arquitect¨®nicas que parecen impronunciables. No es raro que haya gente que no sea capaz de leer en los edificios, aunque est¨¦ escrita en sus cimientos la historia de sus familias, de sus amistades, de sus romances.
Ah¨ª reside el encanto de esta nobil¨ªsima villa: su urbanismo es intraducible, su alfabeto no se puede regular. Efectivamente, Bilbao est¨¢ en clave.
Pero el objetivo de estas l¨ªneas, m¨¢s que ensalzar de una u otra forma una ciudad -o todo lo contrario- es que hayan conocido ustedes al viejo Steingruber. Un iluminado, un orate si quieren, pero digno representante y defensor de la utop¨ªa en el m¨¢s profundo sentido de la palabra. Un iconoclasta que quer¨ªa escribir libros con las ciudades, un vanguardista de visi¨®n estrobosc¨®pica que habr¨ªa hecho de la geograf¨ªa urbana una biblioteca, compuesto poemas con bloques de apartamentos y subrayado los textos de la literatura universal que m¨¢s le gustaban con carreteras y alguna autopista.
En ¨²ltimo t¨¦rmino, es inevitable plantearse una ¨²ltima pregunta: ?pertenece este ide¨®logo a un tipo concreto de imb¨¦cil peligroso para la humanidad? No es probable.
Su sue?o era inofensivo, porque el bueno de Stein nunca quiso dominar el mundo, ni imponer su proyecto por la fuerza. Tal vez por eso jam¨¢s fue construido ninguno de sus edificios, y su so?adora caligraf¨ªa urbana cay¨® en el olvido.
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