La globalizaci¨®n del mal
Vivimos en un mundo muy complejo, lleno de diferencias, con muchos niveles y planos. Por eso, para responder a la pregunta de si el mundo de hoy es distinto al que exist¨ªa antes del 11 de septiembre, primero tenemos que definir el punto de partida de nuestro an¨¢lisis de la realidad. Yo parto de la perspectiva que tiene el reportero, un testigo de los conflictos y transformaciones culturales que se pueden observar viajando por el mundo.
Si admitimos que la realidad que nos rodea puede ser representada por una pir¨¢mide, veremos que en su base, en el punto m¨¢s bajo, all¨ª donde est¨¢ el plano de las relaciones entre los seres humanos, de la vida cotidiana, nada o muy poco ha cambiado. No cabe la menor duda de que el 11 de septiembre fue un d¨ªa tr¨¢gico para las personas que murieron aplastadas por los escombros de las Torres Gemelas, para sus familiares y amigos m¨¢s cercanos, pero lo cierto es que la humanidad sigue levant¨¢ndose cada d¨ªa, como lo hac¨ªa antes del ataque, para trabajar, educar a los ni?os, planear las vacaciones, gozar de las alegr¨ªas, sufrir enfermedades y, en definitiva, para morir. La prosaica vida cotidiana siempre se impone y triunfa. Los temores e inquietudes que sent¨ªan los hombres antes del 11 de septiembre siguen presentes en sus vidas. No hay indicios de que, en el futuro m¨¢s cercano y en ese nivel de la vida, se producir¨¢ alg¨²n cambio fundamental. La historia nos confirma que las grandes crisis que ya azotaron a la humanidad en el pasado demostraron su extraordinaria resistencia.
En nuestro globo terr¨¢queo ya no hay 'santuarios'. Ahora existen fuerzas que no representan a un Estado, pero que constituyen un enorme peligro
En primer lugar, los atentados terroristas de Nueva York han demostrado que la distancia ya no basta por s¨ª misma para garantizar la seguridad
Ha cambiado la imagen del enemigo porque ya no viste de uniforme, lo cual dificulta su identificaci¨®n, pero puede ser letal sin tener tanques ni ca?ones
Un cambio generado por el 11-S es el fortalecimiento de la idea del Estado, algo realmente parad¨®jico porque el terrorismo busca siempre su debilitamiento
Muchos han afirmado que en el nivel m¨¢s bajo de nuestra pir¨¢mide aumentar¨ªa la animosidad de los europeos y norteamericanos hacia los ¨¢rabes y que entre los musulmanes tambi¨¦n crecer¨ªa la hostilidad hacia los ciudadanos occidentales. Muchos han previsto la intensificaci¨®n de los conflictos entre las dos civilizaciones, pero nada de eso ha sucedido. En Occidente, los ataques contra los musulmanes han sido espor¨¢dicos y de m¨ªnima significaci¨®n. Al mismo tiempo, yo no he sentido cambio alguno en el tratamiento que me otorgan en los pa¨ªses ¨¢rabes que visito.
Donde s¨ª se han producido cambios importantes es en los niveles superiores de nuestra pir¨¢mide. En primer lugar, los sucesos del 11 de septiembre demostraron que la distancia ya no basta de por s¨ª para garantizar la seguridad. Descubrimos con horror que la distancia ya no nos pone a salvo. Hoy podemos ser blancos y v¨ªctimas de ataques terroristas todos y en cualquier punto del planeta. En una palabra, despu¨¦s del 11 de septiembre ya no nos sentimos seguros, cuando vivimos lejos del enemigo en potencia; ya no nos sentimos particularmente protegidos por el oc¨¦ano que nos separa de ¨¦l.
