Construir del natural
El colosal cat¨¢logo lleva por t¨ªtulo Natural History, pero la obra de Jacques Herzog y Pierre de Meuron se ofrece en Montreal como una naturaleza sin historia. Frente al tiempo acelerado de la historia habitual, el tiempo lento del mundo natural compone un paisaje inm¨®vil: los plegamientos geol¨®gicos o la evoluci¨®n de las especies se despliegan de forma tan pausada que suministran un tel¨®n de fondo casi intemporal a la agitaci¨®n convulsa de las sociedades humanas, y es esta circunstancia la que da un perfume oximor¨®nico al t¨¦rmino arcaico 'historia natural'. En la exposici¨®n del Centro Canadiense de Arquitectura (CCA), m¨¢s de ochocientas maquetas del estudio de Basilea se entreveran con f¨®siles e insectos, 'rocas de estudioso' chinas, objetos etnogr¨¢ficos, fotograf¨ªas y daguerrotipos, juguetes, cat¨¢logos de productos, esculturas y pinturas, para formar una inmensa Wunderkammer que procura crear la atm¨®sfera de fascinaci¨®n curiosa caracter¨ªstica de las c¨¢maras de maravillas renacentistas y barrocas, y el empe?o de coleccionismo enciclop¨¦dico propio de los museos decimon¨®nicos.
En di¨¢logo con obras contempor¨¢neas de Beuys, Federle, Giacometti, Judd, Richter, Smithson o Warhol, pero en conversaci¨®n visual tambi¨¦n con piezas paleontol¨®gicas o entomol¨®gicas, las maquetas de Herzog & De Meuron -de tama?os que oscilan entre los menudos modelos iniciales y los enormes fragmentos de prueba finales a escala natural- exploran tal variedad de materiales y formas que es obligado contemplarlas como un copioso acervo de experiencias pl¨¢sticas cuya generosa exuberancia propositiva es capaz de alimentar a toda una generaci¨®n de arquitectos. Sean los hormigones serigrafiados o las vendas de cobre, los gaviones bas¨¢lticos o los vidrios convexos, cada una de sus innovaciones expresivas suscita de inmediato una progenie de emulaci¨®n. Como el Le Corbusier tard¨ªo -al que progresivamente se aproximan con su reemplazo del objet type por el objet a r¨¦action po¨¦tique-, la extraordinaria fertilidad de su imaginaci¨®n formal ha convertido a los de Basilea en un formidable motor art¨ªstico de la escena arquitect¨®nica.
M¨¢s alqu¨ªmicos que org¨¢ni-
cos, y agrupados con taxonom¨ªa equ¨ªvoca en una enciclopedia de objetos m¨¢s pr¨®xima al laboratorio que al archivo, los proyectos se aproximan a la naturaleza con la cautela del que teme la simulaci¨®n vacua del parque de atracciones o el zool¨®gico tem¨¢tico, con sus rocas de cart¨®n piedra y sus troncos de yeso pintado. As¨ª, los estratos se contaminan con perforaciones geom¨¦tricas, las aristas cristalinas se ablandan con burbujas de joyero, y las pieles arrugadas se someten al tatuaje de im¨¢genes pixelizadas, un poco a la manera en que el pop utilizaba la hipertrofia de los puntos de la cuatricrom¨ªa. Esta explosi¨®n volc¨¢nica de referencias geol¨®gicas y biol¨®gicas evita la analog¨ªa literal, ti?endo la naturaleza con el artificio de la invenci¨®n, pero no puede evitar un p¨¢lpito de empat¨ªa rom¨¢ntica que se adivina heredero de los ornamentos vegetales de Sullivan o las arquitecturas alpinas de Taut. Objets trouv¨¦s que revelan 'el orden oculto de la naturaleza', y objetos fabricados que expresan con elocuencia el orden deliberado de la creaci¨®n, esta farmacopea formal termina ofreciendo poemas alpestres donde Goethe se desliza hasta la antroposof¨ªa de Steiner, y donde Novalis late en las danzas iluminadas de Monte Verit¨¤.