En segundo lugar, el 11 de septiembre demostr¨® que en nuestro globo ya no hay santuarios. Y no s¨®lo se trata de que todos puedan ser atacados por todos, de que cualquier pa¨ªs pueda atacar a otro. Ese peligro ya exist¨ªa mucho antes. La novedad del 11 de septiembre consiste en que demostr¨® que en el mundo hay fuerzas que no representan los intereses de un determinado Estado, pero que, a pesar de ello, constituyen un enorme peligro incluso para los m¨¢s potentes. Hasta ahora, el pensamiento estrat¨¦gico se basaba en el supuesto de que las guerras se libraban entre Estados. Hoy, los estrategas tienen que remodelar con urgencia sus ideas, porque a los Estados se enfrentan fuerzas dif¨ªciles de situar. Ha cambiado la imagen del enemigo, porque ya no viste un uniforme concreto, lo cual dificulta su identificaci¨®n, pero tambi¨¦n porque puede hacer mucho da?o, aunque no tiene tanques ni ca?ones. Es muy dif¨ªcil combatir a un enemigo imposible de situar y con planes imposibles de conocer. Antes, cuando ten¨ªamos buenas relaciones con un Estado, pod¨ªamos tener casi la absoluta seguridad de que no ser¨ªa un peligro para nosotros. Hoy podemos tener magn¨ªficos contactos pol¨ªticos, econ¨®micos y culturales con un pa¨ªs y ser v¨ªctimas de un ataque lanzado desde su territorio. Esto se debe a que han aparecido fuerzas que no se someten a ning¨²n centro de poder, que no representan los intereses de Estados concretos, pero que est¨¢n en condiciones de aprovechar el territorio o la infraestructura de un pa¨ªs para atacar a otro. Esa situaci¨®n nos confirma que ya somos testigos de la globalizaci¨®n del mal. Consiguen voz y voto -con sus actos- organizaciones y fuerzas que act¨²an al margen de las estructuras de los Estados nacionales. Y ese proceso no concierne solamente al terrorismo. Se relaciona tambi¨¦n con el narcotr¨¢fico, la compra y venta de armas y otras fechor¨ªas. Eso significa que ha aparecido un ente internacional totalmente nuevo, a¨²n no definido del todo, que escapa a las formas que ten¨ªan hasta ahora los sujetos de la vida internacional.
Fortalecimiento del Estado
Un tercer cambio generado por el 11 de septiembre es el fortalecimiento de la idea del Estado, algo parad¨®jico, porque el terrorismo siempre busca su debilitamiento. La globalizaci¨®n neoliberal tambi¨¦n debilit¨® mucho el papel del Estado, porque promovi¨® las corporaciones supranacionales, el flujo ilimitado de los capitales y la creaci¨®n de mercados financieros mundiales. Como consecuencia, el Estado fue en gran medida marginado. Esa consecuencia la sufri¨® tambi¨¦n Estados Unidos, pa¨ªs en el que hab¨ªa una oposici¨®n cada vez m¨¢s potente ante una posici¨®n demasiado fuerte del poder estatal. '?Para qu¨¦ queremos un Gobierno tan potente? ?Para qu¨¦ pagamos impuestos tan altos?', preguntaban muchos norteamericanos. Sin embargo, el 11 de septiembre demostr¨® que, en el mundo contempor¨¢neo, las sociedades pueden sentirse seguras y protegidas solamente dentro de los Estados. S¨®lo el Estado puede garantizar la correspondiente protecci¨®n a la sociedad. El ataque contra Estados Unidos demostr¨® que el hombre y la sociedad no pueden funcionar sin el Estado.
Desde el 11 de septiembre -y ¨¦ste es otro cambio importante-, la globalizaci¨®n se valora de otra manera. Hasta ahora prevalec¨ªa la opini¨®n de que era una bendici¨®n para la humanidad, algo que nos ayudar¨ªa a resolver todos los problemas. Mientras tanto, nos topamos, por sorpresa, con otros rostros muy distintos de la globalizaci¨®n, que es un proceso lleno de contradicciones internas, un proceso que puede generar fen¨®menos negativos.
George Soros, una gran figura de las finanzas mundiales, advierte en On Globalization que ese proceso genera tambi¨¦n grandes amenazas. Soros advierte que crece la dominaci¨®n de dos grandes instituciones financieras, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ya imponen sus concepciones a los Estados nacionales debilitando su posici¨®n.
Los sucesos del 11 de septiembre nos obligaron a percibir el mundo con m¨¢s serenidad y ecuanimidad. Pudieron convertirse, incluso, en el punto de partida para un an¨¢lisis serio y profundo de la situaci¨®n en nuestro planeta. Lamentablemente, lo ¨²nico que se supo hacer fue dar una respuesta militar a los terroristas. Nos dejamos embaucar por algunos pol¨ªticos que sostienen que, si no fuese por el terrorismo, vivir¨ªamos en el mejor de los mundos. Pero la verdad es que, como dijo un comentarista norteamericano, 'el derrumbamiento de las Torres Gemelas fue el fin de las vacaciones que tomamos de la historia'. El fin de la guerra fr¨ªa se caracteriz¨® por la euforia que sent¨ªamos tras el fracaso del comunismo. Parec¨ªa que todos los problemas hab¨ªan terminado. Mientras tanto, aunque el ataque contra EE UU demostr¨® que la euforia era prematura, nosotros no supimos abordar con seriedad lo que puede depararnos el futuro. Desaprovechamos la oportunidad que se nos present¨® para tratar con seriedad los problemas que acarrea la globalizaci¨®n.
Yo creo que el terrorismo, tanto el individual como el que practicaron y practican distintas organizaciones, jam¨¢s fue una gran amenaza para el mundo. Algo muy distinto es el terrorismo de Estado que practicaron y practican los reg¨ªmenes totalitarios. La mayor¨ªa de las sociedades del mundo no se sienten amenazadas por el terrorismo. Claro que en la historia de muchos pa¨ªses el terrorismo dej¨® huellas, pero se trata de actos de importancia secundaria. El problema que ahora enfrentamos consiste en la dimensi¨®n global del terrorismo. ?sa es una novedad, porque antes siempre fue practicado por organizaciones marginales.
Hoy, lo que puede sobrecogernos es que un pa¨ªs tan potente como EE UU fue golpeado de manera dolorosa por una peque?a organizaci¨®n. Todos coinciden en que el gran ¨¦xito de Al Qaeda, una organizaci¨®n integrada apenas por varios miles de militantes, consisti¨® en que supo aprovechar para sus propios fines el gran liberalismo que impera en EE UU y que se basa en la confianza mutua. Por ejemplo, all¨ª bastaba dar el n¨²mero de nuestra cuenta bancaria para disipar todas las dudas y ser tratado con la m¨¢xima confianza.
Yo estuve en Estados Unidos antes del 11 de septiembre. Aterric¨¦ en el aeropuerto Kennedy de Nueva York. Ten¨ªa que coger all¨ª el avi¨®n de Washington. Estuve media hora buscando el lugar en que deb¨ªa embarcar. Recorr¨ª el aeropuerto de cabo a rabo y me pareci¨® que, de haber tenido malas intenciones, hubiese podido hacer cualquier cosa, porque nadie se interes¨® por m¨ª. Antes de llegar a Estados Unidos, di pr¨¢cticamente la vuelta al mundo y en todas partes me controlaron el equipaje, cosa que no ocurri¨® en Nueva York.
Nos queda el consuelo de que los terroristas ya no podr¨¢n repetir un ataque como el del 11 de septiembre, porque la vigilancia ahora es muy grande. Los norteamericanos se han dado cuenta de que incluso un control m¨ªnimo en sus aeropuertos hubiese frustrado el ataque contra Nueva York y Washington. Por eso creo que despu¨¦s del 11 de septiembre, para aumentar la seguridad, no hac¨ªan falta las medidas t¨ªpicas de un r¨¦gimen policial. Hubiese bastado un control apenas algo mayor.
En EE UU todos saben que la gran eficacia del sistema norteamericano radica en la libertad que garantiza. Toda limitaci¨®n de esa libertad, por ejemplo, mediante el control estricto de las personas y mercanc¨ªas en la frontera, ser¨ªa un freno para el desarrollo. ?Cu¨¢ntos barcos de los miles y miles que atracan en los puertos de Estados Unidos pueden ser controlados? Apenas un peque?o porcentaje, porque, si quisi¨¦ramos controlarlos todos de manera minuciosa, provocar¨ªamos la paralizaci¨®n de la econom¨ªa. Todas las limitaciones de la libertad y de la democracia causan efectos muy negativos sobre el funcionamiento del capitalismo. El terrorismo podr¨ªa ser erradicado completamente en veinticuatro horas, pero a condici¨®n de que implant¨¢semos un r¨¦gimen totalitario, y eso no estamos dispuestos a hacerlo, porque sabemos que destruir¨ªamos la sociedad c¨ªvica y la democracia.