Con violencia sensual y ¨¢spera lucidez, la obra de Herzog & De Meuron ha transitado del m¨ªnimo al m¨¢ximo sin fingir soluciones de continuidad, enhebrando con naturalidad el hilo que une los caramelos de hierbas bals¨¢micas de Ricola con los bolsos y zapatos de Miuccia Prada sin que las mudanzas de ¨¢mbito y dimensi¨®n hayan interrumpido la consistencia de su exploraci¨®n emocional. Tras el punto de inflexi¨®n del edificio de oficinas para Ricola -una estrella de vidrio que se disuelve en reflejos para fundirse con la vegetaci¨®n que la cubre y la rodea-, los suizos han alumbrado un turbi¨®n de formas turbadoras que someten la retina a una abrasi¨®n hipn¨®tica. Algunas, como la casi terminada tienda de Prada en Tokio -un prisma cristalogr¨¢fico, de geometr¨ªa definida por la ordenanza, que re¨²ne el resplandor ut¨®pico del Pabell¨®n de Cristal de Taut con las aristas expresionistas y sombr¨ªas de los rascacielos imaginados por Hugh Ferriss-, extienden el lenguaje elemental de su maestro Rossi hasta una escala que obliga a envolver el edificio con una prieta malla romboidal que sujeta la masa v¨ªtrea como un cors¨¦ doloroso, a medio camino entre las jaulas de alambre en los gaviones p¨¦treos de las bodegas Dominus y los tensos cordones que oprimen los torsos femeninos en las fotos de Hans Bellmer. Otras, como el nuevo muelle de Santa Cruz de Tenerife -una placa perforada por la secuencia azarosa de una fotograf¨ªa traducida a una trama de lunares-, fabrican paisajes ins¨®litos que funden los ecos geol¨®gicos de los estratos arbitrarios con las heridas exactas de los cortes circulares y las oscuras manchas borrosas que, m¨¢s semejantes a una afecci¨®n cut¨¢nea que a la piel de un felino, maculan la epidermis de la plaza mar¨ªtima.
Desde luego, habr¨¢ quien en
el edificio de Prada no vea sino un bijoux caprichoso y medi¨¢tico al servicio de una multinacional de la moda, acolchado con la reiteraci¨®n abombada de un muro de pantallas en una tienda de televisores, indeciso entre el cofre opulento con gemas incrustadas y las instalaciones parpadeantes de Nam June Paik, teatralmente luminiscente como el estadio de Basilea y tan et¨¦reo como el halo evanescente del estadio de M¨²nich; y habr¨¢ tambi¨¦n quien juzgue el muelle de Santa Cruz como un gui?o anecd¨®tico a las pinturas de Lichtenstein o Vasarely, pop y op art a la vez, que con el uso ir¨®nico de los medios de reproducci¨®n mec¨¢nica consigue recrear las topograf¨ªas volc¨¢nicas de la isla a trav¨¦s de un gruy¨¨re de cr¨¢teres de c¨®mic, no muy distinto por cierto de la gran losa flotante y carcomida del escult¨®rico F¨®rum de las Culturas en Barcelona. Sin embargo, tanto en las ampollas de Tokio como en los taladros de Tenerife brilla una luz oscura que sit¨²a estos proyectos bajo el signo de Saturno, y que ilumina su interpretaci¨®n de la naturaleza con un fulgor apagado y melanc¨®lico, haciendo de su historia natural una naturaleza sin tiempo y sin historia. En Basilea se encuentra La Crucifixi¨®n de Mathias Gr¨¹newald, un lienzo visionario y escalofriante que, en su libro de poes¨ªa Nach der Natur, el desaparecido W. G. Sebald quiso yuxtaponer a la aventura ¨¢rtica del naturalista ilustrado George Wilhelm Steller, un estudioso de la flora siberiana que pereci¨® en aquella inmensidad vac¨ªa y helada: el v¨¦rtigo fr¨ªo del arte y la ciencia del natural alumbran con su tiniebla l¨²cida la construcci¨®n del natural que estas arquitecturas ensayan.
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