Libertad y eficacia
El conflicto entre la libertad y la eficacia de los sistemas estatales es, hoy por hoy, el problema m¨¢s importante no s¨®lo para EE UU, sino tambi¨¦n para el mundo entero. ?se es, a mi modo de ver, uno de los retos m¨¢s serios que se plantean ante la humanidad en el siglo XXI. Hay que definir las proporciones ¨®ptimas entre la seguridad por un lado y la libertad y el bienestar por otro, es decir, resolver un problema que todav¨ªa no ha sido planteado con toda la claridad que merece. En el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, la libertad y la democracia no estaban en peligro. Hoy s¨ª lo est¨¢n, porque la globalizaci¨®n conduce hacia dos fen¨®menos sumamente peligrosos. El primero es la privatizaci¨®n de la violencia. La democracia y el capitalismo se desarrollaron en los tiempos en los que la aplicaci¨®n de la violencia estaba monopolizada por el Estado. La violencia ten¨ªa uniformes, armas y carn¨¦s. El Estado era el ¨²nico con derecho a hacer uso de la violencia. Hoy, cualquiera puede tener un arma, y hay cientos o miles de ej¨¦rcitos privados. Hay que hacerse, pues, la pregunta: ?c¨®mo proteger en esas condiciones los mecanismos de la democracia? No sabemos responder a esa pregunta. Ahora bien, eso no significa que en EE UU no se analice el asunto. Por el contrario, ese pa¨ªs es uno de los centros de discusiones y an¨¢lisis m¨¢s serios sobre los fen¨®menos que aqu¨ª nos ocupan. Es en las universidades norteamericanas donde surgen los an¨¢lisis m¨¢s acertados sobre los fen¨®menos que tienen lugar en el mundo. Es tambi¨¦n en EE UU donde encontraremos los mejores y m¨¢s cr¨ªticos an¨¢lisis sobre EE UU. Y no es casual que sus adversarios m¨¢s radicales aprovechen con frecuencia los argumentos formulados por los pensadores norteamericanos.
El gran problema radica en que en Estados Unidos hay un gran abismo entre el pensamiento universitario y las concepciones de los c¨ªrculos pol¨ªticos. Cuando se conoce la vida de las universidades, uno se siente admirado por el nivel y la gran clase de las discusiones que se organizan en sus aulas. Lamentablemente, los pol¨ªticos son totalmente impermeables a las ideas y argumentos de sus colegas profesores y cient¨ªficos. Y ¨¦sa es otra prueba m¨¢s de la complejidad que tienen la sociedad norteamericana y su sistema estatal.
Sea como fuere, hay que reconocer que son las ideas formuladas en las escuelas superiores norteamericanas las que dictan hoy al mundo los temas de las principales discusiones y pol¨¦micas sobre el presente y el futuro. Todos los grandes debates de los ¨²ltimos decenios concernieron a concepciones de gran importancia surgidas en EE UU, generadas por el pensamiento norteamericano. Un ejemplo muy ¨²til es la tesis que formul¨® Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. A principios de la d¨¦cada de los a?os noventa proclam¨® que el fin del comunismo significaba el fin de los conflictos. De esa circunstancia, el pensador norteamericano sac¨® la conclusi¨®n de que, por consiguiente, la democracia liberal triunfar¨ªa en todas partes en tanto que r¨¦gimen ideal que desean todos los humanos. Seis a?os despu¨¦s, Samuel Huntington formul¨® su concepci¨®n sobre la confrontaci¨®n entre las civilizaciones. Entonces se propag¨® la idea de que todos los conflictos existentes se deb¨ªan a las diferencias entre las civilizaciones. La ¨²ltima gran idea fue formulada por Robert Kagan, autor de la afirmaci¨®n de que los grandes aliados, Estados Unidos y Europa, se separan. Y es muy probable que esa circunstancia sea el cambio m¨¢s importante promovido por los sucesos del 11 de septiembre.
En el pasado hablamos de un mundo dividido en Norte y Sur y luego en ricos y pobres. Hace no muy poco se describ¨ªa el mundo con la frase 'The West and the Rest' (Occidente y los dem¨¢s). Hoy se reemplaza la palabra West con el t¨¦rmino America: 'The America and the Rest'. Y Kagan hace referencia a ese nuevo paradigma en nuestro pensamiento sobre el mundo.
Kagan afirma que ya no existe la noci¨®n occidente, que se ha producido una ruptura en el Atl¨¢ntico. La guerra fr¨ªa uni¨® durante 50 a?os las dos orillas del oc¨¦ano. Hoy, cuando ya no existe el enemigo com¨²n, EE UU y Europa no quieren seguir caminando por la misma senda. Por el contrario, tienen dos visiones distintas del mundo y, por consiguiente, el abismo s¨®lo puede ensancharse y profundizarse. La grieta apareci¨® el 11 de septiembre, porque desde aquel d¨ªa, la Administraci¨®n norteamericana considera que en el resto del mundo imperan el desorden y la anarqu¨ªa, es decir, un peligro mortal. Es esa concepci¨®n sobre el mundo la que induce a EE UU a concentrarse en la lucha. Washington cree que el caos puede ser controlado solamente con las armas. Y de ah¨ª las enormes cuotas que gasta EE UU en armas, mucho m¨¢s de lo que gastan todos los dem¨¢s miembros de la Alianza Atl¨¢ntica. Mientras tanto, Europa, que no olvida la experiencia de la II Guerra Mundial y de los reg¨ªmenes totalitarios, promueve otra visi¨®n del mundo, kantiana, la visi¨®n de un mundo de paz eterna. Europa ve su visi¨®n civilizadora en el intercambio de ideas, en el mantenimiento de negociaciones y en la b¨²squeda de compromisos. Cuando las concepciones son tan distintas, tan dispares, es in¨²til pensar que EE UU y Europa conseguir¨¢n un punto de encuentro.
Observamos una creciente marginaci¨®n de las organizaciones internacionales. Prueba de ello es la ONU, que ya no desempe?a el importante papel que ten¨ªa en el pasado. Ha perdido su autoridad incluso el Consejo de Seguridad, porque se dedica a aprobar resoluciones que nadie cumple.
En esa situaci¨®n no puede extra?ar que en EE UU todos coincidan en que deben comportarse en el mundo como el sheriff que impone el orden. Por eso, la discusi¨®n no se desarrolla en torno a si debe desempe?ar o no ese papel, sino a c¨®mo debe hacerlo. Ciertos c¨ªrculos norteamericanos consideran que EE UU puede cumplir esa misi¨®n en solitario, por su cuenta y responsabilidad, mientras que otros creen que hay que conseguir aliados. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld suele decir: 'Podemos arreglarnos solos'. El secretario de Estado Colin Powell es m¨¢s prudente: 'Queremos montar una coalici¨®n'.
L¨ªderes y potencia
Para saber qu¨¦ camino elegir¨¢ en definitiva EE UU, tenemos que analizar lo que dicen sus l¨ªderes. Parece que conf¨ªan plenamente en la potencia de su pa¨ªs y de sus fuerzas armadas, con las que nadie puede competir. Est¨¢n convencidos de que ¨²nicamente EE UU puede realizar cualquier operaci¨®n militar, en cualquier momento y en cualquier punto del planeta. Ese sentimiento de fuerza ilimitada que anima a los l¨ªderes norteamericanos no siempre va acompa?ado del conocimiento necesario sobre el mundo y sus complejos procesos. Por eso, los que preparan la guerra contra Irak tienen la seguridad de que alcanzar¨¢n un gran ¨¦xito. M¨¢s objetivos parecen ser los militares norteamericanos. Fueron sus analistas los que previeron en la d¨¦cada de los a?os noventa el aumento de los conflictos. Fueron los expertos del Pent¨¢gono los que indicaron que el enfrentamiento entre los ricos y los pobres, as¨ª como la falta de perspectivas, acumular¨ªan enormes capas de frustraci¨®n, ira y agresi¨®n que se convertir¨ªan en fuentes de trastornos muy dif¨ªciles de controlar.
Pero no hay que perder la esperanza. En primer lugar, el hombre est¨¢ dotado de un potente instinto de autoconservaci¨®n y, en segundo lugar, las sociedades, por lo general, suelen rechazar las soluciones extremistas, radicales, y optar por los caminos de la prudencia y la moderaci¨®n. Los extremistas pueden conseguir respaldo, pero s¨®lo en el ¨¢mbito local y por poco tiempo. Cuando el hombre llega a un lugar en el que poco antes se combati¨®, donde a¨²n se ven las huellas de los enfrentamientos, lo primero que suele hacer es limpiar el terreno, restablecer el orden. Los hombres, por lo regular ancianos, porque los j¨®venes murieron en los choques, retiran los escombros, cierran con cartones las ventanas sin cristales y encienden el fuego. Las mujeres, mientras tanto, barren y cocinan. Todos juntos restablecen la normalidad, y ¨¦sa es la gran fuerza de la humanidad.
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